domingo, 4 de junio de 2017

Variaciones sobre la calle Vedia




Me escribe el Tata: “Vos viviste en la calle Vedia? A qué altura? Yo nací en el XXX de Vedia, en Saavedra, y ahora vivo en el mismo número de otra calle Vedia, en otro barrio… Será de Dios!!!” Le cuento que vivimos en Vedia 3480, casi esquina Roque Pérez, a dos cuadras de “la Phillips”, que mis padres construyeron “el chalé” a principios de los ´70 y que nos mudamos cuando volvimos de Chile –sería a fines del ´72-, con la casa sin terminar, y dormíamos los cuatro en la cocina. Nos habíamos ido rajando, y rajando regresamos…

Le digo que cuando mi viejo compró el terreno todavía existía la vieja Gral. Paz, con sus bulevares llenos de árboles y las casitas de los jardineros, que parecían de juguete. Pero en el proceso de levantar la casa, también hicieron la nueva Gral. Paz, puro cemento y muros de piedra, así que nunca fuimos a jugar al fútbol en aquel verde añorado. Así y todo, a veces sacábamos las sillas a la calle, y nos perseguíamos con una gringa preciosa, hija de unos vecinos…

La casa, en sí misma, era hermosa. Una cocina extensa como para patinar en ella, el jardín que fue colonizado por los innumerables conejos, el living de las fiestas memorables, la sala donde entre todos compaginábamos –día y noche- los impresos de Marucho, un balconcito aterrazado que usábamos como trampolín para hacer clavados en la pileta, los cuartos que nos hicieron elegir sobre el plano del arquitecto pero luego, generositos, los permutamos…

Después, mi viejo enfermó y luego murió, y en ese proceso suyo (y también después) nos asaltaron por lo menos una decena de veces -entre aprietes de los "services", y “choreos poliladrons”, pero siempre con grandes sustos-, y era imposible de mantener y vivíamos llenos de deudas. De esa época me quedó mi predilección por vivir en un lugar acorde a las reales posibilidades de uno...

Nos fuimos y volvimos varias veces, siguiendo las oscilaciones de los apuros económicos y los reiterados asaltos. La alquilamos, regresamos, se la prestamos a la familia de un amigo de la secundaria, la recuperamos, volvimos una vez más -y detrás nuestro los ladrones-, hasta que me fui a México y dejé un poder para que la casa se vendiese. Y se vendió. Releo lo que llevo escrito y percibo que a la casa siempre la llamamos “Vedia” -o a lo sumo “en Vedia”-, como si hablásemos de un lugar transitorio, el de nuestro exilio interno…

Pasan un par de días y el Tata me cuenta su versión de la calle Vedia: “Viví desde el ´41 hasta el ´51, la época más feliz de mi vida... A los 8 años íbamos corriendo por las arboledas de la Gral. Paz hasta la Philips, vi construir las casitas de los jardineros con sus techos empinados... Viví también la revolución de ´43, los tanques, las tropas. Mi abuelo Aquiles estaba en la Gral. Paz con los mellizos, uno de cada mano -tenían un año y pico-, y decía: ‘Tiran al aria’… Ma´ qué ‘aria’: había soldados en Vedia y Grecia, cuerpo a tierra, apuntado a la Esma, al lado del ombú de Adán Buenosayres…. Alberto lo cuenta…”

“A los 8, conseguimos laburo en una matricería, para hacer cierres de bolsones, y manejaba un balancín automático de 5 toneladas… No nos quedábamos a hacer horas extras porque a las 18 pasaban por Radio Splendid las aventuras de Tarzán… Vivimos también los Juegos Panamericanos: Delfo Cabrera, Fangio, Villorisi, Ascari, los hermanos Gálvez, todo por la Gral. Paz…”

Después, los recuerdos del Tata recrean un mundo de dichas compartidas: “Las camisetas del Campeonato Evita -de Independiente-, la pelota de cuero con tiento… Inventamos los carritos de rulemanes y nos tirábamos desde el Club Banco Nación… La murga que manejaba ‘el Peluqui’, la fogarata de San Juan, la billarda, el balero… Ya empezaban a poner ‘Perón 1952-1958’ en los autitos que ya eran como los verdaderos… Don Cesario, el correntino, que corría alrededor de la lamparita de la esquina: ‘Sosegate, che María!!!’…”

“La neblina a la mañana, camino al colegio… La sobrina de Miguel de Molina -Pura se llamaba-, y la tía de Roger Helou que paseaban a su hermanito, y con Jorge las acompañábamos… Te das cuenta? Tendrían 7 años las chicas… Cuando baldeaban el patio y se sentaban a descansar despatarradas,  nosotros nos tirábamos al suelo para pispear ‘algo’, y a mí me corrieron con una escoba: ‘Chiquito degeneradooo’… El carbonero de la esquina que puso una biblioteca, y los ricos del barrio leían ‘Propósitos’, de Barletta… El horno de cerámica que construyó mi viejo, y nosotros lo ayudábamos a hacer los resortes para la resistencia con alambre kanthal… El Ford T que armó en la sapie donde dormíamos todos… La parra de uva chinche…, el lecherito que las adolescentes distraían y las viejas le afanaban la chele…”

 El cierre es contundente y elegíaco: “Los juguetes para Reyes y el pan dulce y la sidra para las fiestas que nos mandaba Perón, qué alegría! Cómo no voy a ser peronista!... ‘Zambas, sí/penas, no’, es el primer recuerdo que tengo de una canción, será por eso que soy feliz…”.  

Pienso que los 20 años que hay desde que los Cedrón se mudaron a Mar del Plata hasta que nosotros llegamos a Saavedra, son los que van desde el golpe del ´55 hasta los años finales de la proscripción del peronismo, con las calles vaciándose de juegos y de niños, con la gente cada vez más metida adentro de sus casas… Para ir saliendo –primero de a poco, y luego masivamente- después de haber resistido en las cocinas peronistas, tomando mate y aprendiendo historia con las abuelas, los padres y los tíos porque “Los vencedores escriben la historia y los vencidos la cuentan”. Porque los “años felices” perduraron en la memoria –que es como un poncho enorme que nos cobija a todos-, y nunca faltó una guitarra para seguir cantando zambas…

Carlos Semorile