Le debo a Antonia el conocimiento de Daniel Pennac, y a Daniel –a quien, como a Antonia, comienzo a deberle tantas cosas– le quedo agradecido por recordarme un dicho que solía decir mi madre:
“La imaginación, la loca de la casa”.
Y agrega Pennac: “Malo para el matrimonio, eso…”. Imagino que lo dice en joda, como tantas cosas que dice con ese humor suyo que, ironía mediante, desarma tantos consensos bienpensantes.
Temprano en su vida, mi vieja descubrió “la virtud paradójica de la lectura que consiste en abstraernos del mundo para hallarle un sentido”. Y por ello muchas veces la percibí abrumada, pero jamás la vi vencida.
La acompañaba “la loca de la casa” y al mencionarla de ese modo enseguida se reía con todo el cuerpo. A rachas de tentación, salía de la carcajada apenas para tomar aire y seguir riéndose hasta las lágrimas.
Esta escena sucedía en la cocina de nuestra primer casa, la misma donde tantas veces la alcanzó la tristeza de algún dolor que la llevaba al llanto: Brígida era contenida en la angustia y expansiva en la alegría.
Tenía la desbocaba imaginación de los tímidos, esa mezcla de lectora abstraída y aventurera en ciernes, y esta virtud la mantuvo porque siempre fue “irrevocablemente fiel a sus necesidades espirituales”.
Comía muy poco y daba la impresión de ser etérea, pero Brigi no daba un paso sin el alimento espiritual que la mantuvo a salvo de todos los naufragios. Estaba bendecida por la gracia de su alocada fantasía.
Carlos Semorile