viernes, 7 de abril de 2017

Una carta de amor



 

Tu buen corazón, no lo mates”, dice la carta. “Que esté presente, ya sea en parte, ya sea entero, en todos los amores de tu vida…”. Quien escribe es una mujer. Se está despidiendo. Es una carta de ruptura. Es también –a su modo– una carta de amor. La mujer le dice al hombre que siga siendo lo que ha sido. ¿Un libertino? No exactamente. La frase no termina ahí: “…y que siempre juegue su rol noble…”. Ese hombre y esa mujer fueron conocidos por sus obras. También por su forma de ser. Y de amar.

Hay tantas formas de amar… “Tantas como personas”, decía anoche –en la cocina donde tan a gusto compartimos cuanto hay para compartir– el autor de cierta nota publicada hace unos días… Escuchándolo, leyéndolo, uno se queda pensativo. Pero si realmente existe “lo inevitable de los sentimientos”, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de amores imposibles? ¿Qué es lo que, en ciertos amores, resulta imposible?

A lo mejor, el despliegue. Hay amores que pueden desplegarse lo mismo que esas telas con las que se hacen bellos vestidos. Y hay amores contraídos. Concentrados, apretaditos, ¿acurrucaditos? Se me ocurre también que no todos los amores pueden vivir en una casa, tomar café con leche, compartir una tostada o salir de paseo. Hay amores así. “Apprivoisés” diría el Principito. Algunos de esos amores, son amores pacientes, amores que se construyen lo mismo que los pajaritos su nido. Otros no. O no tanto o a veces sí y a veces no.

Intuyo que hay amores sin domicilio fijo. Amores vagabundos que surgen en el camino.

Recuerdo que un hombre (bellísimo) me contó esta anécdota. Años atrás supo tener entre sus amigos, una amiga. (Algo así como la Rosita de la canción… para los entendidos…). Una noche, durante una cena, ella tuvo que irse antes que los demás y, cual caballero, este abnegado y principesco morocho, ofreció acompañarla a tomar un taxi. Justo antes de entrar en el taxi, ella lo besó. No precisamente en la mejilla.

¿Cuánto dura un beso así? ¿No es este beso, algo “para toda la vida”? Me gusta pensar que el morocho tuvo un beso. Un beso solo. Un beso como un sello. Como sentencia, sí, de no olvidar.

También he sabido de amores sin casa, sin boca, pero con ojos. Se puede estar a gusto en los ojos de una persona. Algo así dijo Brassens. No, no lo dijo. Lo cantó (Les Passantes). Luego escribió que ciertos amores no deben intentar amarrarse (La non-demande en mariage / Tengo el honor de no pedir tu mano). Y como el tema del amor lo preocupaba “harto” y le dedicó gran parte de su repertorio, también cantó La marine. Una canción (poema de Paul Fort) que habla de cómo aman los marineros:

On les r'trouve en raccourci / Se las encuentra, como abreviadas,
Dans nos p'tits amours d'un jour / en nuestros amores de un día,
Toutes les joies, tous les soucis / todas las alegrías, todas las preocupaciones
Des amours qui durent toujours / de los amores que duran toda la vida.

Sin duda hay amores que pasan. Lo mismo que el viento en los pueblos. Son rumores. Cuchicheos. Ruidos sordos. Luces y sombras, en días de tormenta. Presencias fugaces, palabras fugaces.

Por mi parte, tiendo a pensar que no hay amores imposibles. Que lo imposible tiene que ver con cierto afán de transformación. Con cierta idea de la cercanía. Los amores son... no más. Son lo que son y quizás no haya que esperar que se conviertan en otra cosa.

“…Para que un día puedas mirar atrás y vivir como yo: he sufrido a menudo, me equivoqué algunas veces, pero amé, soy yo la que vivió y no un ser ficticio creado por mi orgullo y mi hastío”.

Así escribió Sand a Musset, el 12 de mayo de 1834.


AGC