o el hombre que no podía entender
Siempre trabajó en la misma escuela. Incluso en la misma sala. No era una sala cualquiera. No formaba parte de los edificios modernos. Era una suerte de cabaña para hacer clases mientras tanto. Mientras se hacía una obra de refacción. Ese fue su primer puesto. No pudo elegir. Sin embargo, puso una condición. Seguir ahí, no trasladarse a otra sala, una vez la obra terminada. Así fue como durante toda su vida trabajó en esa sala provisoria. Fue un buen profesor. Un hombre que amó a sus alumnos, a los buenos y a los malos, porque esas distinciones no entraban en su mente. Un hombre que amaba también las palabras e intentaba compartir ese amor de distintas maneras, algunas de ellas insólitas, porque no podía entender que hubiera que limitarse a un programa. Se sabe que tuvo una militancia en un partido que durante años defendió los derechos de los trabajadores. Algunos dicen que creía en Dios. Otros dicen que eso suena un poco raro.
Nació en Francia. Siendo joven, le tocó formarse después de la segunda guerra mundial, cuando todavía se consideraba adoptar una gran reforma de la educación (plan Langevin Wallon), que era el plan de educación elaborado por el Consejo Nacional de la Resistencia (1944). El plan fracasó (“hubiera costado demasiado caro”, según sus palabras). Se nota que prepararse para adoptarlo –en su caso– fue suficiente, porque siguió los ejes del plan que no fue. Uno en especial: trabajar los “medios” (en el sentido de “ámbitos”: rurales, citadinos, por ejemplo). Los chicos elegían. Un año quisieron estudiar “la montaña”. Leyeron lo que cierta literatura había dicho sobre la montaña. Poemas, novelas, narraciones diversas. De tanto leer, uno de los chicos tuvo la idea: “sería lindo ir… alguna vez… a la montaña”. No las había en el lugar donde vivían. El chico dijo y el profesor escuchó. Luego el profesor fue a ver al director. Se armó una cadena que desembocó en el primer campamento de vacaciones organizado por este hombre. A la montaña. Era el año 1951.
Durante toda su vida, además de dar clases (cosa para la cual había sido contratado), además de llevar a los niños al teatro (cosa para la cual no había sido contratado pero no podía entender que hubiera que limitarse a los contratos), este hombre llevó a los niños de vacaciones. A esos niños*, de barrios carenciados, que quizás de otra manera no hubieran tenido vacaciones, no las mismas. En una primera instancia los viajes se hicieron dentro de Francia, a otras regiones. Luego, a otros países (Italia, Grecia, Córsega, Yugoslavia).
A mediado de los años 80, en esta ciudad había cantidad de problemas. Muchas fábricas de la zona cerraron. Mucha gente, por ende, se quedó sin trabajo y sin perspectivas de trabajo. Los patrones de algunas empresas emblemáticas trabajaron asiduamente para destruir relaciones de solidaridad y toda una cultura obrera. Se constituyeron guetos. La población de origen inmigrante se fue concentrando. Sucedieron cosas. La situación fue empeorando de a poco. Nunca se resolvió.
En esos años en que todo parecía “cualquier cosa”, en ese barrio donde se profanó un cementerio judío y donde se asesinó a jóvenes árabes, este hombre siguió con sus campamentos de vacaciones. Llegaron a ser relativamente masivos, no menos de 100, 150 jóvenes cada verano. ¿Cómo lo hizo? No debía ser cosa fácil organizar esos viajes. Era sabido en la ciudad que los adultos que participaban y hacían posible esas vacaciones, lo hacían de manera voluntaria. Pero, ¿y los buses? ¿Los chóferes? ¿La nafta? ¿Y la comida? ¿Los seguros? Cada campamento duraba… tres semanas… Desde los primeros días de julio hasta el tercer domingo del mes.
Algunos años después, en un contexto todavía peor, le preguntaron detalles sobre cuestiones prácticas:
“En la actualidad, los campamentos reciben apoyo del Ministerio de la Juventud y del Deporte, en el marco del programa VVV (Ville, Vie, Vacances / Ciudad, vida, vacaciones). Esto es lo que remplazó las operaciones OPE (Opérations Prévention Eté / Operaciones Prevención Verano). Porque de eso se trataba, al principio… de subvencionar todo lo que podía impedir que hubiera disturbios en los barrios periféricos durante el verano”.
Traducción: cuando esos chicos no están encuadrados por la escuela –según el plan en cuestión– tienen mucho tiempo libre, y quedan en la calle; a alguno se le podría ocurrir quemar autos… no precisamente de aburridos…
Es así como el hombre transformó un programa de gobierno: expresión misma de la renuncia del Estado francés a la hora de hacerse cargo de sus problemas profundos y que frente a una situación potencialmente conflictiva, en vez de intervenir de raíz, elige alejar, separar al elemento supuestamente “perturbador”. Es ese mismo dispositivo o recurso, lo que el profesor usó para fomentar, en esos alumnos, las ganas de conocer, de ir más allá, de no limitarse a un barrio, a una ciudad, además de promover, como se suele hacer en los campamentos de vacaciones, la solidaridad, el aprendizaje, la voluntad de hacer las cosas juntos. Tampoco lo hizo solo. Progresivamente, logró reunir un equipo alrededor, involucrar a muy distintas personas, entre ellos antiguos alumnos.
Hace unos días, en la noche del tercer domingo de julio... este hombre murió.
Tenía más de 90 años.
Mientras escribo, uno de sus colaboradores me dice que pronto estará en condiciones de mandarme algunas cifras para el periodo 1997-2013, respecto a la cantidad de jóvenes que participaron en esas vacaciones. Hará también una estimación sobre el periodo anterior: 1951-1996*. Estamos hablando de una acción que se prolongó durante sesenta y dos años. No es que uno se haya convertido a los métodos cuantitativos... pero importa tener una idea, aunque sea aproximativa, de la cantidad de personas que se vieron beneficiadas por este uso (in)debido de una POLITICA PÚBLICA... DE EXCLUSIÓN…!
Este hombre no podía entender que no se intentara todo, incluso esos medios, en pos de un objetivo que bien valía los eventuales disgustos del camino.
“Al principio yo no sabía nada. Tuve que aprender, después se creó esta asociación, que es la que permite seguir con los campamentos, es necesario hacer trámites, hay una cantidad impresionante de temas legales y yo soy alérgico a los temas legales… Es terrible (…) Este año [2004] está difícil la cosa. Pero hay que resolver… porque de lo contrario no vamos a ninguna parte. ¡No le vamos a decir a las familias que este año no salimos! Sobre todo… si no salimos, esos chicos no irán a ninguna parte... No conocerán Croacia. Se quedarán acá… Ya lo vamos a lograr”.
¿Cómo no confiar?
AGC
* Los niños en cuestión, según los períodos, tenían entre 12 y 14 años. Frecuentaban la primera instancia de la escuela secundaria. Se completará esta entrada con los datos precisos acerca de los campamentos de vacaciones.