Hace casi dos semanas, hicimos una presentación de nuestro libro
“Huaco, la tierra que yo más amo” en la Universidad de las Artes, y en el marco
del Congreso Latinoamericano de Folklore. Salvo por la ausencia del jachallero José
Casas, el esquema fue el mismo que utilizamos en mayo en la Feria del Libro: unas
palabras introductorias del anfitrión Hugo Chumbita -para contextualizar la
figura de Dojorti/ Luna-, lectura de un par de textos breves, tres canciones a
cargo de Diego Capdevila, y Cristian Mallea -más dos jóvenes alumnos de su
Escuela de Dibujo “Eugenio Zoppi”- ilustrando los ejemplares.
Esto que se escribe fácil, es bastante arduo de llevar a la
práctica, pues supone combinar agendas, sumar voluntades, preparar materiales,
trasladarlos y trasladarse, y, finalmente, estar. Estuvimos desde un rato
antes, y nos quedamos un largo después, y en las tres presentaciones me pareció
advertir una situación al menos dilemática: el público estaba allí por su
propia voluntad y, de acuerdo a sus incumbencias específicas, entraba y salía
de la sala; pero en ninguna ocasión participó preguntando, interviniendo con
cuestionamientos o haciendo alguna sugerencia. Cuando salimos al patio, nos
topamos con una “performance” de tambores y bailarinas, y la apatía de minutos
antes súbitamente se trastocó en vivo interés. Ante la primacía del mero ritmo,
no pude evitar preguntarme: “¿Para quién
canto yo entonces?”
De esta y otras dudas, vino a rescatarme la lúcida mirada de
Antonia García Castro, recordándome que los tímidos –que somos legión- no
solemos exponernos en tales trances públicos; que la disposición espacial -que
reproduce el aula escolar, dividiendo los campos entre disertantes y público-
conspira en contra de casi cualquier diálogo; y que los lectores leemos de muy
diversas maneras los textos, por lo cual resultaba apresurado -y hasta
temerario- concluir que de allí no saldrían algunas lecturas y algunas visiones
sobre lo leído y escuchado. Como corolario, Chumbita le escribió a Mallea
diciéndole que nuestra presentación dejó “huellas”, y pidiendo los textos para
publicarlos.
Pero de esto nos enteramos después, porque en el medio viajamos a
San Juan, más precisamente a la X Feria de la Cultura Popular y el Libro de la
Municipalidad de Rawson. Como oportunamente señaló Mallea, la de Rawson no es
tanto una feria del libro –como las que conocemos-, como una verdadera fiesta
de la cultura popular. Ubicada en la plaza central del centro rawsino, se puede
acceder libre y gratuitamente desde cualquiera de sus costados para participar
de sus actividades y talleres de dibujo y de plástica, de lectura y narrativa,
de guión y de historieta que se hacían en distintas carpas, o para escuchar
músicos y artistas de géneros heterogéneos en varios escenarios al libre. O,
simplemente, andar “por la libre”, recorriendo los puestos, tomando mate en el
pasto, o comiendo una empanada y tomando una cerveza.
La primera sorpresa grata fue que nos ubicaron en la “Carpa
Creativa”, y no en alguna de las destinadas a los “escritores”. Entrando nomás
a la carpa, nos recibió una notable escultura en papel, realizada por el joven
Leonardo Herrera en base a la maravillosa ilustración de Mallea que embellece y
dignifica la tapa del “libro de Huaco”. Pero, además, otros jóvenes escultores
rawsinos realizaron distintas obras que representan a los personajes de los
cuentos de los escritores huaqueños que recopilamos en “La tierra que yo más
amo”. Eso, en sí mismo, ya significa un diálogo fecundo, pero también ha
generado un proyecto de plasmar estas mismas obras –u otras que vayan
surgiendo- en las paredes y los muros de La Villa de Jáchal, localidad que, por
increíble que parezca, la mayoría de estos muchachos no conocen.
No menos gratificante fue que varias personas mencionaran el paso
de Ernesto Jauretche por la feria, llevando en mano nuestro primer trabajo
sobre Buenaventura, y haciendo conocer a los propios sanjuaninos el pensamiento
social y político de Dojorti/Luna, generando una expectativa por sus “papeles”
que ahora nos pone en la dulce obligación de ver cómo respondemos ante tanta
demanda.
También fue dichoso poder participar como oyente de uno de los
talleres de Mallea, orientado a futuros dibujantes y guionistas, reflexionando
en voz alta sobre los recursos que suelen utilizar tanto cineastas como
historietistas para generar relatos que lleguen al corazón del lector. Todavía
me maravilla el modo en que los fue llevando de los conocidos personajes del
cine anglosajón, hacia una historia de colonización, saqueo y codicia, pero
también de coraje, resistencia e identidad, que estos chicos plasmaron
bellamente en un dibujo colectivo que tiene trazos de genuino talento en
potencia y en acto.
Inclusive fueron productivas “las horas muertas”, esas que conocen
bien todos los feriantes que en el mundo han sido y serán, cuando con Casas nos
quedábamos momentáneamente a cargo del stand, y reconocíamos nuestra impericia
absoluta para vender, ya no digamos un libro, sino un simple señalador.
Momentos que aprovechábamos para seguir conversando del futuro libro que nos
convoca junto a Mallea, y para el cual también anduvimos de periplos y
búsquedas.
Siento que estas cuatro semi jornadas “carperas” junto con Héctor
Benítez –la cuarta pata de Ediciones La Montaña-, representan un antes y un
después en mi lento aprendizaje de aquellas cosas que tantas veces, y de tantos
modos, me ha dicho Antonia respecto de que “es
absolutamente necesaria la valoración de los trabajos y el impacto, por pequeño
que pueda producir, en otros. Luego, la cadena, el tema de los interlocutores:
con quiénes estamos haciendo, con quiénes estamos dialogando, con quiénes nos
escuchamos, trabajamos, etc. Más que nunca, me parece indispensable reforzar
todos estos vínculos que encuentran su razón de ser en sí mismos, en el hecho
de ser irremediablemente diferentes a los que hoy mandan”. Un camino que,
entiendo, va por los márgenes, y genera cauces aún desde las orillas.
Carlos Semorile