viernes, 28 de septiembre de 2012

"Lo que más quiero" (Violeta e Isabel Parra)

Carta de Victor Jara


Compartido por Carlos Semorile a quien agradecemos.
 
De una carta de Víctor a Joan Jara, enviada desde Londres en 1968: 

“Mijita, de repente pienso que vivir en un país donde tienes todo el mundo en tus manos a través de la noticia, con una información tan “instructiva” e “imparcial” es mucho más dañino que vivir en un país como el nuestro, donde la noticia es manejada por otra nación que domina, pero, por último donde no sientes, al menos en forma tan apremiante, la inutilidad de la existencia. Si no, no me explico toda esa juventud drogada y que se escapa de sí misma hacia cualquier lado para encontrar algo verdadero, o que se suicidan para encontrar la única verdad de estar vivo, la muerte. Con todo te colocan como con una estaca contra la pared: con el hoyo en la yugular de Martin Luther King, con la vista de la viuda llorando desconsoladamente a su lado; con el bombardeo de Viet Nam, del hundimiento de un barco donde se salvaron unos pocos, del estreno de una película de Tony Richardson, del color del rouge que se usará esta semana o la nueva galleta para el perro. No tienes tiempo de elegir o meditar tu elección. Si no escoges inmediatamente te quedas atrás hasta que desapareces, Parece que a nadie le gusta ser uno mismo, aunque se esté solo. Amorcito, Chile además de estar en manos de los norteamericanos y de poseer otros defectos, es un lugar donde la tierra es tierra y el pan es pan; un lugar donde se puede encontrar uno mismo y encontrar a los demás con compás de verdadera vida, de vida pura, natural. Ojalá que nunca la “civilicen” como acá. La prefiero así; bruta, suelta y libre.”

jueves, 27 de septiembre de 2012

La niña de mis ojos



Dejo un poco a lo bruto un testimonio sobre estos asuntos de cómo se miran los hechos o de las varias lecturas que puede tener un hecho.

Fue así. Hoy iba de la mano con mi hija de 6 años por un barrio de Buenos Aires que no es ni el más pobre, ni el más rico, ni el más esto ni lo otro. Un barrio de arbolitos, pajaritos, relativamente comercial y que tiene varias ventajas comparativas, como se dice, entre esas que las cacerolas permanecen por lo general en las cocinas a lo largo del año.  Al llegar a cierta esquina bastante transitada veo lo siguiente. Nótese que dije “veo”, no escucho, porque el ruido en esa esquina es muy fuerte. Veo, en la vereda de enfrente, un hombre con un montón de cajones de frutas desparramadas. Son frutillas. Y veo a otro hombre con dedo amenazante que se aleja.  Sigo mi camino mirando al que se aleja. No entiendo totalmente la escena pero en algún punto la entiendo y no escucho a mi hija que se enoja conmigo, pero es que cerca del pelao (es un pelao) hay un niño y el niño llora y una mujer trata de calmar al hombre. (Horas después me voy a acordar de Chaplin. Porque es muy llamativo. Pareciera que Chaplin hizo obra futurista además de todo. Es tal el bullicio de las ciudades que una escena así puede ser muda hasta el metro de distancia). Bueno, en eso le explico a mi hija que pareciera que hay un problema pero que viene un policía y que debe ser para arreglar el asunto (oh… candidez…). El policía viene y saluda de beso al pelao… Termino de captar la escena y atravieso la calle. Se han juntado varias personas con gestos típicos de “yo sé”, “yo vi todo”. Tres de ellas están recogiendo las frutillas. Me arrimo y pregunto si puedo ayudar, me dicen que sí. Luego otra y otra y otra. De pronto hay un montón de gente recogiendo frutillas. Entre frutilla y frutilla, me voy enterando. El pelao vende fruta del lado de allá del kiosco (de periódicos) y se enojó con este de acá que estaba ofreciendo una promoción de frutillas. Vino y le tiró toda la mercadería al suelo, toda, todos los cajones que son unos diez, los desparramó. Una señora dice que fue a hablar con el cana “pero ese cana es un coimero, se alzó de hombros y me dijo ‘yo no vi nada’, imaginate, como si uno fuera más que el otro ¡si los dos venden en la calle!... y la calle no es de nadie”. Y cuando todas las frutillas estuvieron en sus cajones, una vieja preguntó: ¿a cuánto está el kilo? Y tras ella todas las mujeres preguntaron lo mismo (es un hecho que eran todas mujeres salvo el vendedor, un hombre bajo, muy delgado, entre 40 y 50 años que no era precisamente un galán).

Mi hija me preguntó luego con la bolsita de frutillas en la mano si era cierto que la fruta la había tirado un borracho (es que hubo varias versiones). Le aclaré que no, que no era un borracho, que era otro vendedor que no quería que… etc. Y la conclusión de esta hija después de que las circunstancias fueran aclaradas fue la siguiente:  

¿qué buena es la gente, no mamá? Viste cómo todos ayudaron…

Por eso cuento la historia en este espacio. No por la mano que arrojó. Sino por la que recogió (que no era una). Y por los ojos.


Cándida

miércoles, 26 de septiembre de 2012

martes, 18 de septiembre de 2012

Tikitiklip

En la prolongación de la nota publicada sobre Paka Paka durante el mes de julio, les dejamos una muestra de un programa destinado a los niños realizado en Chile por Ojitos Producciones. “Cada videoclip es una pequeña historia en que los decorados y personajes son interpretados por diferentes artesanías tradicionales”. Además de los videos hay libros y otras realizaciones destinadas a niños de diversas edades. Pueden consultar la página: http://www.ojitos.cl/ Otros videos están disponibles. 

domingo, 16 de septiembre de 2012

Desde el alma

Desde... Chile, Luisa nos deja esta interpretación de Don Roberto Parra a quien hemos sabido querer... mucho

martes, 11 de septiembre de 2012

Visto en Santiago hoy...


Las grandes alamedas

Hoy es 11 de septiembre y antes de que la tele nos imponga su agenda de camiones hidrantes y jóvenes apaleados en las calles de Santiago, quisiera evocar otras imágenes de aquel pueblo y de su amor en las grandes alamedas. Tampoco en aquellos años de la Unidad Popular era fácil llegar hasta la Moneda. Las marchas debían sortear las emboscadas de los “pijecitos” de Patria y Libertad, sus cadenazos si lograban acercarse, e inclusive algunos disparos a la distancia. Para evitar los católicos predios universitarios y a sus francotiradores confesionales, las multitudes hacían un rodeo de varias cuadras y, aunque resulte inverosímil, mantenían el humor intacto. Con esa misma alegría, las columnas avanzaban hacia la segunda encerrona, avenida arriba, a recibir los huevazos que llovían desde los edificios paquetes. Sólo que esta vez la cosa era menos despareja: los trabajadores, particularmente los mineros, revoleaban piedras como respuesta, y a nuestro paso iba quedando un reguero de ventanales rotos y cogotudos indignados. Siendo apenas un niño, me sentía protegido por la destreza de nuestros “arqueros”, pero todavía más por la franqueza de sus sonrisas aún en el fragor del enfrentamiento. No olvidaré nunca que de las bocas de aquellos hombres rudos salían tantas consignas como piropos, y que las muchachas caminaban envueltas en banderas y requiebros. Luego, la trabajosa llegada a la plaza, el flamear de las banderas, el cántico acompasado y una voz inconfundible que se derrama sobre las conciencias que fueron hasta ahí a escucharla, a escucharse. Parafraseando a Silvio, podría decir que en una sola marcha cabe el mundo, que una sola de aquellas manifestaciones alcanzaba para comprender lo más sustantivo y rescatable del entramado social. Ese desplazarnos en grupos por las calles, como si fuéramos pequeñas aldeas recién amanecidas, aquella ternura en las ayudas necesarias y en cada gesto espontáneo hacia el semejante, la comunicación horizontal sin respetar ni clases ni estamentos, el abrazo de las parejas, los abrazos de los camaradas. Y la gran marea humana de las cosas de todos: los ideales compartidos, la emergencia de un líder, los símbolos del común destino, la fraternidad sobre la tierra y la felicidad en los parques. Los rostros hermanos y el fulgor divino en las miradas. La supremacía del amor. 


Carlos Semorile