Escribo. Pero, para ser exactos, primero llamo por teléfono.
Al fijo. La persona no está. Dejo un mensaje. Llamo para tener noticias y proponerte un café. Los días pasan. No
recibo respuesta. Entonces escribo. Explico que dejé un mensaje, ¿nos
tomamos un café? Recibo una respuesta con un nuevo número y una aclaración. No miro el teléfono
fijo, te dejo mi WhatsApp que es lo que se usa ahora. (Todavía no se
concreta el café... pero noticias tuve).
Escribo. Una carta a la antigua. No la
imprimiré para mandarla en sobre. Primero porque sale caro; segundo porque ya
no se usa. Hasta yo lo sé (aunque todavía con mi amiga M. nos mandamos cartas
de papel… pero, por más que nos obstinemos… no es lo mismo y lo
sabemos). Mando la carta. No recibo respuesta. (Es una posibilidad). A
veces recibo un emoticón. (Es otra posibilidad). En ambos casos, y en cierto
modo... también tengo noticias.
Estoy en un teatro. Me siento en una mesa con amigos. No
fuimos juntos, nos encontramos ahí de casualidad. Mis amigos fueron con
amigas. Madre e hija. Mucho gusto. Son muy amables. La
hija es joven. No una niña, una mujer joven. De pronto saca su celular y le comenta a la
madre:
–No lo puedo creer… ¡me clavó el visto!*… Respondé, vago… ¡Respondé!…
¡No sos tan viejo como para no saber respondeeeer!….
Me nace decirle a la hija: te
acompaño en el sentimiento. Pero no. La miro con simpatía y acoto:
–Mi hija, a veces, dice lo mismo…
[Nb. Sobre la cuestión política y estos asuntillos, ya escribí
en otro ladillo, pero siendo que esa cuestión es la que más me interesa, no
deja de llamar la atención el tema funcional. El hecho de que tanta modernidad -y la existencia de tantas personas dando por sentado que esto es lo que se usa ahora y punto…- tampoco asegura que se logre el objetivo que, tengo entendido, es comunicar].
Pero a veces sí. A veces se logra.
Y como si hubieran estado demoradas por razones de mal
tiempo, o alguna huelga de trabajadores en un olvidado correo central... llegan
las respuestas. ¡Llegan todas juntas! En una misma semana. Caen. Llueven. Son
como flores arrojadas desde los balcones.
Son días muy especiales esos. Tan especiales, que incluso uno
puede tener respuesta a lo que nunca preguntó.
[Uno vuelve a pensar en ese viejo coronel y ese extraño castigo que se le ocurrió al escritor... ese castigo de la vida, ¡no tendrás quién te escriba!].
Si es día de fiesta, puede
pasar que una nota contenga –encerradito– otro texto, por
ejemplo a través de una invitación a leer esto o lo otro. Ahi, uno, que no
puede ser menos que el que escribe, se levanta de la silla (manera de decir),
va a buscar ese texto y lo revisa con doble interés. Porque además del placer
de leer el texto de por sí, uno quiere además saber qué cosa vio el otro. Ese
otro que le escribe a uno con nombre y apellido. Como si uno fuera importante. Literalmente,
un elegido. El único destinatario posible para esas palabras, esa idea, ese
sentir.
Entonces uno se siente agradecido. Tan agradecido, que no
hay palabra que alcance.
Ni siquiera estas.
Cándida
* Clarificación para amigos que, como yo, son del siglo pasado o antepasado. Expresión en auge que
hace referencia a una posibilidad que brindan las nuevas tecnologías: asegurarse
que el mensaje enviado fue visto por
el destinatario que puede o no responder. Ver + no responder = clavar el visto.