Escribe
el Profesor un texto. Lo escribe como él dice desde el país que le tocó hacia
el país que le correspondía. Aunque precisa algunos destinatarios posibles.
Nosotros, destinatario plural, sabemos que somos muchos más.
***
Antípoda,
palabra que viene del griego.
Seguro.
Como seguro es que
donde tengo fuertes afectos
es en las antípodas de donde habito,
afectos construidos antes de que lo fuesen
y que por aquello de los encuentros
terminan manifestándose, como se manifestaron
hace un tiempo, recibiendo un llamado de uno de mis
afectos, Don Tiburcio, alias Alejandro, que es
parte de un afecto más numeroso, de apelativo
La Musaranga, y que me hablaba desde las antípodas,
las suyas, donde tiene su abrigo el afecto Tata,
que en ese momento amasaba pizzas parece,
seguramente por cuestiones afectivas, si no, no amasa.
Don Tiburcio en las antípodas, por asuntos de
ediciones,
no tiene problema en hablarme porque si bien está en
las antípodas, éstas perdieron su charme melancólico de otrora –la distancia– que
se medía en lo que tardaba en llegar una carta de antípoda a antípoda.
Hoy, la tecnología hace que un E-mail tarde unos
segundos en ser leído de antípoda a antípoda, y el teléfono igualmente, con la
diferencia actual de pagar por ello un precio irrisorio.
Lo que no es para nada irrisorio es estar en una de
las antípodas y casi todos los afectos en la otra, ya que quizás sea verdad lo
que cantan Los Panchos, “Dicen que la distancia es el olvido...” aunque
uno piense como también cantan Los Panchos, “pero yo no concibo esa razón...”
Porque el que está solo en una de las antípodas, y que
como si fuera poco no es la suya, va de suyo que difícilmente olvide sus
afectos, porque precisamente, en antípoda y solo, si olvida es que está
amnésico o sea es inimputable, en cambio el grupo, mesmo si lo quiere, lo
aprecia, lo extraña al que está solo,
primo: que está en su antípoda,
docio: está en banda y afectuosa,
tercio: tienen qué hacer, pueden inventar, tienen
a quién dirigirse, tienen problemas a resolver, precisamente porque es
un grupo. Es evidente que no pueden –ni
deben– andar perdiendo tiempo o distrayéndose de los problemas que hay que
resolver a diario, individuales y/o colectivos.
El solo y de esta antípoda, bueno, tiene como todo mortal, sus problemas, de mayor o menor importancia. A veces siente un cierto desamparo porque alguno de sus problemas los son de verdad, no en su piel o en su orgullo sino en la souffrance de otros afectos, filiales estos, y que causa el dicho desamparo.
El solo y de esta antípoda, bueno, tiene como todo mortal, sus problemas, de mayor o menor importancia. A veces siente un cierto desamparo porque alguno de sus problemas los son de verdad, no en su piel o en su orgullo sino en la souffrance de otros afectos, filiales estos, y que causa el dicho desamparo.
Desamparo, no tener amparo. El que dan los
afectos de la otra antípoda, resumidos en charlas, o menos, una mirada, una
mano que aprieta un antebrazo u hombro. Un abrazo, tan necesario a veces.
De antípoda a antípoda, sólo es posible la
palabra escrita o hablada, y no es poco, qué va. Si no, sería la desolación, y
aunque uno puede con justa razón y verdad, jactarse o alardear o presumir de su
coraza o cuero duro, hay que saber que eso supone poder aguantar el dolor. Pero
no evitarlo. Pero no evitarlo. Eso estaría en las antípodas de lo que es
posible...
El Profe