En Ecuador, ocho ancianas viven solas en un caserío. Ya no quedan hombres: los maridos murieron, todos los hijos se fueron. Subsisten con la agricultura a pequeña escala que ellas mismas practican, y se niegan a salir de ahí a pesar de la insistencia de los familiares para que ellas se vayan a la ciudad. No imaginan otra vida. No se imaginan en la soledad de una urbe porque es en esa aldea justamente que no están solas. Se tienen a ellas mismas.
En el sur de México, una escuela implementó
que un día a la semana las escolares vayan a clases con su traje indígena. Las
niñas son felices con su vestido blanco bordado con coloridos diseños que las
identifica con sus orígenes.
En Guatemala, un grupo de mujeres ha
desarrollado un proyecto para salvar las abejas y con cuya producción de miel
logran hacer su ingreso.
Y así, también en ámbitos urbanos y
periféricos también existen personas que buscan alguna forma de construir algo
diferente: un profesor de matemáticas que difunde esa disciplina mediante
juegos; un deportista que instauró campeonatos en la periferia; una mujer, que
cansada de la basura, decide limpiar y embellecer su calle.
Hasta en los lugares más impensados, hay
alguien haciendo algo. Algo extraordinario.
Visto de cierta manera, esto puede parecer
mínimo en cuanto al territorio o número de seres humanos que afecta. Pero es inmenso
en cuanto a lo que promueve: una forma distinta de ser, de convivir, de
entregarse. Una manera altruista de actuar, sea en un recinto deportivo,
artístico; en una sala de clases; en un barrio; o en un villorrio habitado por
sólo algunas mujeres. Y si bien es cierto que, hoy, está masivamente
difundida la práctica de esos “pequeños cambios diarios”, como crear un huerto
en un balcón, la cantidad de formas de forjar transformaciones es infinita. Y todo
quien quiera puede sumarse a ello con lo que tenga a su alcance.
“Si no
luchas por algo, morirás por nada” es una de las más célebres frases de Malcolm
X. Ese líder autodidacta, irreverente, intransigente. Sus lúcidos discursos y
agudas opiniones todavía son recordados y admirados. Aún fascina la entrega
completa de este hombre cuyas acciones se enfocaban, sin excepción, a remover
todo lo que le resultaba urgente y necesario remover.
En este punto de inflexión en el cual
vivimos, a cada cual decidir si se sentará a seguir escuchando los masivos
anuncios de una pronta catástrofe o bien resuelve pensar, vivir, participar, obrar,
en consecuencia con la convicción de que sí se puede, aunque parezca minúsculo
e imperceptible, hacer algo extraordinario.
Valeria Matus