miércoles, 24 de junio de 2020

La vereda en la terraza


La lluvia no se llevó todo... dejó huellitas

Cuando todavía no se podían hacer salidas recreativas con los niños, ni tampoco otras actividades que también estaban restringidas, cada vez que iba a llevar o bajar la ropa de la terraza me encontraba con alguna novedad: un vecino saltando a la soga, una joven pareja conversando y fumando, acodados ambos a una especie de baranda con vistas a la calle mientras su hija pedaleaba en su triciclo, y hasta un señor muy mayor leyendo absorto, sentado sobre un balde dado vuelta.

En esa gran terraza de este edificio gigante, volvimos a cruzarnos con Lara y su mamá, después de días y días sin vernos. Desde hace un tiempo, ellas son nuestras vecinas de piso. La mamá es una gran conversadora y eso facilita mucho el acercamiento porque, además, su cariño es espontáneo de una manera física y también verbal. Y Lara, su niña de tres años, que es muy bonita y graciosa, tiene –escorpianita al fin– una zona de reserva que no negocia en sus tratos con los demás.

No es que desconozca la simpatía que provoca con sus risas y sus rulos, pero no es esclava de los mohínes y mantiene la soberanía sobre el fondo más genuino de su carácter. Está claro que sus padres no la solicitan desde ese lugar que tanto podría complacerlos: el de tener una hija, entre comillas, fascinante. Por lo tanto, Lara ingresa y sale de los encuentros con la misma naturalidad con la que entra en confianza.

Ha venido a jugar a casa y nos ha invitado a conocer la suya, y también nos ha dejado de garpe cuando andaba en otra y no le apetecía vernos. Toca la bocina de su triciclo y le respondemos con las de nuestras bicis: en el gran pasillo, la hemos paseado metida adentro de una caja de manzanas, jugamos a la pelota con un globo, o a las carreritas, siempre riéndonos todos como niños. A veces, imperativa, ha golpeado nuestra puerta para dejarnos unos dibujos suyos de regalo.

Cuando se impuso el aislamiento, extremamos los cuidados en especial con ella que, siendo tan niña, podía no comprender la falta de un beso o un abrazo. ¡Qué va! Lara es muy inteligente, y en los pisos y las paredes de la terraza nos dibujó unas flores preciosas como ella, con los colores de los abrazos, y la ternura de su gracia y su alegría.


Carlos Semorile