Antonia
me había adelantado algo, pero con cierto ineludible “secretismo” y una cuota de
suspenso de esas que te carcomen la curiosidad. Lo que no imaginaba para nada
fue que me estuvieran esperando los nuevos libros de Papelucho, dos nuevas
aventuras del precioso y singularísimo personaje creado por Marcela Paz en 1934
y que sus hijos decidieron publicar en 2017, 32 años después de la muerte de
esta autora chilena.
No
voy a entrar en un análisis detallado –ni mucho menos racional– de ambas obras,
pero tampoco puedo guardarme para mí solo algunas de las maravillosas líneas
que contienen. Así, por ejemplo, en “Papelucho, Romualdo y el castillo”,
nuestro héroe se cuestiona seriamente, como una suerte de Raskolnikov, pero
inocente:
“Y comencé a retarme como al
peor enemigo.
Nada peor que retarse… ¿Quién
lo defiende a uno?
Me comencé a vestir en la
oscuridad y dale que dale retándome. Tenía que partir, desparecer de muchas
partes, quizás para siempre… Irme de ahí, del colegio, del país, quizás de
América… partir lejos.
(…) Y mientras corría pensaba:
‘En estos casos atroces la gente de la
TV toma harto trago y se emborracha. Tienes dos alternativas:
entra en un bar o entra en una iglesia’. Entré a la iglesia, porque justo
estaba ahí esperándome.
Era medio oscura y estaba
vacía, o sea no tanto, porque ahí estaba Jesús.
(…) ‘Dios, siempre me creo
culpable y no tengo remedio. Es como un mal de nacimiento’.
‘Consuélame, Dios, Dime algo,
¿quieres?’.
Y me quedé escuchando en mi
dentror.
(…) Sentí un ‘SÍ’ en mi
dentror y me corrió por el espinazo y hasta me puso peludo de feliz. Yo me
senté en el banco dando gracias, cansado pero liviano. Entonces me bajó sueño y
creo que me dormí”.
El
otro libro póstumo, “Adiós planeta”, arranca con una de las clásicas
declaraciones de propósitos de Papelucho, lo que no quiere decir que
necesariamente los cumpla sino que forman parte de su desbocado imaginario de
niño solidario que, literalmente, caiga quien caiga y cueste lo que cueste,
quiere ayudar a los demás:
“En estas vacaciones quiero
ser periodista. Aunque quizás después decida ser astronauta. O tal vez
presidente mundial de perros, ballenas y elefantes…
(…) Lo bueno de Urquieta (su amigo) es que cuando él no
piensa, es reflector. O sea capta.
Oye –me dijo cuando llegábamos
a su casa-, ¿tú eres noticia o periodista?
-Trato de averiguarlo, pero
quería ser periodista…
-¿Por qué periodista? –me miró
raro.
-Porque los periodistas están
en todas partes, ¡y eso me gusta!
-¡Tú querís ser Dios! –le dio
rabia.
-Quiero imitarlo un poco.
Cuando uno es periodista y está en todas parte, puede ayudar a la gente”.
Días
atrás, mi compañera me preguntó cómo hacía de niño para concitar la atención y
conseguir los mimos de mi abuela Olga Maestre, la persona que me introdujo en “el
dentror” de Papelucho y, a través de sus historias, en la apariencia silente del
mundo de los libros. La pregunta me tomó de sorpresa y, sin querer, me emocioné
porque advertí que nunca necesité realizar ningún prodigio para vivir en el
amor de esa mujer extraordinaria. Y desde ayer ando como alucinado con los
nuevos libros de Papelucho que Antonia –muy amorosamente– me regaló.
Leyéndolos, he vuelto a ser el niño más feliz del mundo.
Carlos Semorile