Un día que la visitó su amigo del
alma, Hubert de Givenchy, cuando ya estaba muy enferma, Audrey Hepburn le obsequió
entonces su abrigo de piel, diciéndole: “cuando tengas frío, te lo colocas en
los hombros y será como que estoy dándote un abrazo.”
Adelaida fue una gran amiga de mi
madre mientras se encontraban ambas viviendo en Marruecos. Mi madre desde Chile
y Adelaida desde Perú. Hasta conocerla, mi madre siempre había sostenido que ya
no estaba en edad de hacer nuevas amigas. Que eso ya no ocurría. Que las
amistades eran las que uno había ya construido a lo largo de los años. Adelaida
fue su excepción a la regla. Es que era una mujer de extraordinaria dulzura y afabilidad.
Su muerte hace casi un año fue para todos un golpe devastador.
Por razones de trabajo, hace unos
años viajé a Lima y me encontré con Adelaida que ya había regresado al Perú. En
mis visitas a Rabat, ella siempre había sido especialmente gentil conmigo. En
esta ocasión no fue distinto. Con su marido, me invitaron a almorzar y me
llevaron luego a visitar un centro artesanal. Ella me regaló en esa ocasión dos
maravillosos ponchos de alpaca.
Entre traslados, reciclajes, espacios
reducidos y todo lo que sucede en una casa, los ponchos fueron guardados en
distintos lugares y de diferentes maneras: doblados en un cajón, en un gancho
de ropa en el closet, en un perchero al lado del espejo. No es fácil guardar
una prenda andina en una vivienda marcada por las estéticas occidentales, diseñadas
más bien para chaquetas y trajes de dos piezas. En mi última mudanza, se me
antojó que eran tan bellos que no quería dejarlos confinados a un ropero.
Merecían estar a la vista. Entonces se me ocurrió colocarlos sobre la silla del
escritorio. Esas sillas giratorias, muy cómodas para sentarse a trabajar, pero
que tienen un aspecto nada amable. Además, así, cualquier tarde de invierno que
refrescara el aire, podría tomarlos fácilmente y abrigarme como si fuera un
abrazo que llegaba en un momento acertado.
Cuando hace unos días mi madre me
visitó, recorrió el hogar observando –fotos, cuadros, libros, lo que toda madre
hace- y se fijó especialmente en los ponchos. “¡Qué lindo esto!” exclamó
tocándolos y apreciando la particular suavidad de esa lana. Le respondí: “Me
los regaló Adelaida hace unos años”. Suspiró y dijo: “Ay, mi Adelaidita… y los
tienes aquí como Givenchy con el abrigo de Audrey Hepburn.”
Valeria Matus