Esta historia de la tía Betty es
pequeña, pero adorable. Un día de 1950 y
pico, siendo ella apenas una piba, se subió al 134 en Cabildo y Blanco Encalada
con intenciones de llegar a la Escuela Comercial de Santa Fe y Guise. Pagó el
boleto y al avanzar por el pasillo se dio cuenta que el único asiento libre quedaba al lado de “un churro
bárbaro”. Intimidada por la estampa del galán, se hizo chiquita en una
esquinita del troley, y pretendió pasar desapercibida. Pero nunca imaginó que
el muchacho –para ella, un señor– comenzara a mirarla y a cantarle bajito:
“Vení, acercate, no tengas miedo, que tengo el puño, ya ves, anclao. Yo sólo
quiero contarte un cuento de unos amores que he balconeao. Dicen que dicen, que
era una mina todo ternura, como eras vos, que fue el orgullo de un mozo taura
de fondo bueno, como era yo”.
“Dicen que dicen” es un tango que
Gardel popularizó allá por 1930 y que veinte años más tarde fue rescatado por
Julio Sosa. Y dice la tía Betty que a cada estrofa, ella se alejaba más hacia
el fondo del pasaje y hacia lo profundo de su timidez. Me la imagino de un rojo
subido, deseando que el joven la dejase en paz y, a la vez, anhelando tener el
coraje de sentarse al lado de aquel buen mozo y seguir cantando juntos hasta el
final del recorrido.
Carlos Semorile