Avanzado el siglo
XIX y comienzos del XX los bares porteños ya eran parte de la esencia porteña.
“El Tortoni”, “El Águila”, “El gas”. “Las Violetas” “Los 36 billares”, “Domínguez”,
“La Paloma”, “Marzotto”,”La Chancha”, (estos bares directamente vinculados al
tango) “El Ramos”, “La Paz”, “El Foro”, “El Rex”,“La Academia”… y seguro hay
omisiones importantes en la larga lista. Cada uno reunía características
especiales en su arquitectura interior y también en el perfil humano de sus
parroquianos. Hoy comenzaré por uno, seguramente olvidado, quizá por su
ubicación y porque hasta que cerró resultó un reducto hermético poblado por un
público silencioso y con características muy especiales.
Su ubicación:
Corrientes entre Reconquista y San Martín de la vereda numeración par. Abierto
las veinticuatro horas de lunes a domingo. El aspecto exterior ni el interior
invitaban a entrar. Día y noche estaba en una semioscuridad. En general había
silencio pero en las madrugadas se oían expresiones en húngaro, ruso. Preguntando
me enteré que algunos hablaban lenguas eslavas de la entonces Yugoeslavia que
unía a una variedad diferente de etnias. Supe también que, El Toyo, era
conocido en Europa, por los inmigrantes ahora habitantes de la Argentina. Pasó
a ser un lugar de reencuentro de los europeos, particularmente del este. Los
españoles se reunían en Avenida de Mayo. El dueño era un japonés hierático e
impenetrable que pasaba la noche pegado a la caja mientras fumaba con largas
pitadas y observaba el movimiento del bar.
El Toyo, de día, tenía
el mismo aspecto lúgubre pero sin el brillo de los habitués nocturnos. Por ser
zona de Casas de Cambio y oficinas varias durante, la mañana concurrían a
desayunar albañiles, pintores de brocha gorda y trabajadores manuales. La noche
era otra cosa opuesta, otro mozo acorde con el ambiente. Se daba el fenómeno de
“Del doctor Jeill y Mr. Hyde” entre el Toyo diurno y el nocturno. Un húngaro había
estudiado la clave para ganar a la ruleta, un ruso que había desafiado a Stalin
en un encuentro a trompadas, Stalin cagó
todo y no quiere piliar. El polaco de la nobleza y con gran fortuna pero veni comunismo y rompe todo títulos y hasta
doploma de inginiero. El rumano médico que sabía curar el cáncer pero tanto nazi como quiminista hicos puta y
meten preso al que sabe. No faltaba algún comunista porteño, desubicado,
que intentaba discutir pero el rumano replicaba de inmediato quiminista es sorete y todos hicos puta.
El mozo de la noche
armonizaba perfectamente. Alto, pelado, con panza. No usaba bandeja para
servir. Llegado el caso si era necesario hacía dos viajes. Llegué a verlo llevando
tres tazas de café por mano y un sandwich en el antebrazo. Hablé con él y
pregunté por la bandeja. “Vea joven, yo trabajé en los mejores bares del mundo
y aprendí bien el oficio. El mozo profesional no debe usar bandeja…” Tanto
cuando hacía el pedido en el mostrador como cuando se dirigía a la mesa se
mandaba, a lo gallo, varios KIKI RI QUÍ. Los parroquianos nocturnos hacían caso
omiso de la conducta del mozo. El cajero fumaba y permanecía inmutable en pose
de budista Zen. Había mujeres. algunas acompañadas con algún habitué o bien
solas. Estas mantenían diálogos imaginarios surgidos de su monólogo en alguna
lengua eslava. Eso era triste porque pese a que a veces reían. la amargura y la
soledad eran evidentes.
El bar TOYO fue un
emblema de la soledad y el triste desarraigo causado por la guerra. Pintoresco
pero muy triste. Una verdadera tragedia existencial donde el humor intentaba
paliar el sufrimiento de los solitarios.
Otto
Carlos Miller