sábado, 17 de septiembre de 2011

Un profesor


En versión corta (en relación a una que ha circulado en otros ámbitos), este es un relato de ficción sobre hechos ciertos y un personaje verdadero: Jacques Alesi, profesor de francés, nivel secundario, en una ciudad del norte de Francia. En el año 1951 inició su primera coloniade vacaciones con alumnos de clase de “cinquième” (12 años). Hoy jubilado, sigue dirigiendo esas colonias de vacaciones. Estamos editando una entrevista realizada con él en el año 2004. La publicaremos próximamente en castellano. Este cuentito vendría a ser una introducción. 

***
 
En el pueblo de C. casi todos somos de un país. De otro país. Y en la escuela, esto se nota más que nada en los nombres. Mamadou, Rachida, Alfonso (ese soy yo), Youssef. De vez en cuando aparece un Michel, o un Jacques, como el viejo Alesi, que nos hace clases de redacción. Pero es raro. También se nota en la piel que uno vino de lejos. Los hay de color negro, café con leche, y amarillo. Yo soy morocho. Eso, acá, se dice tal cual lo dije: café con leche. Y yo me adapto. La que se pone contenta cuando yo me adapto es mi vieja. En el avión que nos trajo a Francia, se le dio por repetir “vamos a tener que adaptarnos Al, vamos a tener que adaptarnos, hijito”. A mí me da vergüenza cuando la vieja me dice “hijito”. Por suerte lo dice en castellano y nadie le entiende. Prefiero “Al”, como el bandido. Hay que ser un poco bandido porque así a uno le tienen miedo. Por eso, lo de la gorra. Me la pongo al revés y ando con las manos en los bolsillos. Si no, no hay forma. Te puede pasar lo que le pasó a Mamadou. Fue en la clase donde van los pibes que vienen llegando y no hablan francés. Mamadou era el más chiquito, tendría unos seis años, y siempre andaba con un saco de cuero amarillo, cerrado. Un día, la Madame le pidió que se lo sacara y que lo colgara. Mamadou no se movió. La Madame volvió a repetir. El pibe, como si nada. Ella se enojó, subió la voz. Pero Mamadou seguía sentado. De repente, la Madame pegó un grito y lo entró a correr. El pibe rajó. La Madame y Mamadou le daban vueltas a la sala de clases. Todos los chicos se reían. Hasta que ella lo atrapó, y ahí no más, le bajó el cierre. Mamadou no tenía remera. No tenía camisa. No tenía nada debajo del saco, salvo la piel del pecho, que también era negra. La Madame siguió gritando “que a quién se le ocurre...”, “que hay que vestirse”. Digamos, creo que dijo eso. En esa época, yo no hablaba mucho francés. Ahora hablo. También lo escribo. Pero me cuestan las redacciones. Así le llaman a una historia que los alumnos escriben sobre algún tema. Después te ponen nota. Yo nunca tengo buena nota y es por los respiros, dice Alesi, y por el desorden de las ideas. El viejo quiere que los que venimos de otro país, le hagamos una redacción sobre nuestro viaje y la llegada a Francia, con nuestras impresiones. Los que son de acá tienen tema libre. Es una pena que yo no tenga tema libre porque el viaje nuestro fue de lo más aburrido. Un montón de horas, encerrados en un avión con vista a un cielo lleno de agua y de nubes. Por eso pensé que a lo mejor uno podría escribir sobre el viaje de otro, y traté de imaginarme cómo habrá sido el viaje de Mamadou. No le puedo preguntar porque no vamos más a la misma escuela, él sigue en la primaria, y yo voy al “collège”, como corresponde a los que tienen más de once años (yo tengo doce). Pero se me ocurre que el viaje de Mamadou tiene que haber sido muy triste. Porque, en general, es triste ser negro. Esto, algún día, lo voy a tener que explicar. Y es que en la escuela no sólo cuentan los colores sino también si sos político o si sos económico. Hay gente que no lo entiende. Mi vieja, por ejemplo. Dice: “todos los niños del mundo son iguales”. Y no es así. Porque si sos político, apenas café con leche (como yo), te miran con sonrisas, sacuden la cabeza, y dicen “pobrecito”. Pero si sos económico, y más encima negro (como Mamadou), te persiguen por la sala de clases y te dejan en bolas. El viejo Alesi es una excepción. Y es una excepción importante porque mide dos metros de alto y por lo menos uno de ancho. Tiene una panza enorme y una nariz que le hace juego. Cuando se enoja, la nariz se le mueve, la boca ladra y pequeñas gotas de saliva saltan alrededor. Los alumnos bajan la cabeza y se miran. A mí, lo que me impresiona es la voz. Como de terremoto. Al viejo Alesi le da lo mismo la ropa de sus alumnos, y no hace diferencias entre económicos y políticos, negros, blancos y amarillos. Nos lleva de vacaciones. Los demás se impactan cuando yo digo que es cierto, que el año pasado fuimos a Grecia. No creen que es posible, porque en el pueblo de C. los pibes de cualquier país somos pobres. Pero el viejo tiene sus rebusques. Y si uno no puede poner plata, da igual, Alesi te lleva. Y si vos no tenés papeles, o sea documentos, también te lleva. Yo, por ejemplo, no tenía visa para ir a Grecia, y me escondieron bajo un asiento del micro, cuando los guardias de la frontera hicieron el control. “De rigor”, que le llaman. Fue lindo ese viaje. Durante todas las horas que anduvimos en barco y en micro, y fueron muchas, tres días nos demoramos, yo iba pensando que el viaje era de mentira, que no íbamos a Grecia, que volvíamos a casa. Lo malo es que te obliguen a escribir sobre un viaje cuando, en realidad, el que importa es el otro. El viaje de vuelta. Y ese no lo puedo contar porque todavía no he vuelto. Así fue como tuve la idea de escribir una redacción sobre Mamadou. Pero el viejo Alesi me dijo que no, que no va, que cada cual tiene su historia y que está bien compartirla. Y dijo también que nosotros, los pibes del pueblo de C. que somos de un país que no es éste, un poco éramos “huerfanitos de patria”, y que los pibes que sí son de acá, nos adoptan, y son fraternos, y que para ser fraternos, lo mejor es conocerse. Yo, para ser franco, no entendí bien este asunto y me enojé en serio. Le dije que yo no era huerfanito de nadie, que tenía mamá y papá, y aunque mi viejo quedó encerrado en un hospital, pero sin gravedad y a mucha honra, ya pronto lo largan y se viene con nosotros. Le dije que eso de ser huérfano de patria no debe ser tan así porque en mi país, que no es imperio (eso lo dice mi vieja), cabe varias veces este país, que sí es imperio. Y que, de últimas, el gol a los ingleses lo metió Maradona. Alesi se me quedó mirando, y me dijo que bueno, que no me embalara, que yo siempre me andaba embalando, y que por eso, no me ponía mejor nota. Que las ideas había que anotarlas, luego ordenarlas, seleccionarlas, desarrollarlas. En eso estoy. El borrador lo hago en criollo, si no las ideas se me confunden y no hay respiro. Debe ser porque me parezco a mi vieja. Pobre vieja. Para que no sufra, yo me voy adaptando. Al profesor, le voy a escribir algo sobre el viaje de ida, sin agua y sin nubes pero con muchas impresiones. Es bueno el viejo Alesi, y además, tiene un lindo nombre. En francés se pronuncia exactamente igual que “allez-y!”, con punto de exclamación, que quiere decir “vayan”. O sea: ¡vuelvan!
Antonia