lunes, 15 de mayo de 2017

Vocaciones



El Vikingo ya se había lanzado por los caminos, casi siempre al Sur, algunas veces con sus misteriosas conquistas, una vez con Seán y en otra oportunidad también con Alex. También viajó al Norte y allí conoció a Brendan, un maestro que además era arqueólogo o antropólogo –nunca me quedó claro- y que tenía fascinado a Glen por sus enrevesados análisis políticos. Como con el Vikingo nos debíamos un viaje juntos, enfilamos hacia Derry y la recorrimos de arriba a abajo, pero nunca encontramos a Brendan que siempre acababa de irse cuando nosotros llegábamos. Le dejamos varias notas, nos tomamos el bus a Donegal, pero al fin decidimos seguir hasta el Monte Errigal donde, extasiados de azul y de esmeralda, brindamos por todas las bellezas de Irlanda.

No supimos nada del recóndito Brendan hasta que Glen recibió una carta suya enviada desde Nicaragua: contaba que había ido estudiar el proceso sandinista y que, de repente, se encontró viviendo con una preciosa muchacha campesina (la foto no lo desmentía) cuya familia había peleado contra Somoza. Incentivado por estas novedades, Glen me persiguió a todas horas para que nos sumásemos a la Brigada Irlandesa de Café que partiría a “tierras nicas” a fin de año. En crisis con Sheila (qué extraño!), me plegué al delirio del Vikingo y al día siguiente de estar en Managua ya estábamos buscando a Brendan, el insólito. Sólo mucho después nos enteramos que mientras nosotros nos acomodábamos en el Hostal Norma, él y su esbelta María iban rumbo a Dublín.

En aquel hotelucho paraban muchas delegaciones del continente, y algunos sudamericanos sueltos, dos brasileños, un argentino y un uruguayo, que se hacía llamar “oriental”. Salvo estos cuatro, de inmediato percibimos que para el resto seguíamos siendo lo que nuestros antepasados habían sido siempre a sus ojos: “los negros de Europa”. No importaba que por las calles de la arruinada ciudad, y por las fincas y los ingenios la gente fuese más oscura que nosotros (y bastante más que el rojizo Vikingo). Para los alemanes, los belgas y los franceses, seguíamos siendo “los negros”. Por eso, cuando los brasileños armaron una tarde de tragos, enseguida nos integramos a la fiesta y hasta permitimos que el argentino se acercara y se insinuara a nuestra hermosa líder.

Como en el cumpleaños de su padre, Glen se encargó de que no dejase de beber ni por un instante, aunque esta vez tuvo la delicadeza de arrastrarme hasta mi cucheta cuando quedé rotundamente dormido en una hamaca colgante. Con el tiempo aprendí que, al lado del Vikingo, estaba condenado a repetir estas borracheras escandalosas con la puntual periodicidad de las estaciones. Por su parte, Glen asumió que Brendan no era el guía profesional y político que andaba buscando. Su verdadera vocación era ser granjero, marido y padre, y ni la política ni la improbable arqueología iban a apartarlo de ese prolífico camino. La última vez que lo rastreamos en vano, nos dijeron que vivía cerca de Killarney, oculto y feliz con la gorda María y sus ocho críos morenos.  

Neil Collins