sábado, 20 de mayo de 2017

La camisa azul


No se la veía bien, andaba distraída, como mareada, un poco perdida.

Hasta hace poco pensaba que los años pasaban para todo el mundo, menos para la abuela María. En tres semanas ella empezó a olvidarse de esos hábitos de la vida cotidiana que la mantuvieron siempre activa. Ya no tomaba su café con leche ni las tostadas con queso y dulce. Había abandonado la vieja costumbre de contar los cubiertos cuando terminábamos de comer –si faltaba uno, no dudaba en buscar en la basura hasta encontrarlo­–­. Había dejado de preparar sus platos de comida para dejar en la semana, “por las dudas”, cuestión de que nada le faltara a cualquiera de los que nos aparecemos por la casa, que con los años se convirtió en el corazón de toda una familia.

Y sí, es lógico, tiene 92 años, deberíamos pensar todos. Sin embargo, no hay lógicas que alcancen en cuestiones del querer. Uno quiere y quiere así, sintiendo.

Con altibajos, comiendo menos cada día, usando una misma blusa durante una semana entera (algo impensado para una señora coqueta como ella), la abuela parecía no volver a ser la misma. Sin embargo, de vez en cuando, aparecían esos gestos suyos como rayitos de sol.

Una tarde fui a visitarla con una camisa azul que si bien era sencilla, no era una camisa cualquiera. Estaba cosida a mano, tenía una tela particular y buena como las de antes. Cuando la abuela la vio, se iluminó, la quiso en el instante, como una nena que quiere un chocolate. Vi el deseo en su rostro, y el deseo de tenerla fue un gran indicio. Al día siguiente le compré la misma camisa. Se la probó sin entusiasmo, pero cuando se miró al espejo, le salió una sonrisa cómplice y socarrona, se reía ella misma.  Y así, de a poco, la abuela volvió a recobrar las ganas.  Una mañana  quiso ir a hacer las compras con su nieta María, al mercado, donde todos la conocen. Otro día hizo pescado, gesto que celebramos silenciosamente en la familia. También volvió a pelear con uno de los bisnietos, Martino.

Había abuela para rato.

Y sí, tiene 92 años, pero es la abuela María, una institución, no existe el tiempo en las cuestiones del querer.


Romina Grosso