El sitio “Las historias que podemos contar”*
permite a familiares y amigos de víctimas de la dictadura escribir acerca sobre
sus seres queridos. Recordar algún suceso, describir qué los relacionaba o
manifestar su dolor siempre vigente. Un espacio dedicado a María Cristina López
Stewart, estudiante detenida desaparecida en 1974, contiene tres bellos relatos
de su madre y de dos de sus hermanas. Pero tiene algo especialmente conmovedor:
la transcripción de una página de su diario de vida de niña.
Data de
principios de los 60´, cuando ella debe de haber tenido unos 12 años. A medida
que avanzo en la breve lectura, pienso, me pregunto, imagino: ¿cómo sería la
vida de una muchacha chilena en esa época? Se me ocurren muchas escenas: por
ejemplo una habitación con papel mural en la cual se coloca –o tal vez ya había-
una cama adicional para recibir a la prima que viene por unos días de visita
desde el sur. Un dormitorio sin televisor por lo que las chicas se quedan conversando
hasta tarde, pues si había algo que provocaba entusiasmo cuando se contaba con
menos tecnología era tener una compañera de cuarto con la cual poder trasnochar
platicando.
Si intento
seguir fantaseando con lo que acontecería a una joven de entonces, se me vienen
en mente decenas de episodios: una mesa en que se disfrutaba compartir en
familia un plato casero; las disputas con las hermanas por el espejo del baño
antes ir a una fiesta; los encuentros en la plaza; las tardes en que la abuela
enseñó a tejer a crochet; abrir cada mañana la lengüeta del calendario de
Adviento, ese particular almanaque que duraba sólo un mes y que indicaba que
faltaba cada vez menos para la Nochebuena.
El diario de
vida consistía en describir cada día de la vida. Una tarea que muchos
ejecutamos por años con estricta disciplina. Y lo que transcurría cada día
tenía que ver con relacionarse: esperar a una prima, ir al cine con una amiga. Si
hoy publicaríamos con orgullo en las redes nuestra colección de láminas de Los Beatles
como un patrimonio propio y único, en ese entonces, esas fotografías se miraban
en conjunto. Se permitía que otro también pudiera disfrutarlas, tenerlas a la
vista, tocarlas. E incluso -aunque dolía mucho hacerlo- se le regalaba alguna
para que se la llevara en recuerdo de esos tan entretenidos momentos pasado
juntos.
En ese
relacionarse, probablemente María Cristina, como muchos chilenos, comenzaron a
cuestionarse, a involucrarse, porque las desgracias y las injusticias se
constataban ahí mismo, en un pupitre vecino en el colegio o en el asiento del
lado en la micro.
La vida es lo
que pasa a diario. Suceden en ella eventos trascendentes e irrepetibles como
aprender a andar en bicicleta o a bailar rock´n roll, graduarse, obtener el
primer empleo, casarse. Pero el diario de vida consiste en narrar lo que ocurre
cuando no ocurre nada. Así como la oración agradece el pan de cada día e
implora por un mundo mejor para todos, el diario de vida es darse el tiempo de
dejar plasmado en letra manuscrita lo que se vio, lo que descubrió, lo que se
reflexionó, lo que se lloró. La indignación que se padeció y la generosidad que
se demostró. El engranaje personal que condujo a ser lo que se es, que ya no se
escribe, pero cuya humanidad queda de manifiesto sobre esas carillas blancas.
Valeria Matus