martes, 19 de agosto de 2014

Estar en Valdivia, ese día, en ese momento



Mis padres mantuvieron siempre en las conversaciones familiares el recuerdo de los estudiantes (compañeros, alumnos y amigos) de la Universidad Austral que fueron ejecutados o desaparecidos luego del Golpe. Se nombraban en las sobremesas, en las reuniones con amigos chilenos, porque su recuerdo producía una tristeza y una impotencia que no podía, debía, ni quería olvidarse. Mi padre publicó incluso, cuando volvimos, un artículo para un diario que se tituló “Mis alumnos fusilados”. 

Hace unos años, me enteré que la Universidad iba a hacer un monolito con sus nombres y que se realizaría un homenaje. Asistieron muchas personas de esa época. Personas que ya no vivían en Valdivia hacía mucho tiempo. Amigos muy queridos, profesores, escritores, también las familias involucradas con las cuales habíamos perdido todo contacto. Yo viajé en bus desde Santiago la noche anterior y a la vida se le ocurrió coordinar la asombrosa casualidad de instalarme al lado de un matrimonio amigo, que había visto por última vez en Alemania en el verano de 1987, antes de regresar definitivamente a Chile. Ellos también iban a la ceremonia. 

Recientes reencuentros me hicieron recordar ese evento. ¿Por qué fue tan importante que todos los que, de alguna manera, estábamos relacionados quisimos estar presentes? El daño no iba a ser reparado. Por una simple razón: es irreparable. Y no hay medida alguna que pueda alivianarlo siquiera. ¿Por memoria? Por una parte, sí. La memoria es fundamental y no hace falta explicarlo. Pero, ¿se trataba esto sólo de memoria? ¿Sólo porque no olvidó alguien realizó todos los trámites que hubo que hacer para que esta actividad se concretara? ¿Sólo porque recuerdan tantas personas viajaron hasta allá, la mayoría desde lejos? ¿Sólo por hacer memoria alguien escribió un poema desgarrador de nostalgia? 

Estar ahí era un desacato. Una desobediencia a la Historia que ocurrió y no debía haber ocurrido. Estábamos ahí todos los que estábamos destinados a crecer juntos bajo el alero de la Universidad Austral. De no haber existido el Golpe de Estado, hubiéramos pasado al menos nuestra infancia y adolescencia en ese entorno. Hubiéramos compartido asados en casa de nuestros padres para el 18, nuestros primos se hubieran conocido entre sí en nuestros cumpleaños, hubiéramos hecho paseos a la playa en verano cuando Valdivia hubiera regalado unos rayos de sol. Pero a poco tiempo de nacer, ya nos encontrábamos en mundos que nada tenían que ver con esa lluviosa ciudad del sur de Chile. Y sin embargo, ese día, en ese momento, estuvimos todos juntos de nuevo. Todos los que la dictadura separó antes siquiera que tuviéramos, precisamente memoria, nos volvimos a encontrar. En esa jornada, estuvimos reunidos como lo hubiéramos estado si ese acto hubiera sido, por ejemplo, los funerales de mi padre si hubiera jubilado ahí en la Facultad de Letras y lo hubiéramos despedido en presencia de sus amigos, colegas, de sus alumnos y los hijos de sus alumnos.

Tal vez nunca vamos a congregarnos de nuevo los mismos. Cada uno volvió a la historia real: separados. Algunos mantenemos lejano contacto, sin más. No nos conocemos, no crecimos juntos y eso es irreparable, lo dije al principio. Pero no importa. El monolito permanece y los nuevos estudiantes pueden conocer y recordar a los estudiantes que pasaron por ahí antes que ellos. Y nosotros, seguimos nuestra rutina, lidiando con el Chile cotidiano, absorbidos muchas veces, la mayoría de las veces, en funciones, tareas, labores. Bueno, eso no hubiera sido diferente en ninguna otra vida. Pero en esta vida que tenemos hoy, a pesar del quiebre inicial que sufrió, no nos construimos y reconstruimos desde el vacío. Sabemos de dónde provenimos y a quiénes nos debemos. Hemos manifestado, en ésa y otras ocasiones, que hemos elegido vivir bajo ciertas prioridades y ciertos respetos. Y que aunque ya transcurrieron 33 años, 40 años, casi 41 años, exigimos y nos exigimos, desde lo más genuino, no desligarnos, no olvidar a los que  ya no están y sobre todo, por qué ya no están.

Valeria Matus