Arquelogía de una ausencia |
“El cuerpo de
una vida que ha quedado de alguna manera diseminado en fotografías, cartas,
objetos, (…)” indica el filósofo Sergio Rojas para
presentar la exposición “Arqueología de
una ausencia”, que recopiló diferentes objetos pertenecientes a ejecutados
políticos y detenidos desaparecidos en Chile. El autor agrega que la: “cotidiana materialidad de una vida cuya
intimidad e intensidad, todavía adherida a las cosas, desbordan cualquier
historia”.
Mis
padres salieron de Chile en enero del 74 cuando yo recién había cumplido un
año. Temiendo la incertidumbre del porvenir, me dejaron con mis abuelos en ese
periodo que ellos residieron en Madrid. Mi madre regresó a buscarme en enero
del año siguiente. Durante esa estadía que no recuerdo –conscientemente– para
nada, me enviaban tarjetas postales. No tuve idea de ellas hasta que ya finales
de la década del 80, mi abuela me las entregó. Me explicó la historia, por qué
habían sido escritas y que ella las había conservado todo este tiempo para
devolvérmelas “algún día”. Las revisé
una por una, aunque todas giraban en torno al mismo mensaje: “te quiere mucho, tu mamá”. De pronto,
una conmoción devastadora me hizo estallar en llantos al punto que me afiebré y
no pude seguir leyendo. Las guardé en una caja y nunca las he vuelto a mirar.
La
pregunta que surge: ¿es posible una dimensión en el cual una tarjeta dirigida a
un niño con un mensaje de amor de sus padres provoque un dolor tan agudo? La
respuesta es que, en algunas latitudes, sí es posible. Y un objeto, el más
simple objeto, puede desencadenar una avalancha de sentidos y explicaciones.
Porque esa tarjeta no era sólo una tarjeta como tampoco transmitía sólo un
saludo. Al reverso de esa ilustración inocente, se encontraban las razones de
una vida entera de desgarro y desarraigo que en ese minuto se expresaron en
toda su dimensión, con todos los momentos desoladores vividos con cada
separación, cada ausencia.
Esas
tarjetas deben ser de mis pertenencias más antiguas. Todo lo demás, mi primera
muñeca, mi primer vinilo, mi primer libro, ocurrió después. De modo que si de
pruebas materiales hablamos, he aquí una que confirma que existí y cómo existí
a partir de ese momento, cosa que no hace el certificado de nacimiento ni el
carnet de vacunas. Los objetos personales registran lo que ocurrió tras el
calendario. Revisarlos permite narrarse a sí mismo y atesorarlos es también
atesorarse a sí mismo.
“Lo que amas es tu herencia verdadera, lo que amas no
te será arrebatado”, escribe el poeta Ezra
Pound. Cuando la joven mujer recién casada se queda con el libro de recetas de su
abuela, no es solamente porque quiere aprender a cocinar. Es porque tras esa
letra manuscrita, hay un afecto y una compañía. Cuando haya aprendido a hacer
el guiso, ya no necesitará mirar las indicaciones. Pero tras cada ingrediente, recordará
alguna tarde de vacaciones en la playa, alguna fiesta de cumpleaños. Quizás
también alguna antigua pena de amor consolada con una galleta. El libro podrá
desvanecerse, pero no así su legado y sobre cualquier página amarillenta y
desteñida, permanecerá la certeza de haber estado, de haber sido, de haber
querido.
Valeria Matus