Creo recordar que es Flor la que se expresó una vez de esta manera acerca del legendario colectivo que, en un momento de su extenso recorrido, atraviesa La Paternal y Villa del Parque y que con una frecuencia acorde a sus/nuestras necesidades, se presenta en la esquina de Lascano y Enrique de Vedia para llevarla/nos a céntricos destinos. Sin embargo, el apunte de hoy no remite tanto a la manera en que el 109, nos lleva, y nos trae, sino a lo que puede suceder ahí adentro. In situ. Cuando todavía no llegamos.
Fue en el 109 que años atrás, uno de nuestros vecinos, cantor de la cuadra, una cuadra cualquiera, conoció a Susana. Fue importante ese encuentro. Primero, porque ese día la pasaron de maravillas. Charlaron de esto, de lo otro, y también del barrio. Ella contó de la casa de la palmera. Y él de la casa así y asá, cosa que permitió, algunos meses más tarde, que abriendo la ventana de la cocina, un día, yo me encontrara con la carita de Susana que andaba paseando. Palabras van, palabras vienen, supe que le gustaban los cuentos, y por sobre todas las cosas, las mariposas. Y ahí nomás tuvimos la idea. De que contara cuentos, en el barrio, para chicos y para grandes. Así lo hizo a lo largo de ese verano tan diferente de los años 2020 y 2021. Susana, que es muchas cosas en su vida, y que tiene una profesión que infunde respeto, como todos sus quehaceres, también fue para mí y para la Juani, la persona que trajo al patio ese libro sobre mariposas. Un libro tan pero tan especial. Solo que para decirlo bien necesitaría a la Juani y eso sería otro cuento…
Volviendo
al 109. Hubo otro día. Yo me había subido ahí nomás, en La Paternal, y muy
pocas paradas me separaban de casa. El colectivo venía bastante lleno y solo
quedaba un lugar libre al lado de ella. Una persona que lucía la más
deslumbrante cabellera blanca que mis ojos hubieran visto… y un libro. No lo
pude evitar. Me senté al lado de ambos. Y con una indiscreción, que llenaría de vergüenza a las
personas que me educaron, miré el título… ahora no lo
recuerdo. Pero el autor era Olivari. “¡Qué lindo libro!” dije, como si nada. Y
ella, Lita, respondió. Con amabilidad. Que si me gustaba leer, que si esto, que
si lo otro. Palabras van, palabras vienen, me bajé cuatro paradas más allá con su
teléfono anotado. Paréntesis: solo los libros quizás pueden operar ese milagro
de una extrema concentración en lo esencial. La llamé. Meses después, me llamó.
Me invitó a su casa, me sirvió un té, me donó para el patio de los libros, un material de
incalculable valor referido a su propia experiencia profesional, a sus propios
talleres. Porque Lita es así y es, al igual que Susana*, una gran especialista de
lo suyo, en este caso el teatro. Y como si todo esto fuera poco, me tocó el piano. Literalmente: "Desde el alma".
Por eso, de pronto, me pregunto, si no habré pecado de ingrata o de poco imaginativa o ambas cosas. ¿No cabe agregar una patente al 109? Por fuera de la que ya tiene, otra que dijera:
en este colectivo
las personas se miran
se saludan
se interrumpen
se conocen
se encuentran
Y hasta dan ganas de imaginar que uno pudiera alguna vez promover más y nuevas interrupciones/encuentros gentiles, ahí, precisamente ahí, donde a diario vemos sobre todo cansancio y aparatos y cables. Tantos y tantos cables, que quizás llegará el día en que las personas nacerán con ellos.
A.
* posdata. con el tiempo supimos que Susana y Lita se conocen desde hace años y que sus hijas fueron a la misma escuela... !