Hasta ayer no sabía nada
del autor de esta imagen, Juan Maino Canales, fotógrafo chileno y militante del
Mapu desaparecido en mayo de 1976. Cuentan que iba a las poblaciones a retratar
a los niños para el programa “Padres e hijos”, un proyecto de educación popular
que el Cide (Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación) llevaba
adelante en las comunidades. También dicen que “Juan era dedicado. Primero
entraba en confianza, se adecuaba al lugar, a las personas. Tenía el don de la
sencillez, de la confianza. Y luego esperaba el momento, la luz adecuada. Podía
pasar horas. A veces se quedaba hasta a dormir con ellos”. Pero la foto de la
que me quedé prendado es la de unos pololos que se besan en un “embarcadero” bien
pobre.
Y como “el inconciente
tiene la estructura de un folletín”, me imagino que él acaba de llegar en ese
barquito que está ahí detrás, y que ella lo estuvo esperando en la soledad de
ese muelle, bajo un cielo encapotado que anuncia agua y frío. Sin embargo, la
complicidad del abrazo de ellos, la intensidad con que se besan, cambia todos
los registros: hay luz en vez de neblina, todavía sopla un aire tibio aunque ya
está refrescando, y ellos dos tienen unas horas o apenas una noche por delante
(el bolso de él es muy pequeño). Es la foto de un romance, pienso, bajo el
signo del apremio. Cuando deban despedirse, tal vez ella le canturree: “Ando
toda reenamorada/sólo quiero volverte a ver”. Y para él será harto difícil desprenderse
de sus ojos, de su boca, de su piel.
“Siempre se desea lo que no
conviene”, dice Piglia hablando de Puig y del “mundo de las pasiones
desencadenadas, de los deseos que no tienen registro ni sanción”. Eso también
está en la foto: es un amor inconveniente, un noviazgo que no cesa y se resiste
a su edad madura. “La juventú es pa' vivirla entre caricias y besos”, escribe
Buenaventura en una de sus Sentencias, y acaso esa sea la forma de mantener la
lozanía de las pasiones. Tal vez todo amor genuino sea un “tiempo expropiado” a
las demandas del mundo, a sus exigencias y a sus posibles puniciones por ese
espacio de evasión en que no producimos nada que tenga un valor mensurable para
el resto de la sociedad. Y así como robamos besos, también afanamos tiempo para
caricias y besos.
Este beso preanuncia ese
afano. Nuestros pololos andan con unas ganas locas de brindarse el tiempo que
se deben. Si se observa bien, estos dos no se han detenido a besarse como los
actores de la famosa foto de Robert Doisneau: aquí el beso está “en camino”
hacia la entrega. O mejor, ya es la entrega. Que esto suceda en una ignota
explanada, y a orillas de un lago remoto, debería llenarnos de esperanza pues
el amor acontece cuando “se desea lo que no conviene”. Van a estar pocas horas
juntos, se van a separar, van a extrañarse. Cualquier ser humano sensato
desistiría de semejantes complicaciones. Los amantes, no. Tampoco desistió Juan
Maino Canales y un día, en el final del mundo, registró que “la vida es eterna
en cinco minutos”.
Carlos Semorile