jueves, 22 de diciembre de 2011
Una Carta
jueves, 8 de diciembre de 2011
Infancia(s)
Proyecto Infancia(s). "Todo tiene un sonido".
Documento audio. Grabación de Azul (6 años) e Ignacia (12 años), experimentando con ramas y objetos (abanico, lápices, hojas de papel...) encontrados en una terraza y en una oficina. Las imágenes no tienen relación directa con el contenido sonoro pero remiten a las autoras.
lunes, 28 de noviembre de 2011
Voz de Cándida
Esta es la primera entrega de una serie. La voz de... Serie presentada por diversos colaboradores de este espacio, quienes leerán algún corto fragmento de lo que les guste más. Un texto, una lista de compras, lo que sea. Acá la propuesta de Cándida que se equivocó dos veces, una cuando empezó a leer en medio del párrafo elegido, luego cuando en vez de leer en castellano, leyó en francés. Hemos dejado ambos errores... porque el error es humano...
Fragmento de “La simpatía humana” (Aguafuertes Porteñas, 1933).
“Cada hombre y cada mujer encierra un problema, una realidad espiritual que está circunscripta al círculo de sus conocimientos, y a veces ni a eso.
Hasta se me ocurre que podría existir un diario escrito únicamente por lectores; un diario donde cada hombre y cada mujer, pudiera exponer sus alegrías, sus desdichas, sus esperanzas. Otras veces, me pregunto:
‘¿Cuándo aparecerá, en este país, el escritor que sea para los que leen una especie de centro de relación común?’
En Europa existen estos hombres. Un Barbusse, un Frank, provocan este maravilloso y terrible fenómeno de simpatía humana. Hacen que seres, hombres y mujeres, que viven bajo distintos climas, se comprendan en la distancia, porque en el escritor se reconocen iguales; iguales en sus impulsos, en sus esperanzas, en sus ideales. Y hasta se llega a esta conclusión: un escritor que sea así, no tiene nada que ver con la literatura. Está fuera de la literatura. Pero, en cambio, está con los hombres, y eso es lo necesario; estar en alma, con todos, junto a todos. Y entonces se tendrá la gran alegría: saber que no se está solo.
En verdad, quedan muchas cosas hermosas, todavía, sobre la tierra”.
Roberto ARLT
domingo, 13 de noviembre de 2011
Ni las “de nada”
Yo no me he presentado y no lo haré con mayor profundidad. Para este caso solo importa que sea profesora, no porque lo haya estudiado, o haya sido mi pasión, sino porque ocurrió (a pesar de que ahora es una de mis pasiones). No soy profe de niños, ni siquiera de adolescentes sino de universitarios, hombres y mujeres adultos (por lo menos en definición, puesto que casi todos son mayores de edad, y recalco, casi todos). Mis estudiantes van de 17 años, el menor, a 62, el mayor. La edad es algo que yo siempre pregunto casi es mi fascinación: saber con quién estoy tratando y en la edad está también involucrado el quién es cada persona (según yo); y como además no tengo problemas con mi edad, 26, por si alguien tuvo curiosidad, etc. Llevo poco más de un año siendo profesora, o maestra como algunos me llaman y ha sido todo un reto. Mi mayor preocupación es que mis alumnos entiendan qué les estoy diciendo, como no tengo entrenamiento oficial para ello, es todo un trabajo a veces. Antes de entrar en la pequeña historia que quiero comentarles y sin desmerecer ningún otra profesión que se enseñe, digamos que la que yo pretendo enseñar, te saca de tus parámetros normales de entendimiento, te encasilla en algo y eso es lo que más le cuesta a la gente que lo estudia, entender una lógica, que probablemente para nadie más, es lógica. Hecha esta breve aclaración, aquí va lo que les quería contar.
Un día de clases como cualquier otro, mis alumnos me pidieron que les explicara algo que no entendían, ya había sido visto con otro profesor, pero no lograban entender qué era lo que quería decir (como si les hablaran en un lenguaje paralelo, era español pero uno que no conocían). Ese pedido me tomó por sorpresa, pero ante mi interés de que entendieran, me tiré al agua y empecé. Al haber hecho mi poco elaborada explicación, pregunto “¿me entendieron?”, la gran mayoría dijo “sí”, pero unos pocos, entre los cuales estaba mi alumno de 62 años, dijeron todavía “no”. Por lo que busqué una nueva forma de explicar lo mismo, pero haciéndolo más palpable, más real (por así decirlo). Pregunté por segunda vez y el “sí” convocó más alumnos, pero hubo un “no”: el de mi alumno más grande del curso. En ese momento pedí excusas al curso y les dije “voy a explicar esto otra vez, pero solo para don X, para que él entienda”. Busqué una tercera forma de explicar lo mismo, prestándole fiel atención a él, solo a él, puesto que era él que faltaba y no entendía. Al terminar y esperando que hubiese resultado esta nueva técnica, lo miro y le pregunto: “¿me entendió?”. Me mira y me dice “SI, AL FIN, GRACIAS”. Yo muy orgullosa, respondo: “de nada”. Y volví con el resto del curso.
Al terminar ese día, don X se me acerca otra vez y vuelve a agradecerme, pero agrega, “por primera vez entiendo para donde va todo esto, me sacó de la nebulosa en la que estaba, así que, gracias”. Yo ni las “de nada” pude contestar.
Carmen
jueves, 10 de noviembre de 2011
Puerta de entrada
Un puñado de jóvenes que habían dejado sus juegos infantiles –el menor tiene catorce años y los mayores casi veinte–, comenzaron a elegir otros juegos, otras formas de jugar la vida. Todos ellos son gustosos de andar leyendo o escribiendo por ahí.
En esa búsqueda se encontraron un domingo queriendo armar una editorial y les gustó, entonces repitieron ese encuentro otro domingo, y otro y todos los domingos que quedaban del otoño, los del invierno y los que van de la primavera.
Seguramente compartieron sus escritos, tal vez leyeron otras cosas, discutieron, proyectaron, seleccionaron qué publicar, cómo hacerlo, qué nombre ponerle, dónde, cómo y cuándo presentarse; ultimaron todos los detalles y se pusieron en marcha.
La otra noche los vi alrededor de una mesa armando su primer librito –ellos me pidieron que lo llame así. Mariano ordenaba las hojas y se las pasaba a Nacho –pequeño– para que las abrochara, Clara preparaba las tapas, Majo los enumeraba, al principio Camila amasaba pizzas e intervenía opinando, luego se ocupó de la guillotina. Se escuchaba una vieja máquina de coser que armaba bolsitas con un liencillo que había sido teñido y estampado por ellos. Cuando se cansaban cambiaban de tarea y seguían.
La charla era de lo más variada y circulaba con fluidez, igual que las pizzas y las partes del librito que se iban encajando. Cada tanto se escuchaba una puteada de Nacho porque la abrochadora no respondía a sus comandos o alguien que preguntaba: –¿Cuántos vamos? – ¡Dieciséis! Algunos festejaban y Mariano, con voz grave, decía: faltan ochenta y cuatro…
Fue emocionante verlos, escucharlos, sentirlos.
El domingo 13 de noviembre de 2011, en El galpón de las artes de Mar del Plata, con un evento que han dado en llamar Festigramillo, estos jóvenes presentan a Gramilla Editorial Independiente y a su primer librito Puerta de entrada.
Si se te cruza un puñado de jóvenes que dejaron sus juegos infantiles, detenete a observarlos, escuchalos, abriles la puerta si quieren entrar, disfrutalos; ellos no son el futuro, son el presente intenso, vivo, maravilloso.
Cecilia Vaisman
domingo, 2 de octubre de 2011
Cerro Salamanca
sábado, 1 de octubre de 2011
Una promesa
Armand Mattelart, fragmento de una entrevista sobre la película La Espiral (1976):
“A más de treinta años de distancia, los rostros de ese pueblo que dan vida y dignidad a esa película me conmueven y me interpelan como el primer día. No dejan de confortarme en la idea de que el futuro no será fatalmente a imagen y semejanza del presente. Siguen siendo una razón de vivir y de pensar”.
La Espiral trata de las condiciones que hicieron posible el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular en Chile. Los invitamos a leer la entrevista completa donde se evoca con precisión cómo fue hecha la película, por quiénes, con qué tipo de dificultades, de apoyos.
Y de qué extraña manera todo partió de la promesa que un hombre hizo a otro hombre.
viernes, 30 de septiembre de 2011
El árbol de Luis
“Quisiera vivir en un árbol,
en la oquedad del árbol de la noche.
Me dormiría en este vientre seco,
regresando a la corteza
de la tibia quietud que me devuelve
a la tierra final de mi destino”.
Luis Oyarzún
Valdivia es una ciudad ubicada en el sur de Chile. Como en toda esa región, si no está lloviendo, está por llover. En los años 60´, podría casi haberse descrito una típica y perfecta ciudad de provincia al estilo Pleasantville (pero en el mundo real, obviamente: ni tan típica ni tan perfecta). Tenía su universidad, su correo en la Plaza, su radio, sus barrios, su paseo junto al río y su par de famosos cafés en los cuales se congregaban los habitantes a compartir un rato escapando de algún aguacero.
Pero como en las películas, la modernidad comenzó a llegar y con ella un proyecto de construcción. El Banco del Estado compró a finales de esa década un terreno en pleno centro en el cual proyectaba edificar sus nuevas oficinas. Pero los planos implicaban derribar un árbol único y centenario que se encontraba en ese mismo espacio.
Y de esto se enteró Luis Oyarzún. Luis era profesor de filosofía en la Universidad Austral, poeta y gran orador. Quienes lo conocieron creen que como él debe haber sido Sócrates. Pero también era un amante de la botánica y abogado de la Tierra. Por ello, inició una defensa de ese árbol que tal vez había visto hasta la llegada de los españoles. Realizó una campaña sin tregua a través de los medios de comunicación, sensibilizó a mucha gente hasta que finalmente consiguió que el edificio nuevo se construyera justo a un costado del tulípero.
Cada vez que voy a Valdivia, visito “el árbol de Luis”. Como si se tratara de una peregrinación. Pero cuando viajé el año pasado, tuve una grata sorpresa. El árbol estaba ahí, al final de una callecita, con la torre de la Iglesia Luterana de fondo. Al acercarme, vi que había algo más, una cosa muy pequeña y significativa: una placa. Una placa recordatoria de este académico y escritor que tanto quería a la naturaleza. Esta iniciativa había sido patrocinada por diferentes instituciones académicas y gubernamentales que tuvieron la sabiduría de ilustrar el homenaje con unos versos del mismo poeta.
Como todo detalle preciso, el hecho de encontrar esa placa fue bello, conmovedor. La historia de amor entre un hombre y un árbol. Grabada ahí para siempre. Para recordar que, más allá de la ignorancia, el olvido y la vulgaridad que vemos a diario, sí existen gestos de memoria, sí permanecen en el corazón colectivo ciertos seres humanos y sí, las ciudades pueden dejar entrever a los peatones que no todo lo que encuentran a su paso es casual y que hay rincones que parecieran no tener trascendencia, pero que no olvidan a ciertas personas, muy locales, muy de ahí, que como en la canción se fueron con “la lucha a cuestas y el alma abierta”.
Val
jueves, 29 de septiembre de 2011
Una voz
Este apunte sonoro se vincula con la nota "Un profesor".
Ver también en francés: Un type du métier
Pulsar el botoncito... y escuchar.
miércoles, 28 de septiembre de 2011
Teje que teje
Creo que uno de los primeros hitos en mi vida debe haber sido cuando aprendí a tejer. O uno de los primeros hitos que recuerde porque sin duda antes hubo el aprender a caminar, a leer y a escribir. También a contar, por cierto. Pero conservo sólo una vaga idea de cómo sucedió todo eso. Sí puedo evocar de manera muy nítida encontrarme en la sala de mi casa en el sofá con mi madre, muy cerca para alcanzar a ver sobre su hombro cómo funcionaba esta maravillosa cosa que me iba a permitir tener una bufanda ¡hecha por mí misma! Había esperado ansiosa ese momento ya que el trato era que primero ella cocinaba y luego me enseñaba. De modo que la clase tuvo aroma a deliciosa comida preparándose en el horno.
No recuerdo, ni en los diversos trabajos que he tenido en mi vida, haber visto tanta diversidad de mujeres y entendiéndose de manera tan generosa como en grupos de tejido. Me acuerdo perfectamente de varias compañeras de un curso de crochet que tomé hace unos años: había una economista jubilada que estaba aprovechando su tiempo libre en solamente darse gustos; una diseñadora de vestuario con ganas de creaciones nuevas, una estudiante de liceo aficionada a la confección de monitos japoneses, una dueña de casa con su hija adolescente que compartían el entusiasmo de los hilos. Había también una ingeniero civil. Venía a clases en moto. Usaba un traje acolchado de cuerpo entero estilo Kill Bill y aparecía con casco en mano y su bolsito con palillos. Solucionaba todo con fórmulas matemáticas. Cuando nadie tenía muy claro con cuántos puntos empezar y cómo ir aumentando y disminuyendo para lograr el resultado definitivo, ella compartía la solución que había descubierto: había que calcular que el número inicial fuera un múltiplo del número que una necesitara al final y funcionaba. Optamos todas por creerle y admirar su estrategia. No sé cuántas las utilizaron.
El tejido ha sido practicado por todas en todas partes y en todo momento. Permite tener un vínculo con cualquier mujer como dignas herederas de Eva. Más aún, hasta las diosas tejieron y el que no me crea que vea la imagen más arriba. Y de más está decir que tiene todos los adjetivos positivos existentes: es creativo, recreativo, productivo, permite distraerse, entretenerse, relajarse. Es el único trabajo que admite atención en él pero sin mezquinar la concentración. Yo tejo escuchando música y disfruto cada nota con cada punto en una armonía perfecta. Mi madre tejía viendo seriales policiales. Contaba, sumaba, restaba y al mismo tiempo descubría quién era el asesino.
Pero más allá de sus cualidades, este oficio es además un lazo afectivo que conduce hasta las raíces. Es saber de dónde vengo, recordar lo que me enseñó mi madre y que a su vez le había enseñado su madre, rememorar a mi abuelita (Dios, ¡cómo echo de menos a mi abuelita!). Pero también a mi bisabuela, mi tatarabuela, alguna tía o prima cuyo nombre ni conozco pero que seguramente también se sentó junto a una niñita, como yo, entusiasta y admirada del mundo de las mujeres grandes, a transmitirle lo que a ella le habían enseñado.
Tejer es amar. Es amar su identidad, su origen. Pensar con amor en la chimenea del hogar de su infancia al calor de la cual imaginó su futuro, en la llegada de la primavera para poder usar por fin el chaleco nuevo de algodón, en las tartas de manzana y en el piano como música de fondo. Tejer es amar a las personas que tejieron antes que una. Es amar a las personas para las cuales una está tejiendo. Y tejer es también amarse a sí misma. Amar su propia creatividad, su propio tiempo, su propia sencillez y sus propias memorias.
Val
martes, 27 de septiembre de 2011
Serie: “La ciudad en bici”
A a B: Carolina Díaz from La Ciudad en Bici on Vimeo.
“Retrato urbano de cómo se vive la ciudad en bici”
lunes, 26 de septiembre de 2011
Olga se cruza con “El Morocho”
En esta oportunidad, escribo sobre quien me enseñó a “evocar”, mi abuela Olga Maestre, una mujer que cultivó –al menos para nosotros, sus nietos– una amorosa memoria.
Olga Maestre está por cumplir 17 años, y sale con una de sus hermanas a dar la tradicional “vuelta” a la Plaza 25 de Mayo, pleno centro de la vieja San Juan, la de las casitas con patios, la de los “palacios de adobe”. Se llevan tomadas del brazo, como hacían las muchachas de antes, y así caminan la tarde, con sus pasos cortos y sus sueños largos. En dirección contraria, vienen conversando dos hombres. Acaban de salir de “La Cosechera” y se dirigen al “Cervantes”, o al revés, desde el teatro de José Estornell van hacia la paqueta confitería. Se nota que no son de allí: son los “artistas” que vienen de Buenos Aires, han actuado en Mendoza y, luego seguirán rumbo a Chile. Vida de músicos. Uno de ellos es un guitarrista. El otro es Carlos Gardel. Cuando se cruzan con las niñas, los señores ralentizan sus pasos para insinuar un cabeceo galante mientras acarician apenas las alas de sus sombreros. Por debajo de su chambergo, la sonrisa de Gardel es un fulgor creciente que rivaliza con el sol perpetuo de los cuyanos. Sin embargo, las chicas no se desmayan. Son muchachas provincianas, curtidas, y no están para lujos. Años más tarde, Olga me dirá: “Gardel es el hombre más hermoso que yo haya visto jamás. Los dientes perfectos. La nariz recta. Una linda altura. Fuerte. El otro no era feo tampoco. Lindo hombre. También alto. Lindo color en la cara... Lo que pasa es que los hombres son más lindos que las mujeres, sin pinturas, ni tinturas, sin afeites. No hay engaños con un hombre”. Cuando me contaba estas cosas, Olga se dejaba llevar por un zonda mínimo, imperceptible casi, pero que la envolvía entera cada vez que su tremenda memoria la ligaba a su suelo natal. Esa cálida ráfaga hacía menos dolorosas las turbulencias de una época difícil. Su hombre, un bello y recio varón recién fugado de una infame cárcel cordillerana, caminaba Buenos Aires ensayando oficios y, por esos días de julio del ´33, describía “el brillo piadoso de los cirios que millares de manos cargaban en lentas procesiones” durante las exequias de don Hipólito Yrigoyen.
Carlos Semorile
miércoles, 21 de septiembre de 2011
“Mañana, si amanece lindo…”
Lunes 1 de setiembre. 1986. 22.15 hs.
Llegar con sueño al pueblo y encontrarse con que había llovido bastante el fin de semana, no es lo mejor que le puede pasar a alguien que tiene que atravesar 70 km de camino de tierra para llegar a su hogar/trabajo/escuela y, mucho menos, si ese alguien es una “chica de asfalto” y temerosa como yo.
Fuimos coleando en la camioneta hasta lo de un tal Sánchez, primero por el camino de siempre, pero después por una callecita angosta de agua y barro; barro, agua y cunetas.
Luego a la Escuela 20, de acá para allá, rozando los bordes y dejando estela entre la huella patinosa. Ahí, los mates de la espera, más tarde las patinadas a pie hasta La Unión-almacén de ramos generales con equipo de radio-llamada, de ahí por radio a La Choza –puesto más cercano al lugar de destino-. Mientras la tormenta seguía acercándose.
A las tres de la tarde, un sulky y un jinete, Don Pascual Bailón Rodríguez en el rodado –un paisano viejo de esos que se escupen las manos a cada rato, con un montón de nietos-alumnos de acá y de allá-, el jinete, uno de esos nietos, Miguelito, funcionaba como tranquerero y acompañante. Cargar las cosas y salir rápido, antes de que se largue… Bajar por la cuneta en el sulky, cruzar charcos, terrenos desparejos. Boba, la pobre vieja y fea yegua de tiro, se quedaba y recibía continuos latigazos ante los que yo no podía disimular mis gestos de dolor. Tensión y miedo, miedo e incertidumbre.
A mitad de camino, los rayos se aparecían sin que yo quisiera mirarlos, cerca, muy cerca… fueron nueve, once, trece o treinta y cinco, no sé. Mucho más miedo. Enseguida los gotones. El problema no era mojarme o embarrarme yo, ni los libros ni la ropa; el tema eran los rayos, los desniveles, el sulky viejo y destartalado, la pobre yegua, el paisano abuelo, Miguelito. Ya no me entraba más miedo en el cuerpo, pero a la vez, extrañamente, me gustaba todo eso, igual que las patinadas en la camioneta.
Al fin, el chaparrón y La Choza aparecieron casi juntos. Luego el barro, los mates, el hambre.
Más tarde, lomito de chancho adobado, chorizo casero, puré y vino. Después el café y “la escoba del 15”, pero antes de esto, la charla de un paisano viejo abuelo que llegó acá hace cuarenta y tantos años de croto y tuvo siete hijos y dieciséis nietos ¡casi nada!
Entre los mates, el vellón de lana negra que capaz me toque hilar.
Y ahora, por fin la cama, en una pieza con techo de madera y ladrillos. La lluvia, la vida, las ganas de quedarme y compartir de algún modo esto. Mañana, si amanece lindo, la escuela… ¿qué más?...
lunes, 19 de septiembre de 2011
Encuentro
En Humahuaca (Jujuy, Argentina) existe un lugar llamado Tantanakuy. Casa del Tantanakuy que quiere decir encuentro en quechua.
Este lugar se relaciona con la iniciativa de una familia. Una familia en el sentido en que lo entendemos nosotros, los que hacemos este espacio. El padre, la madre, los hijos pero no el espíritu santo. En lugar del espíritu santo (o acompañando el espíritu santo y no tan santo): los amigos. En este caso, hablamos de la familia amplia de Jaime Torres, de Jaime Dávalos, entre muchos otros artistas. Se trataba de homenajear, celebrar, difundir la cultura de la región. Se trataba de no dejarla morir. De retenerla y de permitir que se siguiera desarrollando. En 1975 se realizó el primer encuentro. Y ese encuentro tuvo hijitos. En más de un sentido.
Año tras año, con sumo esfuerzo por parte de los organizadores, se hizo el Tantanakuy: cada uno de ellos podría dar lugar a un relato, en cada uno pasaron cosas “increíbles”. Algunos que han asistido recordarán la improvisación de un gran payador uruguayo junto a una coplera. Eso fue hace tan sólo unos años. Subrayemos: el payador era uruguayo y la coplera… coplera. O sea que estamos hablando de una visión amplia de lo regional, de lo cultural y de la palabra encuentro. Esa noche, el cielo estaba estrellado y había muchos niños correteando entre el público. Los niños siempre están al honor en la Casa del Tantanakuy. La Casa no discrimina, recibe veteranos también, pero su propuesta como centro cultural está especialmente dirigida a los niños y jóvenes. Ellos son los principales destinatarios de los talleres que ahí se realizan. Y son también quienes hacen y asisten al Tantanakuy infantil. Este encuentro se realiza desde 1983 todos los meses de octubre.
Según consta en la página de presentación:
“El Tantanakuy Infantil se realiza en el mes de octubre y anualmente reúne en su celebración, cada año en un lugar distinto de la provincia de Jujuy, a unos 600 niños y niñas que comparten sus creaciones. Se ejecuta a partir de aportes generosos y voluntarios, con apoyo del sistema escolar de la provincia. Aunque no cuenta con presupuesto propio, para cada edición se solicitan aportes particulares e institucionales. Con gran esfuerzo se logra su celebración con austeridad y gran convocatoria”.
Se puede recalcar que no solamente participan niños de la región: el año pasado un grupo llegó desde el conurbano bonaerense y otro desde Córdoba, con sus respectivos docentes. Y se produjo lo que tenia que producirse: el encuentro entre jóvenes que viven en un país tan grande, que a veces de una punta a otra pareciera que son países distintos, pero no, viéndolos tocar los sikus, los charangos, las guitarras, pero también los violines (hubo violines el año pasado, violines tocados por jóvenes apunados pero corajudos), uno entiende que son todos parte de una misma historia y de un mismo territorio (abierto).
Lectores viajeros: si no conocen el Tantanakuy, es para conocer. Y si además, tienen hijos, deseamos que alguna vez ellos puedan participar en ese festival (el próximo es el 12 de octubre) que está hecho para niños y adolescentes, y por ellos.
La experiencia del Tantanakuy infantil y del Centro Cultural, todos los días, es tan rica que esto sólo puede ser considerado como una primera presentación. Vamos a programar varias notas con sus organizadores. Ellos tienen todo que ver con Nuestro Querer.
Acá un video realizado en el marco del taller de cine, animado por Aldana Loiseau.
Este corto obtuvo el primer premio en el 3º Festival Iberoamericano Imágenes Jóvenes en la diversidad Cultural de Buenos Aires (2005).
domingo, 18 de septiembre de 2011
Tantanakuy
sábado, 17 de septiembre de 2011
Un profesor
miércoles, 14 de septiembre de 2011
Invitación
“La mejor manera de alegrarte es intentar alegrar a alguien”.
Mark Twain
Varios amigos se encontraron una noche en París. Era en Montmartre. Tendrían en ese momento 25 años. Se juntaron en un departamento muy chiquito. La cita era para cenar. Como no había muchos muebles se sentaron en el suelo. Como no había mucho que comer… no pusieron platos, pusieron quesos, una baguette, y destaparon una botella de vino. Todos tenían caras tristonas. Algunos trabajaban, otros estudiaban, todos se dedicaban al teatro. Tenían otro punto en común: no les alcanzaba para el alquiler, y tenían dificultades en sus trabajos y estudios. De eso estaban hablando. En resumen: la noche pintaba mal. Hete aquí que uno de ellos dijo “basta, vamos a hacer un juego: que cada uno de nosotros cuente una buena noticia”. Los otros se miraron dudosos. El amigo insistió: “busquen, seguro que van a encontrar algo bueno que les haya pasado”. Era un juego. Durante algunos momentos cada uno se esforzó por buscar la cosa buena; y como todos eran actores, y querían jugar, hasta el que no tenía nada bueno que contar se esforzó por presentar las noticias que eran “más o menos” de la mejor manera posible. Finalmente, todos salieron contentos. Y desde luego no quedó ni queso, ni pan, ni vino.
Cándida