martes, 10 de septiembre de 2013

Para no ser turistas de nuestra propia cultura - por Carlos Semorile

Casi con un pie en el avión que la llevaba de regreso a su Venezuela, Cecilia Todd se hizo un tiempito para pasar por el Centro Cultural Francisco Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Allí brindó una charla sobre las influencias en la música folklórica latinoamericana, y luego desgranó unas canciones para refrendar con ejemplos musicales lo que antes había explicado de palabra. Hizo un par de ritmos harto difíciles que son bien propios de distintos estados o provincias, y también pasaron por su maravillosa voz el Polo margariteño y Pajarillo verde, dos de sus más afamadas canciones. Luego, explicó que una de las cosas que más le gustan de México son Las mañanitas porque son un modo propio de homenajear a quien cumple años, y cantó una versión venezolana que no es justamente el “happy birthday”.

 Finalmente, y a pedido de una compatriota suya presente en la sala, nos deleitó con la canción de cuna de los venezolanos. La misma, explicó, sigue la melodía del Himno Nacional de Venezuela, y no se sabe qué fue primero, si el himno o el arrullo para los niños. Cuando en su momento Víctor Jara la escuchó, le gustó tanto que le sumó unos versos que terminan diciendo: “Cuando seas grande/podré descansar/la voz de Bolívar/en ti vibrará”. Cecilia agregó que afortunadamente a nadie se le ocurrió que los niños se duerman escuchando un “rap”, pues de ese modo en vez de sueños tendrían pesadillas.

Al decir esto, la Todd retomaba un tema sobre el que ya había dicho lo suyo durante su exposición; a saber: qué música escuchamos y bajo qué formas musicales se forman las nuevas generaciones de latinoamericanos. Todos conocemos –y seguramente aplaudimos– el Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, las que originalmente fundara José Antonio Abreu y que hoy cuentan con Gustavo Dudamel al frente de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar. Las mismas han logrado la inclusión social de millares de jóvenes, con dignidad y fluido acceso a la cultura, pero Cecilia Todd razonablemente cuestionaba que estos niños –principalmente de provincias y de barriadas humildes– conocen una música eurocentrista pero desconocen la propia. Y el mismo fenómeno se repite a nivel de los instrumentos: los jóvenes aprenden a tocar el violín pero nada saben del cuatro, instrumento que está en el centro de los ritmos venezolanos, que es lo mismo que decir en el corazón de la cultura popular de ese país hermano. A modo de reparación, el gobierno venezolano ha declarado que este es el Año del Cuatro, promoviéndose su conocimiento y difusión. Como aquí también sabemos de ese tipo de movidas, nos preguntamos: ¿qué pasa cuando termina el Año del Cuatro, o el Año de la Milonga Surera, o el centenario de tal o cual referente musical?

Nada pasa. O mejor dicho: pasa que seguimos “visitando” nuestra cultura como si fuésemos una suerte de turistas ocasionales en nuestra propia Patria, en vez de (como dice una amiga, venezolana ella), “amar lo nuestro y convertirlo, de una vez y para siempre, en estilo de vida, pero de una manera espontánea, enérgica y perseverante, que dependa de nosotros mismos, porque lo sintamos como una indeleble marca en la sangre”.

Carlos Semorile