(A raíz de este auge pontificio,
comento en el muro de la amiga Teresa Perrone mis ganas de vivir alguna vez
bajo un completo sistema republicano. Teresa, de onda, me advierte que hay
repúblicas islamistas, feítas-feítas, y eso me lleva a recordar este ya lejano
episodio):
Ay!, el Islam, Teresa. Hace
muchos años atrás, estando yo con una amiga, me reencontré con un primo lejano
que se había casado con la mejor amiga de la más tierna infancia de mi amiga
(se entiende, no?). Para celebrar ambos reencuentros, los invité a los 3 a mi casa, una semana más tarde, a cenar unas lentejas
bien criollazas. Mi primo y su mujer me aclararon que ellos eran vegetarianos y
que aceptaban las lentejas, pero sin chorizo colorado, sin panceta, sin
pimentón, en fin…
La cosa es que durante el
encuentro, nos contaron que, junto con estar culminando la carrera de
Psicología, ambos eran aplicados estudiosos de Lacan, del cual leían la mismas
3 páginas desde hacía un año en un grupo “ad hoc”, intentando desentrañar su
sentido más hondo. Ipso facto, nos dijeron que, además, los dos se habían
pasado al Islam, y que ahora, luego de años de catolicismo en un caso, y de
agnosticismo en el otro, eran devotos de Mahoma. Imaginate: quisimos saber cómo
compaginaban el Islam con Lacan. Las explicaciones se sucedían pero no eran
demasiado satisfactorias: eran, para que te des una idea, una lectura lacaniana
del Islam y, en otros momentos, una lectura islamista de Lacan.
Mientras tanto, estos amigos tan
eclécticos abandonaron las lentejas sanitas y comenzaron a dar cuenta de las
lentejas hechas con panceta, chorizo colorado y la mar en coche. También se
pasaron del agua mineral al vino, y vaya uno a saber si alguno de estos cambios
fue el detonante de un cuasi cisma que se produjo en la pareja. Sucedió cuando
la amiga de mi amiga dijo que ellos creían en las 4 verdades del Islam, y mi
primo la reprendió con un brillo asesino en los ojos: “Las 5 verdades”, la
corrigió, y pasó a enumerarlas. Fue un momento tenso, acaso por el abandono de
la dieta vegetariana, tal vez por el seminario inconcluso de Lacan, o quizás
por esas divergencias en la cantidad de verdades que caben en una fe. Luego, la
cosa se recompuso entre ellos, e incluso se terminaron el vino y las lentejas
buenas (o sea, las nuestras).
Nunca más volví a verlos. Y desde
aquella infausta noche desconfío del Islam, de Lacan, y de los que se proclaman
vegetarianos pero sucumben ante un plato de lentejas como las que me enseñó a
hacer mi abuela.
(Addenda para el consejo de la
amiga Teresa: temo que si se estableciera una república islámica argenta, no me
dejarían comer lentejas y me harían estudiar a Lacan).
Carlos Semorile