jueves, 27 de junio de 2013

Sobre los 50 años del Cuarteto Cedrón : "Por prepotencia de trabajo"

Hace unos días escribí un texto sobre las dificultades que aquejan a los artistas populares en Argentina. No me olvido del tema. Lo retomaré. Me parece de vital importancia poder instalarlo y discutirlo como problema: reconocer que parte de nuestros artistas no están trabajando en las condiciones que se merecen y que su trabajo se ve a menudo obstaculizado por las más variadas presiones y falta de atenciones. Pero hoy vengo a hablar de otra cosa. (Aunque quizás es lo mismo). Hoy quisiera celebrar el hecho de que, a pesar de las dificultades, el Cuarteto Cedrón sigue estando con nosotros.

Son cincuenta años de trabajo los que se van a festejar el próximo 3 de julio en el Cervantes. Y es primera vez… creo que es primera vez que el festejo de una nueva década se hace en Argentina.

En este concierto estarán: Juan “Tata” Cedrón (guitarra y voz), Miguel Praino (viola), Román Cedrón (contrabajo), Daniel Cabrera (bandoneón). Aunque algunos podrían ser los padres de los otros –de hecho lo son– todos son viejos compañeros. Hace cincuenta años que Tata y Miguel Praino tocan juntos. Hace veinte que Román Cedrón es el contrabajista del Cuarteto. En los años 1990 y 2000, Daniel Cabrera –músico uruguayo, residente en Francia– se integró a la formación con su bandoneón y participó en distintos proyectos como la creación en Avignon de Antígona, en la que el Cuarteto hacía el Coro, y La Típica, orquesta de catorce músicos que revivió para un público francés los estilos de las grandes orquesta de tango.

Algunos ven en el Cuarteto algo así como un sueño que tuvo Tata. Desde esa perspectiva se podría decir que es un sueño realizado. El Cuarteto Cedrón nos guste mucho, poquito o nada, existe. Tiene una obra. Ocupa un lugar. Y existe a la manera de todo lo que existe. Pero, más que nada, a la manera de un árbol. “De la raíz a la copa”. Se cree que puede tocar el cielo y quizás puede. Pero lo que más tiene es raíz. Cantidad de raíces que van a nutrirse en las diferentes capas de tierra que conforman la Argentina. Y que se extienden, se extienden, no paran nunca de extenderse y de explorar los mundos subterráneos. En esos mundos subterráneos, el Cuarteto Cedrón es un sol. Si alguno tiene dudas que escuche el último disco. (Esto no es publicidad: es educación sonora). Ese disco alumbra. Se recomienda escuchar todos los temas pero como esta nota la escribo yo y como yo es arbitrario, escuchen primero “Siete”. Luego, el disco. “En vivo”. Así se llama ese trabajo y es una grabación del año 1988. En 1988 no estuvimos. Muchos no estuvieron. El 3 de julio podemos estar. En vivo. Vivos.

Cuando un grupo de músicos se mantiene por tantos años como identidad, como unidad, como conjunto sonoro, esa palabra –vivos– toma un matiz especial. Cada vez se notan más las ausencias. Se podría hacer una larga lista de invitados que no ocuparán butacas pero que estarán, sin duda, en el Cervantes. Los traerán sus hijos, sus sobrinos, quizás sus nietos, sus amigos, los amigos de sus amigos. Porque de eso se trataba, también, de reunir alrededor. O sea de amistad, de hermandad, de hacer las cosas con otros, para otros. Hay quienes dicen que el Cuarteto es un hombre solo. Se equivocan. Salvo si es una metáfora porque a menudo el Cuarteto debe pelear y en esos días pareciera, casi pareciera que está solo en medio de la contienda. Pero no. El Cuarteto es una de las más formidables obras conjuntas que ha visto nacer este país en los últimos 50 años. Eso fue Gotán. Eso fue el Taller de Garibaldi. Eso fue el disco Madrugada. Eso fue el permanente homenaje que los músicos han rendido a los poetas. Y eso es hoy la presencia de los músicos en Argentina. Ellos están acá “por prepotencia de trabajo”: el suyo.

El resultado de todo eso es una obra sonora. No se puede leer al Cuarteto aunque algunos escriban libros sobre el grupo. Al Cuarteto hay que escucharlo. Y en esa posibilidad que nos damos de escucharlo o no escucharlo se juegan también muchas cosas.

(Volveremos sobre estas cuestiones, más allá de los festejos, porque son temas que les importan a ellos, los músicos y a nosotros que no queremos vivir sin músicos: ¿qué escuchamos? ¿Por qué? ¿Para qué? Y ¿qué pasa cuando no escuchamos? ¿Qué tipo de persona se va construyendo en ese escuchar y en ese no escuchar? ¿Quién determina, en definitiva, lo que escuchamos? ¿Existe la libertad sonora? ¿O también ahí, a nivel de nuestros oídos, hubo una dictadura que duró mucho más que siete años?).

Por último, en los conciertos del Cuarteto Cedrón sucede también algo curioso. Sucede en los teatros y en la vereda. No tiene que ver con los lugares. Así como hay ausentes, hay  rostros nuevos. Y eso también le da un matiz especial a la palabra “vivos”. Resulta conmovedor ver a los jóvenes, cada vez más jóvenes, que se acercan a la obra del Cuarteto. Ahí también hubo obstáculos en el camino. Casi se podría decir que todo fue hecho para que ese encuentro no se produjera. Y sin embargo se produjo. Se sigue produciendo. 

Entonces, este festejo del 3 de julio es también un homenaje a la perseverancia. De un lado y otro del escenario. Perseverancia de los músicos y de su público. Unidos. A pesar de los pesares.


Antonia García Castro*



* Autora de "Cuarteto Cedrón. Tango y Quimera", Ed. Corregidor, 2010.

miércoles, 26 de junio de 2013

"Angelitos Negros"



En el año 1982, entré a trabajar como maestra suplente, en el Barrio Charrúa, que no por llamarse así, está precisamente habitado por uruguayos en su mayoría, sino más bien, por la comunidad boliviana, chilenos, y también paraguayos. Como a mi me designaron 2 días más tarde, que a la otra maestra que tenía un 2º grado igual que yo, ella aprovechó para elegir de todos los niños que había, a los más rubiecitos y castañitos, dejándome para mí a todos los nenes negros y morochitos, sin saber, que mi debilidad en este mundo son los negros y los morochos. Todo comenzó a funcionar, hasta que a los pocos días mis alumnos me dijeron, que los chicos de 2º "A" les decían: negros bolivianos y chinos cochabambinos. Esa noche al regresar a casa recordé que tenía un casete de Los Olimareños donde interpretaban el tema “Angelitos Negros” Al otro día lo llevé y lo escuchamos. Yo no tendría el dinero para pagar, el placer que me dio ver los rostros de esos niños mientras escuchaban, luego hablamos, reflexionamos, y nos expresamos juntos, y puedo asegurar que desde ese día, nunca, pero nunca más, se habló del tema de la negritud en el aula, a menos que no fuese para reivindicarla, y valorarla. Todo esto lo escribo porque una amiga me anda diciendo porqué no escribo un libro sobre mis experiencias docentes, los docente y los niños. No puedo contar las maravillas escritas, pintadas, y talladas, que surgieron, de la escucha de “Angelitos Negros” y escribo esto como un tributo a sus autores y la pasión de esos dos grandes que fueron y son Los Olimareños.

María Cristina Amatti Scibona