Domingo soleado. Como todos los domingos fui al mercado
hice mis "emplettes", tomé mi(s)
"petits blanc(s) sec" con mis
vecinos, incitamos maliciosamente con invitaciones a nuestros
amigos árabes, o de origen, musulmanes practicantes o no,
ya que no pueden ni comer ni beber hasta que anochece
y solo hasta que aclara ya que están en el mes de Ramadam.
Muchos de los no practicantes hacen esa forma de semi ayuno
por respeto a sus mayores.
Volví del mercado, me subí a La Percherona, (mi bici) y me fui a
Joinville- le-Pont, sobre el borde de la Marne, a 20 minutos de mi
casa porque es todo bajada. Allí, además de los estudios de cine
donde Gardel hizo sus films franceses, están las "ganguettes",
especies
de recreos con pista de baile al exterior. En los años 1930 era la
salida obligada de los domingos para proletas o familias de
clase media baja con sus hijos, en un paisaje como los de Renoir.
Me gusta pasear por allí, conserva un espíritu de realismo
poético a la Prévert, muy popular.
Había bastante gente ya que era un día resplandeciente de luz.
Llevé un potecito de paté artesanal y un poco de queso que compré
en el mercado, media baguette y me senté a una mesa de un boliche
al borde del agua. Aquí puede uno llevar algo de comer, sentarse
en algún boliche y pedir de beber, cosa que hice. Fue una copa de
vino
Saint Emilien. Después tomé café, pagué y La Percherona me llevó
por la pista ciclable que corre a la orilla de la Marne hasta que
encontré un lugarcito tranquilo, me acosté sobre la hierba a la
sombra
de unos bellos sauces y con una brizna de pasto entre los labios,
las manos detrás de la nuca, me quedé mirando el cielo luminoso,
en el que algunas nubecitas flotaban como paseando sobre el mundo.
Todo bien, tranquilo, el clapotis del agua del río, los remeros
que
pasan, risas de niños, conversaciones incompletas de gentes que
pasan.
Pensé en ella. En la infinita distancia. En su voz, que me falta.
Todo
el tiempo desde que me levanté, pensé en su voz, en su hablar.
Ahora la imaginé a mi lado contándonos cosas, charlando
tranquilos,
mirando el cielo. Pensé que muy pocas veces charlamos así. También
pensé en sus largos silencios...
Y bueno, las cosas son lo que son, inesperadas, impensadas. Llegan
una vez, un día, frontalmente, se mezclan, se rozan, a veces hasta
se chocan. Son los encuentros, son los destinos que obran, y en
medio
de esos albures, qué puede uno sino ver cómo navegar esas
correntadas de sentimientos sin herir, sin sufrir, sin hacer
sufrir sino proteger,
cultivar lo que aparece de noble, bueno y precioso.
Llegó el momento de volver. El río se desliza con dulzura,
lentamente,
el sol comienza su ocaso, ilumina con reflejos acerados el agua,
el aire
está comenzando a velarse.
El baile comenzó, se escucha un acordeón nervioso y compadrito.
Pienso en Eduardo Arolas, que anduvo por estas orillas. Qué habrá
sentido
tantos años antes, al final de su tan corta vida? Qué habrá
vivido?
Qué emoción? Acaso una pena o un recuerdo lejano..?
Me acerco lentamente y paso frente al humilde escenario donde
oficia
un quinteto, acordeón, guitarra, saxo tenor, batería y una
cantante,
joven, frágil. Me alejo pero me llega su voz y su acento parisino,
popular,
"c'est un petit bal musette
c'est un très gentil caboulot
où dansent les midinettes
chaque dimanche, au bord de l'eau..."
Mañana es lunes. Queda pasar la noche, llegar a su otra orilla...
Miguel Praino