miércoles, 10 de octubre de 2018

Por los márgenes



Hace casi dos semanas, hicimos una presentación de nuestro libro “Huaco, la tierra que yo más amo” en la Universidad de las Artes, y en el marco del Congreso Latinoamericano de Folklore. Salvo por la ausencia del jachallero José Casas, el esquema fue el mismo que utilizamos en mayo en la Feria del Libro: unas palabras introductorias del anfitrión Hugo Chumbita -para contextualizar la figura de Dojorti/ Luna-, lectura de un par de textos breves, tres canciones a cargo de Diego Capdevila, y Cristian Mallea -más dos jóvenes alumnos de su Escuela de Dibujo “Eugenio Zoppi”- ilustrando los ejemplares. 

Esto que se escribe fácil, es bastante arduo de llevar a la práctica, pues supone combinar agendas, sumar voluntades, preparar materiales, trasladarlos y trasladarse, y, finalmente, estar. Estuvimos desde un rato antes, y nos quedamos un largo después, y en las tres presentaciones me pareció advertir una situación al menos dilemática: el público estaba allí por su propia voluntad y, de acuerdo a sus incumbencias específicas, entraba y salía de la sala; pero en ninguna ocasión participó preguntando, interviniendo con cuestionamientos o haciendo alguna sugerencia. Cuando salimos al patio, nos topamos con una “performance” de tambores y bailarinas, y la apatía de minutos antes súbitamente se trastocó en vivo interés. Ante la primacía del mero ritmo, no pude evitar preguntarme: “¿Para quién canto yo entonces?”

De esta y otras dudas, vino a rescatarme la lúcida mirada de Antonia García Castro, recordándome que los tímidos –que somos legión- no solemos exponernos en tales trances públicos; que la disposición espacial -que reproduce el aula escolar, dividiendo los campos entre disertantes y público- conspira en contra de casi cualquier diálogo; y que los lectores leemos de muy diversas maneras los textos, por lo cual resultaba apresurado -y hasta temerario- concluir que de allí no saldrían algunas lecturas y algunas visiones sobre lo leído y escuchado. Como corolario, Chumbita le escribió a Mallea diciéndole que nuestra presentación dejó “huellas”, y pidiendo los textos para publicarlos.

Pero de esto nos enteramos después, porque en el medio viajamos a San Juan, más precisamente a la X Feria de la Cultura Popular y el Libro de la Municipalidad de Rawson. Como oportunamente señaló Mallea, la de Rawson no es tanto una feria del libro –como las que conocemos-, como una verdadera fiesta de la cultura popular. Ubicada en la plaza central del centro rawsino, se puede acceder libre y gratuitamente desde cualquiera de sus costados para participar de sus actividades y talleres de dibujo y de plástica, de lectura y narrativa, de guión y de historieta que se hacían en distintas carpas, o para escuchar músicos y artistas de géneros heterogéneos en varios escenarios al libre. O, simplemente, andar “por la libre”, recorriendo los puestos, tomando mate en el pasto, o comiendo una empanada y tomando una cerveza.

La primera sorpresa grata fue que nos ubicaron en la “Carpa Creativa”, y no en alguna de las destinadas a los “escritores”. Entrando nomás a la carpa, nos recibió una notable escultura en papel, realizada por el joven Leonardo Herrera en base a la maravillosa ilustración de Mallea que embellece y dignifica la tapa del “libro de Huaco”. Pero, además, otros jóvenes escultores rawsinos realizaron distintas obras que representan a los personajes de los cuentos de los escritores huaqueños que recopilamos en “La tierra que yo más amo”. Eso, en sí mismo, ya significa un diálogo fecundo, pero también ha generado un proyecto de plasmar estas mismas obras –u otras que vayan surgiendo- en las paredes y los muros de La Villa de Jáchal, localidad que, por increíble que parezca, la mayoría de estos muchachos no conocen.

No menos gratificante fue que varias personas mencionaran el paso de Ernesto Jauretche por la feria, llevando en mano nuestro primer trabajo sobre Buenaventura, y haciendo conocer a los propios sanjuaninos el pensamiento social y político de Dojorti/Luna, generando una expectativa por sus “papeles” que ahora nos pone en la dulce obligación de ver cómo respondemos ante tanta demanda.  

También fue dichoso poder participar como oyente de uno de los talleres de Mallea, orientado a futuros dibujantes y guionistas, reflexionando en voz alta sobre los recursos que suelen utilizar tanto cineastas como historietistas para generar relatos que lleguen al corazón del lector. Todavía me maravilla el modo en que los fue llevando de los conocidos personajes del cine anglosajón, hacia una historia de colonización, saqueo y codicia, pero también de coraje, resistencia e identidad, que estos chicos plasmaron bellamente en un dibujo colectivo que tiene trazos de genuino talento en potencia y en acto.   

Inclusive fueron productivas “las horas muertas”, esas que conocen bien todos los feriantes que en el mundo han sido y serán, cuando con Casas nos quedábamos momentáneamente a cargo del stand, y reconocíamos nuestra impericia absoluta para vender, ya no digamos un libro, sino un simple señalador. Momentos que aprovechábamos para seguir conversando del futuro libro que nos convoca junto a Mallea, y para el cual también anduvimos de periplos y búsquedas.

Siento que estas cuatro semi jornadas “carperas” junto con Héctor Benítez –la cuarta pata de Ediciones La Montaña-, representan un antes y un después en mi lento aprendizaje de aquellas cosas que tantas veces, y de tantos modos, me ha dicho Antonia respecto de que “es absolutamente necesaria la valoración de los trabajos y el impacto, por pequeño que pueda producir, en otros. Luego, la cadena, el tema de los interlocutores: con quiénes estamos haciendo, con quiénes estamos dialogando, con quiénes nos escuchamos, trabajamos, etc. Más que nunca, me parece indispensable reforzar todos estos vínculos que encuentran su razón de ser en sí mismos, en el hecho de ser irremediablemente diferentes a los que hoy mandan”. Un camino que, entiendo, va por los márgenes, y genera cauces aún desde las orillas.

 Carlos Semorile