viernes, 4 de enero de 2019

Los soñadores


Érase una mujer que estaba enamorada de un hombre que no le correspondía. Sólo habían tenido tiempo atrás una relación pasajera y ella así lo aceptaba. En algún evento, alguien la abordó con cierto ánimo seductor. Instintivamente, ella colocó sus manos sobre su escote, pensando que sin querer se había descuidado y que con ello había dado una señal equívoca. Cuando un día, hablando de su amor imposible, me contó esta anécdota, dijo: “yo le soy fiel aun cuando no esté conmigo e incluso si ni siquiera está aquí para verme.”

En los años 90´, ya parecía esto una idea bastante singular. Algo obsesiva, cosa que en efecto ella era. Hoy en día, sería considerado una soberana idiotez. Una sensiblería ridícula. Pero en realidad no se trataba de un delirio romántico, sino que era un comportamiento bastante más pragmático del que demostraría alguien que opine que lo sensato era olvidar y buscarse a otro –como si olvidar fuera un acto de mera voluntad y como si el “otro” se tratara de un florero. Es cierto que ella no estaba interesada en asuntos amorosos. Era una mujer de carácter fuerte, muy carismática e independiente. También era atractiva y coqueta. Se pintaba siempre los labios de un rojo bien fuerte. Tenía muchas amistades, salía, cantaba y tocaba la guitarra, reía a carcajadas.

Pero también era una persona que tenía la firme convicción de que se debía ser íntegra y consecuente consigo misma. Y así como era hacendosa, así como actuaba con sus amigos de manera generosa y desinteresada, estaba convencida de que una debía serle fiel al hombre que amaba. Se había impuesto esa norma y nada ni nadie le impedirían obedecerla. Nadie la obligaba. Eligió hacerlo. Así como alguien elige aprender álgebra o tocar el piano y se empeña en el rigor. Y acataba aunque fuera bajo su única mirada y la mirada del que no estaba. Pertenecía a la clase que Milan Kundera describe como los “soñadores”, “aquéllos que viven bajo la mirada imaginaria de personas ausentes.” 


Valeria Matus