lunes, 22 de mayo de 2017

Caricias y besos




Hasta ayer no sabía nada del autor de esta imagen, Juan Maino Canales, fotógrafo chileno y militante del Mapu desaparecido en mayo de 1976. Cuentan que iba a las poblaciones a retratar a los niños para el programa “Padres e hijos”, un proyecto de educación popular que el Cide (Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación) llevaba adelante en las comunidades. También dicen que “Juan era dedicado. Primero entraba en confianza, se adecuaba al lugar, a las personas. Tenía el don de la sencillez, de la confianza. Y luego esperaba el momento, la luz adecuada. Podía pasar horas. A veces se quedaba hasta a dormir con ellos”. Pero la foto de la que me quedé prendado es la de unos pololos que se besan en un “embarcadero” bien pobre.

Y como “el inconciente tiene la estructura de un folletín”, me imagino que él acaba de llegar en ese barquito que está ahí detrás, y que ella lo estuvo esperando en la soledad de ese muelle, bajo un cielo encapotado que anuncia agua y frío. Sin embargo, la complicidad del abrazo de ellos, la intensidad con que se besan, cambia todos los registros: hay luz en vez de neblina, todavía sopla un aire tibio aunque ya está refrescando, y ellos dos tienen unas horas o apenas una noche por delante (el bolso de él es muy pequeño). Es la foto de un romance, pienso, bajo el signo del apremio. Cuando deban despedirse, tal vez ella le canturree: “Ando toda reenamorada/sólo quiero volverte a ver”. Y para él será harto difícil desprenderse de sus ojos, de su boca, de su piel. 

“Siempre se desea lo que no conviene”, dice Piglia hablando de Puig y del “mundo de las pasiones desencadenadas, de los deseos que no tienen registro ni sanción”. Eso también está en la foto: es un amor inconveniente, un noviazgo que no cesa y se resiste a su edad madura. “La juventú es pa' vivirla entre caricias y besos”, escribe Buenaventura en una de sus Sentencias, y acaso esa sea la forma de mantener la lozanía de las pasiones. Tal vez todo amor genuino sea un “tiempo expropiado” a las demandas del mundo, a sus exigencias y a sus posibles puniciones por ese espacio de evasión en que no producimos nada que tenga un valor mensurable para el resto de la sociedad. Y así como robamos besos, también afanamos tiempo para caricias y besos.

Este beso preanuncia ese afano. Nuestros pololos andan con unas ganas locas de brindarse el tiempo que se deben. Si se observa bien, estos dos no se han detenido a besarse como los actores de la famosa foto de Robert Doisneau: aquí el beso está “en camino” hacia la entrega. O mejor, ya es la entrega. Que esto suceda en una ignota explanada, y a orillas de un lago remoto, debería llenarnos de esperanza pues el amor acontece cuando “se desea lo que no conviene”. Van a estar pocas horas juntos, se van a separar, van a extrañarse. Cualquier ser humano sensato desistiría de semejantes complicaciones. Los amantes, no. Tampoco desistió Juan Maino Canales y un día, en el final del mundo, registró que “la vida es eterna en cinco minutos”.

Carlos Semorile