Aburrido de recorrer la ciudad
con su valija a cuestas para vender —por lo menos— doce manteles diarios, harto
de gastar suelas, cansado de usar los pies, Gaspar decidió caminar sobre las
manos. Desde ese momento, todos los feriados del mes se los pasó encerrado en
el altillo de su casa, practicando posturas frente al espejo. Al principio, le
costó bastante esfuerzo mantenerse en equilibrio con las piernas para arriba,
pero al cabo de reiteradas pruebas el buen muchacho logró marchar del revés con
asombrosa habilidad. Una vez conseguido esto, dedicó todo su empeño para
desplazarse sosteniendo la valija con cualquiera de sus pies descalzos. Pronto
pudo hacerlo y su destreza lo alentó.
—¡Desde hoy, basta de zapatos!
¡Saldré a vender mis manteles caminando sobre las manos! —exclamó Gaspar una
mañana, mientras desayunaba. Y —dicho y hecho— se dispuso a iniciar esa jornada
de trabajo andando sobre las manos.
Su vecina barría la vereda cuando
lo vio salir. Gaspar la saludó al pasar, quitándose caballerosamente la galera:
—Buenos días, doña Ramona. ¿Qué tal los canarios?
Pero como la señora permaneció
boquiabierta, el muchacho volvió a colocarse la galera y dobló la esquina. Para
no fatigarse, colgaba un rato de su pie izquierdo y otro del derecho la valija
con los manteles, mientras hacía complicadas contorsiones a fin de alcanzar los
timbres de las casas sin ponerse de pie.
Lamentablemente, a pesar de su
entusiasmo, esa mañana no vendió ni siquiera un mantel. ¡Ninguna persona
confiaba en ese vendedor domiciliario que se presentaba caminando sobre las
manos!
—Me rechazan porque soy el
primero que se atreve a cambiar la costumbre de marchar sobre las piernas... Si
supieran qué distinto se ve el mundo de esta manera, me imitarían...Paciencia...
Ya impondré la moda de caminar sobre las manos... —pensó Gaspar, y se aprestó a
cruzar una amplia avenida.
Nunca lo hubiera hecho: ya era el
mediodía... los autos circulaban casi pegados unos contra otros. Cientos de
personas transitaban apuradas de aquí para allá.
—¡Cuidado! ¡Un loco suelto!
—gritaron a coro al ver a Gaspar. El muchacho las escuchó divertido y siguió
atravesando la avenida sobre sus manos, lo más campante.
—¿Loco yo? Bah, opiniones...
Pero la gente se aglomeró de
inmediato a su alrededor y los vehículos lo aturdieron con sus bocinazos,
tratando de deshacer el atascamiento que había provocado con su singular manera
de caminar. En un instante, tres vigilantes lo rodearon.
—Está detenido —aseguró uno de
ellos, tomándolo de las rodillas, mientras los otros dos se comunicaban por
radioteléfono con el Departamento Central de Policía. ¡Pobre Gaspar! Un camión
celular lo condujo a la comisaría más próxima, y allí fue interrogado por
innumerables policías:
—¿Por qué camina con las manos?
¡Es muy sospechoso! ¿Qué oculta en esos guantes? ¡Confiese! ¡Hable!
Ese día, los ladrones de la
ciudad asaltaron los bancos con absoluta tranquilidad: toda la policía estaba
ocupadísima con el "Caso Gaspar—sujeto sospechoso que marcha sobre las
manos".
A pesar de que no sabía qué hacer
para salir de esa difícil situación, el muchacho mantenía la calma y
—¡sorprendente!— continuaba haciendo equilibrio sobre sus manos ante la furiosa
mirada de tantos vigilantes. Finalmente se le ocurrió preguntar:
—¿Está prohibido caminar sobre
las manos?
El jefe de policía tragó saliva y
le repitió la pregunta al comisario número 1, el comisario número 1 se la
transmitió al número 2, el número 2 al número 3, el número 3 al número 4... En
un momento, todo el Departamento Central de Policía se preguntaba: ¿ESTA
PROHIBIDO CAMINAR SOBRE LAS MANOS? Y por más que buscaron en pilas de libros
durante varias horas, esa prohibición no apareció. No, señor. ¡No existía
ninguna ley que prohibiera marchar sobre las manos ni tampoco otra que obligara
a usar exclusivamente los pies!
Así fue como Gaspar recobró la
libertad de hacer lo que se le antojara, siempre que no molestara a los demás
con su conducta. Radiante, volvió a salir a la calle andando sobre las manos. Y
por la calle debe encontrarse en este momento, con sus guantes, su galera y su
valija, ofreciendo manteles a domicilio... ¡Y caminando sobre las manos!
Copyright Elsa Bornemann c/o
Guillermo Schavelzon & Asoc., Agencia Literaria