Habiendo gozado de la
delicia de las rutinas amadas, y habiendo asistido al súbito irrumpir de la
novedad inesperada, pocas cosas gratifican más que el viaje porque allí anida
el deseo de la vida plena y renovada. Llegar a destino, dejar los bártulos
tirados, y correr en desbandada hacia el río como quien desea alcanzar la
montaña, el cielo y la esperanza. Y tener la compañía de algunos otros
desquiciados que también se lanzaron a esta locura de amasar la arcilla, cocer
luego el barro, y alumbrar la maravilla de la greda consagrada.