De ninguna
manera lo que sigue nos va a consolar por la tragedia que acaba de producirse
en la escuela n°49 de Moreno, provincia de Buenos Aires. No es la intención. Tampoco equivale a retirar al gobierno, a los funcionarios
implicados, su responsabilidad. La tragedia de Moreno* encuentra su origen en
una política pública cuyo leitmotiv parece ser el abandono y quizás el
exterminio. En todos los sentidos: “que revienten los pobres”, “exterminar a
los pobres”. No la pobreza. No estamos escasos de pensadores, ni en este país
ni en otros, que insisten a contra-corriente de los “nuevos tiempos” sobre el
rol del Estado, sobre lo que es lo público, sobre qué tareas le corresponden a
quién y a qué estructuras en función del “bien de todos”. Una noción que suena
hoy algo surrealista, anacrónica, prácticamente una expresión de ficción, como
años atrás “marcianos” o “platillo volador”. Pero sin perder de vista este
escenario del conflicto, donde lo público es lo público, y donde existen
responsabilidades precisas*, hoy no asumidas por quienes fueron mandatados con
ese fin y no otro, cabe prestar atención a ciertos espacios donde suceden cosas
que –a término– pueden dar lugar a otra manera de entender lo que es político y
el rol de cada uno en ese ámbito que no está nunca dado de antemano ni de una
vez por todas.
En el año 2017,
en Buenos Aires, se generó un amplio movimiento de denuncia y rechazo ante una
propuesta de reforma educativa llamada “Secundaria del Futuro”. Entre los
cambios considerados, el quinto año estaría en parte dedicado a realizar pasantías y trabajos en empresas. Publicitada en términos de mejoría, poniendo en
relieve lo que sería una primera experiencia laboral para los estudiantes, la
reforma fue interpretada por amplios sectores de la comunidad educativa como un
ataque a la formación de los chicos, con vistas a generar mano de obra barata
para las empresas. En ese contexto hubo tomas en las escuelas secundarias
porteñas. Las tomas dieron lugar a asambleas donde cada escuela analizó en
detalle los contenidos de la reforma y sus implicaciones. Ese fue el escenario
central, por así decirlo, de la disputa.
En paralelo, en una de las escuelas tomadas,
donde también se organizaron asambleas y se discutió la reforma, un grupo de
estudiantes decidió aprovechar el tiempo de la toma para -además- hacer otra cosa. Para
refaccionarla. La escuela en cuestión era la escuela técnica Fernando Fader. Ubicada
en el barrio de Flores, la escuela brinda formación en tres especialidades:
diseño de interiores, diseño publicitario y artesanías aplicadas. Se trata de
un edificio muy antiguo, una vieja casona como aquellas que nombre Arlt en una
de sus aguafuertes. En repetidas ocasiones, desde el Fader se hicieron los
correspondientes pedidos por las malas condiciones edilicias. Estos pedidos no
fueron atendidos. Los chicos pusieron entonces sus propios conocimientos al
servicio de esa tarea.
Uno de los llamados que circularon en esos días
fue este: “Necesitamos ayuda en el aula 1. Gente que lije, pinte, pase enduido,
barra, sirva mates, todo sirve” (18/09/2017).
Durante un mes, los chicos trabajaron. Estas son
algunas imágenes del proceso.
En este caso se pudo. Bien por los chicos. Bien
por sus maestros. La experiencia da cuenta de una variedad de aprendizajes,
empezando por los técnicos, los manuales, las habilidades de los participantes,
pero también y de manera decisiva, los que dicen relación con cómo nos paramos
en el mundo, cómo proyectamos los saberes, cómo las personas se hacen cargo de
la parte que les corresponde o que no les corresponde pero haciéndola de todas
formas porque han descubierto sus capacidades. Las de cada uno por separado y
las de unos con otros. Las capacidades que se desarrollan plenamente, logrando
una transformación significativa, en el trabajo conjunto.
Una vez
finalizada la toma, los jóvenes mandaron otro mensaje: “Primer día de clases en
el Fader después de la toma, a arrancar con todo que la lucha se da tanto fuera
como dentro de las aulas”.
Dentro de las
personas también. ¿Cómo será descubrir de pronto que uno, que pensaba depender
de tal o cual institución para tareas consideradas de suma importancia, puede hacerlas? No
solo. Con otros. ¿Qué no siempre es preciso delegar? Que es necesario, en determinadas
situaciones, cambiar la perspectiva, no obnubilarse con la línea vertical que
nos lleva a permanecer bajo dependencia de los poderosos, para experimentar
otras dimensiones, otras modalidades de lo que puede cada cual, en línea horizontal
y codo a codo. No ya el Poder, en mayúscula, rotundo, hegemónico, sino algo que
sería más bien plural: los poderes. Las capacidades de trasformación de las que todos
disponemos y que no siempre visualizamos.
Imposible no
volver a pensar en esa reflexión que hizo una vez Paulo Freire en un programa televisivo:
“La única manera de aumentar el mínimo de poder es usar el mínimo de poder.
Vamos a admitir que tú tienes solamente un metro de espacio, si no lo ocupas,
el poder mayor te ocupa ese metro”.
Ese espacio es sin duda
el espacio físico en el que hacemos lo que hacemos. Pero es también un espacio
interior. Ese espacio reservado donde cada cual toma las decisiones que más importan.
Siguiendo su propia lógica que ciertos días, en ciertos barrios, como
en Flores, puede expresarse así: quiero, luego puedo.
AGC
* El 2 de agosto
de 2018 se produjo una explosión de gas en la escuela primaria n°49 de
Moreno. Murieron dos personas, la vicedirectora Sandra Calamano y al auxiliar
Rubén Rodríguez. El problema en las instalaciones de gas fue señalado en
repetidas ocasiones por las autoridades escolares con el fin de obtener una intervención
acorde a la gravedad de la situación. Pedido que no fue atendido. Sobre estos
intentos fallidos de lograr una intervención Cf. AQUI