lunes, 19 de junio de 2017

De cartas y de fe



  

Fanática de Borges, mi madre solía citarlo para asegurar que la memoria está hecha de olvido. La frase le cuadraba bien, pues Brigi no era particularmente memoriosa: las veces que acudí a sus registros históricos salí más dudoso que encaminado. Pero en su alma literaria, combinó su borgismo con el inicio de Pedro Páramo, y repetía la advertencia –“la memoria necesita del olvido”- a aquellas personas que iban camino a convertirse en “un rencor vivo”. Me consta que al menos dos de las destinatarias del consejo no supieron “pescarlo”, o lo eludieron con elegante desprecio: en algunos círculos,  personalísimos o sociales, tiene más “charme” el cinismo que la sabiduría.

Es verdad que a veces Brigi se pasaba de ingenua, pero su sugerencia borgeana quedó como un legado problemático: ¿es posible seleccionar “rencores” y archivarlos, o este es un proceso que acontece más allá de la voluntad del rememorante? Como recopilador de pasados, soy cualquier cosa menos indiferente ante el problema de la memoria y todo lo que se pierde cuando falta un testimoniante, aunque éste testimonie tan sólo su rencor. 

Pero el problema es más arduo todavía cuando uno mismo revisa sus archivos, como me pasó ayer, y se encuentra con cosas inesperadas. ¿Cómo fue que llegué a pergeñar el argumento de un cuento donde el fantasma de Walsh y -sobre todo- sus escritos, terminaban consumiendo a un genocida impune? ¿O por qué sigo buscando y termino leyendo escenas realmente vividas y “sanamente olvidadas”, y por cuánto tiempo se instalarán y perturbarán mi presente? Concluyo que Brigi no era la única inocente. 

Sin embargo, en mi rastreo por escritos esbozados o inconclusos, logro rescatar algunas miradas que mantienen su vigencia, y unas pocas escenas que podrían considerarse como tales y que contienen altas dosis de autoironía. También encuentro un croquis –apenas eso- del día en que Olga Maestre fue a verla a Evita, y donde puse: Es época de cartas y de fe, no hay unas sin la otra”. Si me diera el cuero, debería reelaborar ese relato a partir de esta frase.

Pero la conjunción de cartas y de fe, al menos hoy, me lleva para otro lado. Quisiera recuperar la correspondencia entre mis padres, y lo anhelo aunque ello sea imposible porque todo parece indicar que Brigi decidió que esa parte de su vida privada se iba con ella. Creo comprender que me impulsa una necesidad distinta a la del memorialista irredimible: se trata de rasgar el olvido para que sea posible una memoria en la que el rencor aún no haya dejado sus huellas.

Al menos aquí, donde apostamos por “Nuestro Querer”, desearía invertir la sentencia borgeana y decir que aún el más feroz de los olvidos está hecho de alguna memoria. Puede ser una “falsa memoria”, como le llaman ahora, o una memoria fantaseada o fugitiva. Lo que no puede ser, al menos si se trata de un recuerdo amoroso, es una memoria carente de fe, sustento último del amor. La misma fe con la que ellos se escribieron aquellas cartas que hoy quisiera leer. 

Carlos Semorile