Existe una suerte de malentendido
persistente en torno a la literatura llamada infantil y juvenil. En primer
lugar, mientras más chicos son los niños, más intervención hay del adulto. Los
chicos, muy chicos, no leen solos. Así, los libros "para niños"
tienen esa bellísima característica de tener dos lectores en simultáneo. Ya de
por sí esa doble lectura es un poema. Pero hay más. En los últimos… 40 o 50
años, esa literatura sufrió (no es la palabra) una verdadera revolución en el
mundo entero. En el caso específico de Argentina, si me empujan un poquito,
diría y lo asumo… que lo mejor de la literatura se desarrolló quizás ahí, precisamente
ahí. No quedó nada de los viejos paradigmas. O más bien los viejos paradigmas
fueron llevados a lugares insospechados. Incluso… incluso… diría que la literatura "infantil"
(tan y tan despreciada por algunos, tan poco visible para otros; sigue
existiendo la idea de que si uno no tiene hijos para qué va a leer tal o cual cuento… y es cierto que no es fácil aproximarse si un chico no te invita,
no te lleva) es uno de los pocos reductos donde viven las más bellas utopias. Bueno, para ir al grano: se puede vivir sin esos autores, que son
muchos, todos maravillosos artistas... se puede
vivir, por ejemplo, sin Gustavo Roldán... pero mejor no hacerlo. Y aunque cometió la
travesura de morirse, además de los libros, nos queda también su voz, su manera
de expresarse, su experiencia. Por ejemplo en este corto documental que
recomiendo enfáticamente. Quiero creer que existe la estirpe del dragón… y que
somos parte de ella.
C.
(no sean vagos... después de la parte 1 está la parte 2, el conjunto pide veinte minutos y... la vida cambia)