“Hay luego (...) otras vidas que sacar de las
sombras donde han sido arrojadas, para darles lustre y exponerlas a la vista de
un público que se vuelve cada día más crítico del trabajo artesanal de los escritores.
(...) En realidad una obra literaria tiene algo del trabajo de un pintor, pero
de un pintor surrealista, porque no sólo se trata de mezclar colores y
colocarlos de manera adecuada sino que también hay que dejar un poco al lector
la posibilidad de interpretar la obra, dejar que los que la lean o la escuchen
puedan darle una interpretación de acuerdo con su peculiar punto de vista”.
Luis A. Castro
1994