miércoles, 30 de mayo de 2018

Jacinto


El colectivo estaba semivacío, pero una asfixia interior, imperativamente, me hizo descender. Sin duda, una decisión compulsiva. ¿Decisión? No lo sé. Tampoco me interesó demasiado saberlo. Pulse el timbre para bajar. Descendí en Pompeya. Con mis pies sobre la vereda, aspiré una profunda sensación de libertad y alivio. Como el oxígeno después de un encierro prolongado. Al aire silencioso de Pompeya se agregó una sonrisa liberadora. Mucha oscuridad y escasas luces fugitivas escapadas de algún hermético fondín. Ese fue mi destino, o quizá mi fatalismo, porque entré atraído como la polilla hacia la luz, y sin saber muy bien por qué, ya estaba en su interior.
En contraposición del aire fresco del exterior fui recibido con densas nubes de humo y vahos de alcohol. Las mesas todas ocupadas por jugadores de truco o melancólicos narradores de vaya uno a saber que historias tremebundas. Arrimado a un auténtico estaño supérstite de un Buenos Aires en lenta agonía.
Pedí una ginebra servida de inmediato con desganada rutina.
A mi lado un hombre sexagenario, también con su ginebra, exhalaba largas bocanadas de humo y miradas hacia el infinito. En la profundidad de sus pensamientos irradiaba una solitaria preocupación. A veces arqueaba las cejas como respondiendo a un monólogo o diálogo interior. Mientras yo bebía dirigió una mirada hacia mí acompañada de un gesto casi de respuesta.
-Es así nomás amigo…
Contesté como si supiera en qué pensaba.
-¿Le parece?
-Estoy en camino a mi casa y no estoy seguro si continuaré o no. No sé si voy a volver.
 -¿Usted tiene mujer? -preguntó.
-Sí, Tengo mujer- respondí.
-Yo también – sacó de su bolsillo un paquete de cigarrillos lo extendió hacia mí en
 señal de invitación y encendió el suyo. Aspiró con profundidad y liberó una densa
 corriente de humo. Luego continuó.-
-Me fui hace tres años. Ayer decidí volver.
-¿Estaba muy lejos de aquí?
-No, dos horas no más. Hoy por la tarde partí y al llegar aquí a Pompeya me atacó
la duda…y todavía no sé si voy a volver.
-¿Hijos? –pregunté.
-Uno solo, pero él ya no estaba cuando me fui. Ya tiene su mujer y un hijo. Está
 bien, y tiene trabajo. Aquí el problema es mío…y no sé si voy a volver.
-Y la que era su casa antes de partir, ¿está lejos de aquí?
-No, unas quince cuadras. Hay que cruzar Puente Alsina y prontito se llega. Interrumpió su relato mientras movía la cabeza y continuó.
-Todavía no sé si voy a volver…ya hablé con Ramiro y dijo que me aguanta esta noche y todas las que yo quiera, tiene una piecita vacía, aquí, en esta fonda, allá atrás.
-Ah, usted lo conoce hace tiempo a Ramiro…
-Sí, desde los seis años y ahora tenemos cincuenta y ocho. La escuela del barrio, la barra, la noche, la timba, todo compartíamos. Después me casé y fui para el otro lado del Riachuelo pero seguí siempre aquí. En estos tres años sin volver a mi casa vine muchas noches a esta fonda, de visita, a ver a Ramiro y alguno del barrio de antes. Pero esta noche…no sé. No sé voy si voy a volver…
-Pero tiene algún temor a no encontrarla o que esté con otro hombre…
No contestó. Sólo se dirigió a Ramiro:
-Dos ginebras, supongo que usted acepta… perdón , su nombre es…
-Lucas – respondí.
Tendió su mano a modo de presentación y continuó:
-Jacinto, un hombre leal siempre a sus órdenes…
Mantuvimos el silencio mientras Ramiro nos servía.
-No es fácil decidir-dije para ayudar a Jacinto.
-Así es, amigo…no sé si voy a volver.
-Su mujer lo espera- pregunté.
-Ella ni debe saber si estoy vivo…y yo, no sé si voy a volver. Tres años son tres años…Difícil. Difícil.
-Usted se fue enojado…
-Más o menos, usted sabe, las mujeres son difíciles…
-Sí, seguro…son difíciles.
-Así es, amigo.
Dejó de hablar. Su mirada volvió al infinito y siguió con sus exhalaciones de humo.
-Y usted tuvo noticias de ella en estos tres años.
-No. Sólo sabía que vivía en el mismo lugar. Yo tampoco buscaba tener noticias.
-Pero supongo que usted la quería.
-Sí, claro, y mucho…pero no sé si voy a volver.
Pagué yo la última vuelta de ginebra. Nos saludamos con un afecto implícito y recíproco. Esperé unos minutos el colectivo que pareció una cápsula. Durante el viaje sólo pensé en Jacinto. ¿Qué drama estaba viviendo ese hombre? ¿Temería encontrarla con otro hombre? ¿Portaría ahora alguna historia turbia transcurrida en estos tres años?

Pasaron quince días y decididamente volví al fondín. Un instante después de entrar se apoderó de mí un extraño miedo. Jacinto seguía en la misma postura del día que lo conocí. Ramiro en el mismo lugar y con una molesta actitud. Parecía que estaba en ese mismo lugar por una forzada obligación. Creo estar seguro, o bien tuve la sensación, que los parroquianos permanecían en las mismas mesas y con idéntica postura. Todo parecía un calco de una escena. La misma de quince días atrás. Como en una película detenida puesta en marcha para continuar después de la pausa. Jacinto igual, en el mismo lugar, con la misma ropa y la mirada perdida exhalando sus feroces bocanadas de humo. Ramiro, con un movimiento de mentón, sin palabras, se dirigió a mí.
-Ginebra-dije.
Sin moverse ni cambiar su postura, Jacinto me habló.
-¿Cómo anda, amigo?
-Bien, y usted…-respondí.
-Todavía no sé si voy a volver…
No contesté.
Un súbito pánico me invadió. Dudé si realmente antes había estado en ese lugar o si todo se reducía a una extraña y fantástica sensación de una falsa repetición de los hechos. Suele ocurrir, el cerebro nos hace sutiles trampas. Recordar situaciones vividas y que jamás ocurrieron. Falsos recuerdos. Caí en un estado de parálisis y deseos de huir del lugar.
Jacinto continuó.
-No sé si voy a volver o no. No sé…
Dudé en contestarle y hasta pensé que todo era un delirio repetitivo. El diálogo quedó en suspenso. Supongo que habrán pasado dos o tres minutos. Jacinto rompió el silencio y dijo dirigiéndose a Ramiro.
-Dos ginebras, invito yo.
Extendió su paquete de cigarrillos igual que la vez anterior. Ya no tenía dudas. Todo era un calco del encuentro o bien yo… Jacinto exhaló su mensaje de humo casi cósmico.
-No sé todavía si voy a volver…
Bebió la ginebra de un trago y continuó.
-Ya son quince días… Sí, quince que estoy aquí en lo de Ramiro y…no sé si voy a volver…
Esto me tranquilizó. Probablemente se trataba de un ritual con quien se tuviera a su lado. Si bien, racionalmente estaba seguro haber estado en ese mismo lugar y con la misma persona quince días atrás, ahora ya no tenía dudas.
Un profundo deseo de ayudar a Jacinto brotó espontáneamente.
-Vea, Jacinto, la cuestión es sí o no.
-Todavía no sé si voy a volver…
-Seguro que si vuelve ganará…
-O perderé… todavía no sé si voy a volver…
-En toda decisión, creo, que se gana y se pierde…
-Así es, amigo Lucas…
Sentí una gran conmoción, Jacinto se acordaba perfectamente de mí y todas mis dudas se disiparon.
 -Vamos, Jacinto, decida, decida.
-No es fácil, no es fácil…
-Veamos, piense que gana y que pierde volviendo. Después analizamos lo mismo si
 decide no volver.
Jacinto guardó silencio. Pensativo. Parecía un coloso antiguo. Casi una deidad griega emitiendo humo desde lo profundo del Hades. Una fotografía lo hubiera eternizado como Jacinto de Pompeya. Mejor una escultura. La fotografía es instantánea, espacio tiempo plano y detenido. La escultura se congela después de un largo trabajo de transformación interior de quien la crea.
-Sabe, amigo Jacinto… -interrumpió- Ramiro, dos ginebras a mi cuenta. Luego continuó.
-Como le decía…bueno, usted tiene razón, la cosa es siempre así. Vino tinto o vino blanco, mujer rubia o mujer morena, blanco o negro. Siempre es así, pero el problema es otro…
-¿Cuál? –pregunté.
-Decidir…, salud –dijo Jacinto levantando la copa de ginebra.- Por eso ya pasaron quince días y…no sé si voy a volver…
Tenía razón Jacinto. El tema estaba bien planteado, la cuestión era decidir. Él sabía bien que el asunto era sí o no. Pensé que posiblemente toda la vida sea exactamente lo recién dicho por Jacinto. Decidir sabiendo que se gana y se pierde. Es la escuela de la vida. Lástima que la última materia sea la muerte, cuando ya no hay más posibilidades. Terminé la ginebra y nos despedimos afectuosamente,
Durante varias noches pasé por la puerta del fondín, pero no entré. Miraba desde afuera para ver un cuadro congelado. Todo igual y Jacinto ya casi transformado en una estatua sobresaliente de la composición plástica.
La noche siguiente, noté todo exactamente igual. Ramiro molesto tras el estaño, los parroquianos en sus lugares, pero Jacinto no estaba. Un profundo miedo me lanzó al interior del fondín.
Pedí una ginebra al hierático Ramiro.
-Buenas noches, don Ramiro. -Dije con cierto temor como si me dirigiera a Zeus.
-Buenas noches don.-contestó secamente Ramiro.
-Dígame don Ramiro, no está el amigo Jacinto.
-No, se fue hace dos días.
-No sabe si volvió a su casa o retornó a donde estuvo viviendo…
-A ninguno de esos dos lugares…
-¿Entonces?
-Este martes pasado lo encontraron a dos cuadras de su casa colgado de un árbol…era un hermano mío…¡que lo parió carajo! –dijo sollozando.
Automáticamente me sirvió otra ginebra y dijo.
-Amigo, esta ginebra es invitación mía.
Estrechó mi mano con afecto y dejó a asomar unas lágrimas. Un silencio de varios minutos nos mantuvo unidos. Ramiro pasó al otro lado del estaño y entre sollozos compartidos nos abrazamos profundamente. Cuando salí me dijo.
-Por favor siga viniendo. Desde ahora sus copas son invitación mía. Perdí a un hermano de toda mi vida.
-Así lo haré amigo Ramiro.
Periódicamente volvía por la noche.
Ramiro siempre parco y se ofendía si yo quería pagarle la ginebra.
Todo seguía igual como una imagen congelada, sólo faltaba Jacinto y su duda.


Otto Carlos Miller