lunes, 30 de septiembre de 2013

El sacrilegio de leer a Borges



Juan Pablo lleva un libro debajo del brazo. Siempre. Pero además los lee. Y los discute, no solamente con los otros -como suele hacerse en bares y en casas- sino con los autores. Porque hace rato que viene leyendo, y porque hace todavía más tiempo que no comulga, en ningún terreno, con el cuento de la autoridad. Lee a los existencialistas -tan de boga en aquellos años-, y en el colegio monta una obra vanguardista, pero asimismo lee a los estructuralistas y a otros que, desde la psicología, revalorizan al cuestionado Freud. Lee política, claro, y lee historia y sociología, y sigue leyendo en los muchos colectivos y trenes en que viaja de un lado al otro muchas horas por día. Pero también lee a Vargas Llosa, a Giovanni Papini, a Brecht, a Rulfo. Y acaso haya leído a Scorza. 

Al que leyó seguro fue a Borges. Que no estaba bien visto debido a sus encandilamientos sajones y escandinavos, y a su memorable encono con el peronismo. Por lo tanto, entre la militancia, leer a Borges era un sacrilegio. Pero Pablo no compraba ninguno de los mandatos a la moda, sin importar del tipo que fueran. Ni aún aquellos que vinieran de los propios compañeros que condenaban a Borges sin haberlo leído nunca. Juan Pablo, pienso, nunca entendió el compromiso como una serie de renunciamientos pavos a los placeres de esta vida. Le encantaba Borges, como le gustaban la inteligencia y el humor. Y celebro que nunca se haya privado de leerlo.

Carlos Semorile

martes, 10 de septiembre de 2013

Para no ser turistas de nuestra propia cultura - por Carlos Semorile

Casi con un pie en el avión que la llevaba de regreso a su Venezuela, Cecilia Todd se hizo un tiempito para pasar por el Centro Cultural Francisco Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Allí brindó una charla sobre las influencias en la música folklórica latinoamericana, y luego desgranó unas canciones para refrendar con ejemplos musicales lo que antes había explicado de palabra. Hizo un par de ritmos harto difíciles que son bien propios de distintos estados o provincias, y también pasaron por su maravillosa voz el Polo margariteño y Pajarillo verde, dos de sus más afamadas canciones. Luego, explicó que una de las cosas que más le gustan de México son Las mañanitas porque son un modo propio de homenajear a quien cumple años, y cantó una versión venezolana que no es justamente el “happy birthday”.

 Finalmente, y a pedido de una compatriota suya presente en la sala, nos deleitó con la canción de cuna de los venezolanos. La misma, explicó, sigue la melodía del Himno Nacional de Venezuela, y no se sabe qué fue primero, si el himno o el arrullo para los niños. Cuando en su momento Víctor Jara la escuchó, le gustó tanto que le sumó unos versos que terminan diciendo: “Cuando seas grande/podré descansar/la voz de Bolívar/en ti vibrará”. Cecilia agregó que afortunadamente a nadie se le ocurrió que los niños se duerman escuchando un “rap”, pues de ese modo en vez de sueños tendrían pesadillas.

Al decir esto, la Todd retomaba un tema sobre el que ya había dicho lo suyo durante su exposición; a saber: qué música escuchamos y bajo qué formas musicales se forman las nuevas generaciones de latinoamericanos. Todos conocemos –y seguramente aplaudimos– el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, las que originalmente fundara José Antonio Abreu y que hoy cuentan con Gustavo Dudamel al frente de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Las mismas han logrado la inclusión social de millares de jóvenes, con dignidad y fluido acceso a la cultura, pero Cecilia Todd razonablemente cuestionaba que estos niños –principalmente de provincias y de barriadas humildes– conocen una música eurocentrista pero desconocen la propia. Y el mismo fenómeno se repite a nivel de los instrumentos: los jóvenes aprenden a tocar el violín pero nada saben del cuatro, instrumento que está en el centro de los ritmos venezolanos, que es lo mismo que decir en el corazón de la cultura popular de ese país hermano. A modo de reparación, el gobierno venezolano ha declarado que este es el Año del Cuatro, promoviéndose su conocimiento y difusión. Como aquí también sabemos de ese tipo de movidas, nos preguntamos: ¿qué pasa cuando termina el Año del Cuatro, o el Año de la Milonga Surera, o el centenario de tal o cual referente musical?

Nada pasa. O mejor dicho: pasa que seguimos “visitando” nuestra cultura como si fuésemos una suerte de turistas ocasionales en nuestra propia Patria, en vez de (como dice una amiga, venezolana ella), “amar lo nuestro y convertirlo, de una vez y para siempre, en estilo de vida, pero de una manera espontánea, enérgica y perseverante, que dependa de nosotros mismos, porque lo sintamos como una indeleble marca en la sangre”.

Carlos Semorile

viernes, 6 de septiembre de 2013

PROYECTO: "ENEMIGO", EL PUEBLO: HOMENAJE

PROYECTO: "ENEMIGO", EL PUEBLO: HOMENAJE:  Te invitamos  a colocar una guirnalda en la sepultura de un trabajador, estudiante, conscripto, niño, joven o anciano ejecutado entr...

martes, 3 de septiembre de 2013

No estando ellos

Se los ve relajados a los dos. Son los finales de los años ´60, y Carlos María y Juan Pablo descansan en el fondo de la casa de Ezeiza. Puede que la foto haya sido tomada luego de un partidito de fútbol, pues Carlos tiene pantalones cortos, zapatillas, remera y medias de deporte, todo de blanco. Pablo, en cambio, lleva pantalón de sport, mocasines y remera de manga corta, y está echado de espaldas sobre una lona, con los brazos cruzados bajo la cabeza. Si se mira en detalle, se observa la malla de su reloj. Muy cerquita suyo, Carlos María se acaricia el torso con la mano izquierda, mientras con la palma de la mano derecha sostiene su cabeza. Ambos miran algo que sucede más allá del foco: Juan Pablo ha girado la vista y Carlos parece haber abierto apenas sus ojos. Se diría que, antes de mirar a los otros, han estado conversando de ratos y por momentos en silencio, lo cual es una de las formas menos frecuentes de la amistad, y acaso también de la filosofía. Presiento la dicha que les provoca ese pensar juntos, arrimados a la ligustrina y a una prudente distancia del resto. Es evidente que han buscado y conquistado ese momento, y que luego de la momentánea distracción que capturó la fotografía, rumbearon de nuevo hacia sus temas y siguieron intercambiando ideas. ¿Será por la cualidad etérea del pensamiento que se los ve intemporales, o será porque los dos se fueron demasiado pronto? No estando ellos, una forma tenaz de la pena ocupó sus lugares durante mucho tiempo. Pero si se mira bien la imagen, aquel fue un homenaje inadecuado. Juan Pablo y Carlos María supieron de la amistad, del disfrute, del amor, de pasarla lindo, de la mesa bien servida y las hermosas canciones. Una filosofía del buen vivir que debe ser honrada con gozo y felicidad compartida. Si es al amparo de las ligustrinas, mejor.

Carlos Semorile