jueves, 22 de mayo de 2014

Los puros ojos


No recuerdo en qué obra de títeres, un personaje, admirando un bello paisaje, se decía a sí mismo: “¡cómo me gusta este lugar!”. Pero eso fue lo que pensé el otro día cuando, llevando a mi hija a la escuela, pasamos frente a unos afiches que anunciaban un concierto de Jaime Torres. Un poco más allá había un anuncio inusual. Se trataba del mismo concierto pero no lo anunciaba un afiche sino un pequeño mural. El nombre de Jaime Torres estaba escrito a mano (pintado) por un tiempo más largo a lo que dura un afiche. Hasta el próximo concierto, me imagino, el próximo anuncio. 



En esos mismos días, en otro lugar,  otro afiche había aparecido. De un modo distinto, también se trataba de un anuncio inusual. Había sido hecho de manera artesanal por los artistas de La Musaranga para anunciar el ciclo que están realizando junto a Tata Cedrón y otros (muchos) queridos músicos. Esto quiere decir que se podía en ese momento, acá, en este lugar (Buenos Aires, Argentina), escuchar en vivo a dos artistas como son ellos, los anunciados. Los músicos de la pared.



De pronto me sentí con suerte. Muchas veces he tenido la ocasión de ir a escucharlos. Y mi hija también. Pensé (no sin orgullo): “por siempre, podré decir que pertenezco a una generación que escuchó a Tata Cedrón, a Jaime Torres y a cada uno de los músicos que los rodean: en vivo. Nadie me lo contó, no tuve que poner los discos, estuve ahí, cerquita de ellos”. En la sala, claro. Como auditora. Como público. Y al rato me vino uno de esos pensamientos absurdos que más bien preocupan: “¿cómo será no haberlos escuchado nunca en vivo?”. No me gustó ese pensamiento y lo mandé a pasear a otro lado. Me quedé con la sensación primera: “¡cómo me gusta este lugar!” Este país donde todavía los anuncios pueden hacerse a mano. Y donde los músicos, los entrañables músicos, se presentan “en vivo”. Por eso, como se dice en mi patria, hay que “puro” tener ojos para mirar. (Y oídos para escuchar...)

Antonia