martes, 23 de julio de 2013

"Un ser feliz..." - Comentario sobre la entrevista con el profesor Glauco Cabrera


Hace unos días les comunicamos una entrevista con el profesor Glauco Cabrera publicada por el diario uruguayo Acción. María Cristina Scibona nos hizo llegar un extenso comentario destinado al profesor. Como en este espacio se trata de intercambiar los apuntes, de no guardarse las ideas, sobre todo si son buenas, hemos pedido permiso para socializar su escrito y acá va.

Buenos Aires, 22 de julio de 2013

Para decir verdad, no es desconocido para nadie, que haya sido o sea docente, lo dificultoso y duro que es acceder a un Concurso de Calificación de Ingreso a la Docencia, y sobre todo, ganarlo. Es decir, obtener ese cargo o puesto de trabajo.

La época que menciona el Profesor Cabrera con tanto orgullo fue una época en que sí creíamos que podíamos contribuir a cambiar el mundo a través de la Educación, ensanchar los horizontes de los jóvenes, hacer que ellos mismos se transformasen en seres pensantes, activos, cuestionadores, y tratasen de llegar a la verdad.

No puedo yo evaluar lo que fue el Plan Piloto de 1963 pues no lo conocí, pero con sólo mencionar que echó por tierra, con planes que venían desde año 1950 sin modificar nada, y que poseía un enfoque multidisciplinario, ya eso nos está hablando de un avance que para esos años, no sé si llamarlo revolucionario, pero sí de una gran apuesta al conocimiento, a la investigación, al diálogo abierto y en cierto modo a la democratización y la calidad de la enseñanza.

Por eso siento que es real cuando Cabrera dice, que más allá de haber podido echar raíces en otra tierra y reconstruirse, la dictadura uruguaya no le hizo ningún favor al dejarlo cesante y excluido de su puesto de trabajo, pues como él mismo afirma, le negó su identidad profesional, es decir; ellos decidieron por él, decidieron que no debía trabajar en aquello para lo cual se había preparado y con lo cual había soñado, decidieron que no querían que fuese nada menos que un EDUCADOR. Pero junto con esto también le negaron a cientos de jóvenes, la posibilidad de elaborar y hurgar en su propia identidad, privándolos de los profesores más calificados, a la vez que hacían lo mismo con el Uruguay como país y con la educación uruguaya.

El hecho de haber podido revalidar sus conocimientos en Europa, y llegar a haber sido profesor de profesores en las distintas áreas del conocimiento, por ejemplo en La Sorbona, no puede considerarse un resarcimiento de la vida, pues el daño ya estaba hecho, privando al país de un docente quizá imprescindible en la elaboración de planes y proyectos educativos a futuro.

Pero por suerte, la Infancia, esa “Arboleda perdida” de la cual hablaba Rafael Alberti, le devolvió a Glauco ya adulto, su otra pasión que nunca olvidó: la Música y las clases de bandoneón que recibió en su Mercedes natal; la música que nos sana, la que hace que no caigamos en la mediocridad, la que con su magia y universalidad hace que siempre tengamos la cabeza y el corazón abiertos, para aceptar nuevas cosas y para saber que el pago, o sea la tierra donde nacimos, siempre está dentro nuestro.

Es por todo esto que me interesó la entrevista realizada a Glauco, pues me sentí identificada con él, cada vez que a mi como docente también me cercenaban, me excluían, me perseguían y sentía que me anulaban como educadora, y que me desdibujaba, vamos que me borraban del mapa…

De ahí que me decidí a escribir estas reflexiones o simples pensamientos, para expresarle mi reconocimiento y respeto por su labor al Profesor Glauco Cabrera, Educador y Músico del Uruguay, del Mundo y del Río de la Plata, y despedirme con una hermosa frase que le escuché a Gabriela Místral, también en una entrevista, y que muy posiblemente, quienes excluyeron de su cargo como profesor a Glauco jamás la hayan escuchado, y es para mí, una frase conmovedora que dice así: 

“Un docente, antes de ser docente, tiene que ser por sobre todas las cosas, un ser feliz”.

Mi saludo fraterno colega Glauco, hoy que más que nunca en el mundo, la Educación, es un elemento vital, ya que las crisis que se producen, más allá de los malos manejos de las multinacionales y los planes económicos siniestros, se deben en gran parte a no poderlos resistir, cuestionar o enfrentarlos, por no haber accedido a una educación crítica, comprensiva, investigadora y solidaria, con inclusión verdadera para todos; pues lo otro, eso de concurrir y frecuentar 5 u 8 horas una institución “pedagógica” como depósito de niños y adolescentes, que junto a sus profesores repiten fórmulas o fechas patrias, sin saber qué significan, eso no es Educar, pero es en cambio el camino abierto para aquellos que no quieren que todos tengamos una educación integral, liberadora y democrática.

 María Cristina Scibona
 

Sobre "Metegol" y el idioma propio



No es que tenga competencias especiales pero me atrevo. Me atrevo porque me gusta. El cine y no precisamente el “tacataca” aunque de joven supe jugar y acompañar a otros que jugaban en el viejo bar de un pueblo de Francia bastante parecido al que se ve en esta película: “Metegol” de Juan José Campanella, estrenada hace unos días en Buenos Aires.

Sé que se han escrito páginas al respecto y que el evento fue anunciado con bombos y platillos como se usa en estos casos. Pero los únicos bombos y platillos a los que soy sensible son los de la murga de mi barrio y los tolero sólo por eso, porque son de la murga y son de mi barrio. Resultado: no vi los “trailers”, no leí los artículos especializados y casi no me entero de la existencia de la película si no fuera porque tengo una hija pequeña y que al pasar frente a un afiche, me ofreció gentilmente que la viéramos y la vimos; como corresponde, en familia, en un cine patrocinado por el Estado, a bajo costo, y no en un Shopping donde las entradas cuestan hasta cinco veces más gracias al eficaz apoyo de Mc Donald’s and Co.

Cabe recalcar que en el cine había quizás más adultos que niños. Claramente se colaron los abuelos, además de los padres, los tíos, los primos y los amigos. No me pronunciaré al respecto pero es un dato a tener en cuenta: el público de “Metegol” tenía ese día todas las edades y había más de una cabeza blanca en la sala. ¿Qué fueron a ver?

Como se sabe la historia se basa en un cuento de Roberto Fontanarrosa (“Memorias de un wing derecho”). Y a lo mejor es por eso, por el apego de Campanella a Fontanarrosa, que la película brilla no sólo por su imagen sino también por su idioma. Ese idioma es el idioma de los argentinos. Es el habla popular de los argentinos. No solo de los porteños ya que hay cabida para distintos acentos según el origen de los personajes que van apareciendo. Y también hay cabida para múltiples matices según se expresen los jugadores de futbol o el resto de los habitantes del pueblo. Que se haya preservado el idioma “local” es algo inédito por no decir insólito en el cine de animación que se difunde habitualmente en América latina. Por una razón básica: el cine dirigido a un público infantil difundido en América latina es fundamentalmente un cine extranjero subtitulado o doblado en español neutro para su máxima comercialización… Más allá del “encanto” que esto puede producir (oír hablar a los personajes como uno oye hablar en las calles y/o en la cancha), esta elección de Campanella hace lo que yo llamaría la entereza de su película. La total coherencia entre la historia que se cuenta y el cómo se cuenta.

Esa historia tiene que ver con nosotros. Con nosotros argentinos, uruguayos, chilenos, peruanos, bolivianos, paraguayos, colombianos, latinoamericanos. Puede gustarnos el futbol y puede no gustarnos. La película tiene múltiples entradas. Mirada de cierta manera es la historia de un pequeño pueblo destinado a desaparecer. O sea es la historia que semana tras semana, nos cuenta Julio Hurtado en su columna. La historia de cómo se destruye una calle, un barrio, una ciudad  en nombre del “progreso” (al respecto, no está de más señalar un texto de Roberto Arlt llamado “¿Para qué sirve el progreso?” de suma actualidad aunque fue escrito hace mucho). Este pueblo tiene un bar. Un hermoso bar en el que trabaja Amadeo, personaje central, que cuando no sirve las mesas, juega al metegol, su pasión. Por distintas circunstancias que no viene al caso revelar, Amadeo –que quizás se llame así por Wolfgang o quizás porque es alguien que ama– intentará salvar al pueblo enfrentando en un partido de futbol al culpable del “mega proyecto” que lo amenaza. Se trata ahora de un verdadero partido de futbol y ya no de de jugar...  En esa lucha que es real y que es “con” la realidad, Amadeo no estará solo. Tendrá que constituir su propio equipo.

Ese equipo también tiene que ver con nosotros. Contar su composición antes de que el lector pueda ver la película sería deshonesto. Pero en pocas palabras, ese equipo está compuesto por gente común y uno que otro tránsfuga… A lo mejor hay más tránsfugas que gente común pero “es lo que hay”. Y con eso que hay, como suele decir un artista argentino, hay que hacer un equipo. Amadeo lo hace. Sabe que tiene pocas posibilidades de ganar pero lo hace igual apoyado además por un equipo miniatura: por cada uno de los jugadores de su viejo tacataca que han cobrado vida. Esta parte de la película es un poema: la manera en que los dos equipos rivales (de juguete) terminan conformando un solo y mismo equipo porque “lo que nos une es mucho más que lo que nos separa”.

Es probable que uno siempre encuentre lo que busca y yo encontré en esta bella película sobre futbol… una metáfora de nuestras luchas latinoamericanas. Las de antes y las de ahora. Porque de lo que se trata, en definitiva, es de tener una causa justa. De defender un  pueblo y a través de ese pueblo, sus espacios, sus costumbres, su gente: defender un modo de vida. No aceptar de brazos cruzados el modo de vida que otros nos quieren imponer como el único posible. No se trata tanto –a mi juicio– de la lucha entre el bien y el mal, aunque sin duda se puede descodificar la película en esos términos; sino más bien de tomar conciencia de la desigualdad de la contienda y a pesar de la desigualdad no renunciar… a lo justo. La idea misma de ganar o perder –que evocábamos en la última columna– es cuestionada en la película, interrogada y desplazada en relación a los parámetros más convencionales.

Quizás no sea un azar que la reunión de los jugadores de juguete, una vez destruido el metegol, tenga lugar en un basural. En un basural se dio inicio también a una historia trágica en Argentina. Me refiero al año 1956 y a los fusilamientos de José León Suárez que luego denunció el periodista Rodolfo Walsh. En esta película es en un basural donde vuelven a reunirse los que alguna vez estuvieron unidos. Y eso también tiene que ver con nosotros.

Volviendo al idioma. Quiero creer que no se harán versiones en español neutro para que la película sea difundida en otros países de América latina. Es cierto que nuestro idioma, de un país a otro, tiene matices que merecen ser respetados y amados. Pero no es menos cierto que, entre nosotros, siempre podremos entendernos. Es algo así como un destino.

 
Antonia García Castro

viernes, 19 de julio de 2013

Los ojos de los pájaros - Maren Ulriksen

Este texto forma parte del libro Fracturas de la memoria escrito por Maren y Marcelo Viñar y publicado por editorial Trilce (1993). El libro completo está disponible en el sitio de la editorial. Publicamos acá una contribución de la psicoanalista Maren Ulriksen de Viñar (pp. 18-22) referida a infancia y dictadura.

***

Los ojos de los pájaros

a. D.V.

Siempre está allí, ante mí, ese montón de papeles. Nunca encuentro un momento para echar un vistazo a esas hojas amarillentas, gastadas por el tiempo. Tendría que tomar la decisión de tirarlas a la papelera, al olvido. 
Sin embargo, un libro que se encuentra entre esos viejos manuscritos retiene mi atención. Es el informe de un congreso. Era en Punta del Este, en 1970, justo antes de Navidad; el verano uruguayo comenzaba, esplendoroso, y las playas se llenaban de veraneantes. Nos encontrábamos en el Hotel Casino San Rafael imitación caricatural de un castillo renacentista. 
Recorro varios artículos; veo el nombre de nuestro equipo en hermosos caracteres. Trabajábamos bien... Leo: "Angustia de alienación... en un grupo de niños se ha creado progresivamente un clima de terror... uno de los niños se ha convertido en el jefe asesino... Rafael, con las manos llenas de pintura roja, juega a ser el torturador. Ataca sádicamente al más pequeño del grupo". Me pregunto de dónde provenía la violencia de esas palabras para nombrar el comportamiento de Rafael. Sin duda, comenzábamos a presentir, sin saberlo, lo que íbamos a vivir en los años venideros. 
Vuelvo como en un ensueño a las primeras páginas del libro: "Nuestro destino, el del continente latinoamericano... depende de la ciencia. La cultura en ciencias humanas constituye el fundamento de la valorización de los recursos humanos... Y en ese sentido, la psiquiatría... cumple un papel de capital importancia en la posibilidad del hombre de participar plenamente en el proceso de desarrollo de la civilización humana". Esas palabras de inauguración del Congreso fueron pronunciadas por el rector de la Universidad de la República, ingeniero Oscar Maggiolo. Hace pocos meses, nos enteramos de su muerte en exilio, en Caracas. 
Intento cerrar el libro con un gesto brusco, pero este permanece abierto en la última página. Automáticamente, mi mirada se detiene en la inscripción: "Impreso en los talleres de la Comunidad del Sur, Montevideo, agosto de 1971". Había atendido a algunos niños de esa comunidad: Alejandro... y otros. Alguien me dijo que Alejandro vivía en Barcelona; los otros en Suecia o en Australia todos expulsados por el régimen.
Súbitamente, la curiosidad me empuja hacia el paquete abandonado. Encuentro mi viejo cuaderno azul de notas. Allí donde estuvo guardado, las polillas tuvieron todo el tiempo necesario para hacer su lento trabajo de borramiento, sin ser molestadas. Logro reconocer, en esa escritura deslavada, el nombre de los niños que conocí hace algunos años. 

La primavera desplazaba rápidamente al invierno. Aquella mañana, los primeros rayos del sol penetraban por la ventana entibiando el ambiente. Afuera, en el jardín, las gotas de rocío me dirigían brillantes guiñadas. Hacía poco que nos habíamos instalado en esa vieja y confortable casa; aún olía a pintura fresca. Al fin tenía mi rincón donde podía trabajar tranquila, aislada de los ruidos del exterior. 
Ese día, esperaba a la señora A. Venía "por un simple papel". Su marido estaba detenido por motivos políticos. Las autoridades de la cárcel exigían que un médico especialista explicara las razones psicológicas que justificaban una autorización de visita para su hijita. En la cola de la visita de la cárcel, la señora A. conoció a otra madre a quien yo había hecho un certificado de ese tipo, y fue ella quien le dio mi dirección. Sentí cierta inquietud al preguntarme cuántos certificados habría hecho ya. Sería necesario –me dije– encontrar otros colegas con quienes compartir esa tarea. Estaba segura que debían controlar los nombres de los médicos que hacían tales certificados. "Me dijeron que era sólo una cuestión de rutina...", me explicó la madre al darse cuenta de mis dudas. Verdaderamente estoy exagerando, pensé. ¡Sentirme perseguida por tan poco luego de tantos años de análisis! 

Vuelvo a encontrar mi cuaderno azul sobre el escritorio. Matilde... Veo todavía sus cabellos y sus ojos de azabache. Tenía siete años cuando su padre fue detenido, pero era "demasiado grande" para compartir la visita con los más pequeños en el patio de la prisión. Desde hacía varios meses no podía besar a su padre, ¡ella, la única niña, la mayor de sus hermanos! Estaba obligada a la interminable espera junto a su madre y solo podía hablar con su padre a través de un vidrio, utilizando un teléfono que alcanzaba a duras penas. Se dice a sí misma, en forma decidida: "Voy a obligarme a llorar". Algunas semanas después, me cuenta en secreto que logró entrar con sus hermanos pequeños. "No me costó nada, lloraba de verdad y bien fuerte... Me tire al piso... Los soldados tuvieron miedo al verme así y me dejaron entrar con los chiquitos... Le preguntaron a mamá si me había hecho ver por un psiquiatra." 

Durante tres días seguidos, el barrio es allanado. Había por lo menos seis soldados, metralleta en mano, en el fondo del jardín. Mi hijo y sus amigos jugaban en la arena. Estaba preocupada por ellos y no pude contenerme: "¡Pero no ven que solo hay niños!". No lograba disimular mi rabia, pese a las precauciones que uno cree que debe tomar en esas circunstancias. 
Por cierto las cosas habían cambiado. Ya no se podía pasear tranquilamente por la ciudad; era peligroso salir sin documentos. Mirábamos con recelo a nuestros vecinos, a nuestros conocidos, incluso a quienes nos consultaban La sospecha, el miedo, el temor a la denuncia nos invadían poco a poco. Pero nada de eso se traslucía en las reuniones de trabajo ni en la producción escrita. 

María José era una paciente que me daba mucho trabajo en las sesiones. Me hostigaba sin tregua. Cuando se ausentó durante dos semanas, sentí cierto alivio. Su madre me dejó un lacónico mensaje: "Problemas familiares" . Cuando volvió, María José me contó que una tarde los militares ocuparon la casa buscando a su padre. Al otro día, no había nada para el desayuno. La madre quiso ir de compras, pero ni ella ni los dos hermanos mayores fueron autorizados a salir. Fue María José, de apenas seis años, quien pudo salir a hacer los mandados. Escondió en su zapato un pedazo de papel en el que la madre le anotó un número de teléfono. Desde el almacén del barrio, previno a su padre de que no viniese a la casa. Luego, volvió con el pan y la leche. Los militares esperaron en vano varios días y por fin decidieron irse. 

Estábamos en invierno. Irrumpieron en plena noche. Registraron por todos lados, tiraron todos los papeles al piso en desorden, dieron vuelta los cajones, desperdigaron los objetos. Todo ello no tenía importancia, si no fuera que estaba sola, sin siquiera poder encontrar la vieja estilográfica que no nos abandonaba nunca. Pablo dormía y no se despertó. Mañana, deberé explicarle lo que sucedió. No sé si encontraré las palabras para decirle que su padre ya no está. 

Pablo sabe que, por primera vez, podrá visitar a su padre en la cárcel. Prepara con dedicación un regalo: un cenicero en cerámica, fabricado por él mismo. Lo pinta de rayas multicolores. Preocupado, me pregunta: ¿Crees que papá se dará cuenta que entre las rayas pinte nuestra bandera? En efecto disimulado entre las rayas, había pintado el símbolo del frente político al cuál pertenecía su padre. 

Estaba agotada, cuando en ese momento me hacía falta una sobredosis de lucidez para evitar cualquier paso en falso. No podía dejar de trabajar; la vida debía seguir normalmente. Esa misma mañana una madre me había llamado por teléfono, pidiéndome una consulta urgente. Su nombre me decía algo; debía ser la esposa de ese antiguo diputado cuyo nombre y foto habían aparecido en el comunicado de las Fuerzas Conjuntas de la noche anterior. 
En la tarde, recibí a Rodrigo, un hermoso niño de seis años, vestido como todos los escolares con túnica blanca y una gran moña azul. Su madre estaba deprimida y sin trabajo. Su padre había dejado la casa para pasar a la clandestinidad. Desde entonces, Rodrigo retrocedía en su trabajo escolar, presentaba una incontinencia urinaria y le había robado dinero a su abuela. Durante la sesión, Rodrigo no logra hablar. Esta allí, tenso, inmóvil, sentado en la silla, las manos en los bolsillos. Lentamente, saca una mano y me muestra un paquete de caramelos. Se pone uno en la boca y lo chupa. De pronto, su rostro se transforma, algo se le atraganta, queda bloqueado. Permanece así, su mirada fija en la mía, paralizado de terror, mientras las lágrimas caen de sus ojos. 

Doy vuelta la página de mi cuaderno azul. Veo el nombre de Sofía. Insistente, el recuerdo de aquella lejana mañana ocupa cada vez más mi pensamiento. Había decidido llevar a los niños al parque. Aquel domingo de mañana la ciudad, aún vacía, despertaba tranquilamente. Tome el camino habitual. Más allá del Palacio Legislativo, distinguí el viejo edificio de la Facultad de Medicina, puertas y ventanas cerradas, vacío desde hacía meses. Un poco más adelante, aceleré al pasar frente a la clínica en la que había trabajado tantos años, y donde ya no había lugar para mí. Un poco más lejos, se levantaba un largo muro blanco, la puerta barroca de hierro forjado custodiada por dos ametralladoras y, en el fondo del parque, rodeada de palmeras y magnolias, la silueta de la gran residencia, sede del Comando del aparato represivo. Tres veces por semana, centenares de hombres, mujeres, niños y viejos esperaban, haciendo fila en la vereda, alguna noticia, una carta o un paquete de ropa sucia de sus familiares desaparecidos o detenidos. Todo parecía tranquilo esa mañana. Más allá de las residencias, después del puente, se extendían los barrios populares. A mi derecha, dos topadoras limpiaban el terreno. Sólo quedaban escombros del monumento construido colectivamente en memoria de los ocho obreros asesinados en aquel local. 
Sofía permanece asociada a esos recuerdos. Tenía cinco años. Aún la veo. Su padre está preso. En cada visita, Sofía le lleva los dibujos que contienen lo esencial de lo que quería decirle. Sus dibujos son censurados sistemáticamente en la entrada. Un día, la mujer de la guardia tacha con tinta negra las golondrinas que anuncian la llegada de la primavera. "Está prohibido dibujar palomas", le dice en tono severo. Desde entonces, Sofía no dibuja más pájaros, pero dibuja numerosos pares de pequeños círculos entre las ramas de los árboles. 
Son los ojos de los pájaros que están escondidos. 
Afuera, la bruma que asciende atenúa la luz de este atardecer parisino. Guardo mi cuaderno en la biblioteca y hago pasar a Laura. Tiene cuatro años. Hablamos de la posibilidad de un viaje para visitar a su padre que está preso desde antes de su nacimiento. Me dice: "Quiero ir a ver a papá... voy a llevar un regalo sorpresa para los malos" y dibuja un paquete atado con una cinta. "Sabés, este regalo, tiene una trampa. Lo van a abrir y ¡boommmm! las estrellas". Con orgullo, levanta su puño cerrado. 

Casi sin pensarlo permanezco adherida a ese sueño que, sin ser mío, no es diferente del mío. Somos llevados por miles de globos de colores, a través del océano en un largo viaje. Ayer, volví a ver a Ana. Nos conocimos hace tiempo Cuando solo tenía tres años, la pequeña fue testigo desde la puerta de su cuarto de la destrucción de libros y muebles, de los insultos a su madre embarazada, de los gritos, patadas y culatazos propinados a su padre para hacerlo salir de la casa y llevarlo por la fuerza a un lugar desconocido. Ana tiene ahora seis años. Dibuja una niña con globos en la mano. Me dice con aire audaz: "Voy a ir con mi maestra, a soltar estos globos sobre el mar... creo que van a llegar a otros países porque son globos que no revientan. Sobre el globo está el nombre del niño y de la escuela. Estoy segura que el que lo encuentre responderá... Quisiera que llegaran a lo de Alicia, mi amiga; vive justo enfrente a mi casa, allá. Recibí tres cartas de Uruguay... Agarro tres globos y los mando a la casa de mis abuelos... Creo que los globos todavía no pueden llegar hasta donde está mi papá... todavía no, pero algún día".

M.U. de V., París, 1980

martes, 16 de julio de 2013

Para seguir pensando la educación - Entrevista con el profesor Glauco Cabrera



Glauco Cabrera: sin palabras diría Discépolo


Publicado en ACCION en la REGION.
Mercedes, jueves 11 de julio de 2013


La dictadura tuvo la "virtud" de expulsar a los uruguayos más valiosos que tenía en las distintas áreas de la actividad del país, en el caso de los docentes, primero los destituyó y luego los "arrinconó", negándoles la posibilidad de acceder a otros trabajos y la búsqueda obligada fue mirar fuera de fronteras.

Algunos retornaron con la democracia, otros quedaron donde habían sido recibidos, aceptados y echaron raíces. Pero el precio alto que pagaron como el desarraigo de sus cosas, de su vida cotidiana, de sus pagos, es imposible de borrarlo pese al transcurrir de los años.

Uno de ellos fue el prof. GLAUCO CABRERA, quien regresó a su tierra natal por unas horas, traído por una de sus dos pasiones, la música, el bandoneón. La otra, la educación por la cual hizo huella en varias generaciones mercedarias, quedó en París, donde reside desde hace más de treinta años.

En la casa de su hermano, el amigo Luis "Tica" Cabrera, ACCION fue recibido para dialogar anoche con este docente.

De su época de profesor en Mercedes recordó "la experiencia más interesante fue la del Plan Piloto de 1963, sobre todo cuando se puso en práctica a partir de 1968 el 6º año con un enfoque pluridisciplinario donde se coordinaban todas las materias, se encaraba el mundo contemporáneo desde todo punto de vista. Fue una de las experiencias que recuerdo con mayor emoción, porque fue una época en que la confianza que teníamos en las posibilidades de la educación eran extraordinarias. Yo aún las conservo y las he renovado y fortalecido, pero en aquella época era un momento en que creíamos y estábamos convencidos porque habíamos analizado y pensado mucho que lo que hacíamos era algo verdaderamente importante para la sociedad uruguaya y sobre todo para la juventud uruguaya".

Hizo referencia a la renovación de los programas que venían de 1950, que continuó en 1960 "y sobre todo la renovación de lo que fue el Plan Piloto permitió a la educación nacional -hoy yo lo veo con una perspectiva histórica mucho más extensa, prolongada- de crear las condiciones para dar un salto en calidad, extraordinario. Pueden dar testimonio de ello muchos jóvenes que han hecho sus carreras universitarias y que para mi orgullo personal y profesional, hoy y desde hace muchos años, me lo han dicho, me lo dicen y tuve la oportunidad de confirmarlo cuando hace unos meses se festejaron los 50 años del Plan Piloto 1963, porque me hicieron una entrevista por videoconferencia y tuve oportunidad de renovar lazos y de recordar esas experiencias tan fructíferas para todo el mundo".

Significó Cabrera que esa experiencia abrió posibilidades a muchos jóvenes "hoy, desde el Uruguay pero también desde otros lugares del mundo, me hacen llegar sus recuerdos importantes emocionalmente y no sólo desde ese punto de vista, sino el reconocimiento del valor intelectual y cultural que tuvo ese esfuerzo renovador de la educación nacional. Podría dar nombres y ejemplos de gente que trabaja en el extranjero y que reconoce que tal vez lo que estábamos haciendo en el Uruguay a partir del Plan Piloto es difícilmente comparable a cosas que se hacían en ese momento en otros lugares".

El Diario Regional hizo referencia a la excelencia del plantel de docentes que tuvo esa experiencia educativa. "Es bueno recordarlo, no sólo como una forma de homenajearlos, sino sobre todo para poner una vez más en evidencia luego de recorrer otros sistemas educativos, sobre todo en Europa y de trabajar en ellos, es para decir que la selección que habían hecho las inspecciones de las distintas materias que se enseñaban en el liceo, había puesto delante de esos jóvenes a docentes que no sólo tenían una capacidad reconocida desde el punto de vista del conocimiento de las materias que enseñaban, sino que se entregaron con una disponibilidad pedagógica, tratando de innovar desde el punto didáctico, desde el punto de vista de los métodos y eso es invalorable. Porque desde la perspectiva actual, si uno estudia los informes internacionales en materia de educación, a nadie se le escapa que vive momentos difíciles, algunos hablan de una crisis de la educación en general. Y esos esfuerzos que se llevaron adelante en esos años constituyen todavía un ejemplo a seguir, considerados de una gran significación histórica y cultural".

La dictadura lo dejó sin el cargo de docente, "como a tantos otros en 1976 cuando hubo una destitución masiva e indiscriminada sobre la que no quisiera detenerme demasiado, pero sobre todo era una violación más de los derechos cuando el estado de derecho estaba siendo resquebrajado y destruido por la dictadura que avanzaba, sino que además constituyó para mi un momento que se me negaba no solamente el derecho de ejercer lo que había elegido como profesión, como vocación, sino que más profundamente se tocaba lo más íntimo de la personalidad, es decir se nos negaba la identidad profesional. Estábamos haciendo un trabajo que nos involucraba profundamente y consagrados a una tarea de renovación educativa, el hecho que se nos negaran esos derechos significó para nosotros que se nos negara nada menos que la identidad. Esos son heridas que implican un gran sufrimiento personal, familiar y que toca no sólo a la persona considerada aisladamente, sino que involucra a muchas otras personas que están a su alrededor. De manera que hubo que empezar otra vez de cero".

Esa situación le llevó a dejar Uruguay, "porque otra cosa que se nos negaba no era sólo la posibilidad de ejercer lo que habíamos ganado por concurso, porque todos los que ejercíamos éramos personal calificado, que habíamos estudiado en profundidad nuestra disciplina, como enseñarla de acuerdo a lo que se consideraba en aquellos momentos los métodos más avanzados. No sólo nos negaba ello, sino que se nos ponían obstáculos para trabajar en otras actividades. Afortunadamente yo tenía otro oficio, que gracias a mis padres lo tenía desde que era niño, soy músico y eso me sirvió para abrir un nuevo camino. Hubo que intentar crear nuevas oportunidades de trabajo, sin renunciar a nada, creyendo con la misma fuerza en que lo que estábamos haciendo era lo justo y bueno, y que teníamos que seguir creándonos la posibilidad de seguir haciéndolo, si no era posible en este país, en otro. Y fue lo que sucedió".

Glauco Cabrera destacó a Diario Pueblo: "puedo decirlo con mucho orgullo, era un docente calificado acá, con mi trayectoria. Me costó, como a todo el mundo hacerme un lugar en otro país, pero lo logré y pude retomar mis tareas docentes con la misma fuerza, voluntad y entusiasmo que lo había hecho acá. Y a la vez, ganarme la vida practicando mi otra actividad profesional que es la música y que hasta hoy sigo haciéndolo".

Recaló en París donde reside desde hace más de treinta años. "De ahí he recorrido Europa gracias a mi bandoneón, trabajando con músicos de gran prestigio, de distintas nacionalidades, argentinos, franceses, holandeses. Diario ACCION publicó hace ya unos años mi participación en un festival de música de cámara donde toqué una sinfonía para bandoneón escrita por músico argentino. Es decir tocado en Londres, París, Frankfort, Finlandia y otros puntos de Europa que podría mencionar".

En materia docente "gracias a los conocimientos y experiencia adquiridos en Uruguay me dio la oportunidad de presentarme ante organismos y docentes europeos, enfrentando a jurados que pusieron a prueba mi capacidad, conocimientos, experiencia, mi competencia profesional y eso me permitió acceder a distintos puestos. Por ejemplo a trabajar en "La Sorbona" como profesor, especialmente consagrado a preparar a los licenciados o quienes estaban haciendo sus masters para que descubrieran que es ser un docente en el siglo XX y XXI, trabajaba en módulos de pre profesionalización como le llaman, porque esa gente que ya estaba haciendo su carrera especializada en historia, literatura, derecho, filosofía, matemáticas y tenían una alta calificación, venían a mis cursos para que les mostrara cómo podían utilizar esos conocimientos para enseñarlos. De manera que se me abrió en Francia un campo de trabajo nuevo que me permitió no sólo aplicar y desarrollar lo que yo sabía hacer sino que tuve que inventar, crear, ser imaginativo"

También tuvo experiencia a nivel de la educación continua "porque hice especializaciones en algunas materias, sobre todo en la teoría y la metodología de la investigación, fundamentalmente en lo que tiene que ver con lo que se llama en nuestros días la gran revolución de la información y la comunicación confrontados a toda una problemática nueva producida por la gran cantidad de información que circula en el mundo, informarse, estudiar lo que uno quiere saber se vuelve cada vez más difícil. De manera que para un maestro, un profesor, un profesional o para cualquier persona, implica esfuerzos considerables y grandes dificultades. Como hice esas especializaciones formando bibliotecarios, archivistas, documentalistas, que trabajan en liceos, universidades, en los centros de reclutamiento donde va la gente desocupada a buscar trabajo. Ahí también tuve que ser muy creativo, hacer investigaciones para crear cosas que no existían".

Sugerimos entonces que en definitiva la dictadura le hizo un favor, pero no fue así. "No lo diría en esos términos porque las heridas son demasiado profundas como para considerar que me hicieron un favor, es decir que de todo lo que se destruyó y en ese proceso de destrucción y daño a mi me tocó una parte muy pesada que todavía estoy sufriendo, porque cuando has dado tus concursos, tienes tu puesto efectivo, estás en tu casa con tu familia, con tu liceo, con tus amigos, con tus colegas y tu vida está ya encaminada con finalidades trascendentes, porque vos crees que estás haciendo cosas muy importantes, eso se corta, no es hacerle un favor a nadie. Sucede que cuando una persona se ve tan profundamente afectada en su dignidad personal y profesional, saca fuerzas de flaquezas y se ve confrontado a situaciones inéditas, tiene que ser imaginativo, combativo, trabajar todos los días. Y puedo decir que hasta ahora puedo seguir haciéndolo, tengo 72 años y sigo trabajando como cuando tenía 23 y gané mi concurso de oposición libre en historia en mi país".

Y el tango y el bandoneón lo devolvió a los pagos... "Como te decía, estudié bandoneón desde los 7 años en mi barrio, con mi maestro de barrio. Trabajé con las orquestas, toqué con todos los músicos de Mercedes, Gioia y sus Rítmicos, Samagal, Aladin Ríos en fin, con todos... y la última cosa que hicimos en los últimos años cuando la situación se complicaba enormemente desde el punto de vista profesional, hicimos con Julio De Biasse y Carlitos Levis el Piabamba Trío, que dio mucho que hablar, realizamos cosas muy interesantes.

El tango me sigue, el bandoneón sigue pegado a mis manos. He hecho una carrera musical en Europa, he tocado en la Comedia Francesa cuando Piazzolla le puso música a una obra de Shakespeare, grabé la música para "Tangos en el siglo de Gardel" de Fernando Solanas, una película que ganó premios por todos lados, ahí lo acompaño al "Polaco" Goyeneche, podría seguir enumerando muchas cosas importantes que he hecho con el bandoneón.

Ahora estoy en Buenos Aires desde hace casi un mes acompañando a una persona prestigiosa y reconocida que es el "Tata" Cedrón, los otros días llenamos el teatro Cervantes con 1.800 personas y quedó gente afuera. El me invitó para que viniese a tocar con él, ya habíamos tocado juntos en Francia. Realizamos una gira por varias provincias argentinas que fue todo un éxito... Siempre con el fuelle, con el bandoneón, acordándome de mis amigos y todo lo lindo que había acá en Mercedes para hacer" La última, como el tango... ¿volverías al pago para quedarte? y Cabrera aprieta el fuelle de los recuerdos y señala "lo digo y repito y lo he escrito en ACCION cuando me invitaron para que hiciera un artículo cuando falleció un colega que era Daniel González, como decía el "Gordo" Pichuco... yo nunca me fui de mi barrio... y aquí estoy...".

Fuente:

viernes, 12 de julio de 2013

"La lectura da resultados a lo largo del tiempo"



“La lectura da resultados a lo largo del tiempo”
Por Alfredo Dillon

La escritora cordobesa, ganadora el año pasado del Premio Hans Christian Andersen, habló con Clarín Educación sobre su obra, el lugar de la literatura en la escuela y la importancia de construir lectores y escritores desde el aula.

Narradora, poeta, docente y capacitadora, especialista y difusora de la literatura infantil y juvenil: la mujer en cuestión es María Teresa Andruetto, escritora nacida en Córdoba en 1954 y ganadora en 2012 del Premio Hans Christian Andersen, equivalente al Nobel de la literatura para chicos, que nunca antes había quedado en manos de un argentino.

Andruetto es autora de decenas de obras para niños y jóvenes, además de libros de poemas, ensayos y novelas para adultos. Traducida al alemán, gallego, italiano e inglés y ganadora de varios premios nacionales e internacionales, la escritora habló con Clarín Educación sobre su obra, sobre el lugar de la literatura en la escuela y la importancia de construir lectores y escritores desde el aula.

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–Has trabajado mucho en la difusión de la literatura infantil y juvenil. ¿Qué rol tiene la escuela en esta tarea?
–La escuela es la gran ocasión, como dijo Graciela Montes. Uno se puede formar como lector en la casa y llegar a la escuela con un capital lector. Pero la escuela es un lugar igualador, un lugar de acceso al libro y a la cultura escrita, un lugar de intercambio con otras personas. La escuela es una gran oportunidad, es la gran oportunidad social. Sobre todo, la escuela pública.

–¿La literatura que se escribe hoy en Argentina llega a las escuelas?
–Sí. Yo antes de ir a las escuelas como escritora, fui como formadora de lectura, como capacitadora, como docente de talleres de escritura creativa. Yo veo un crecimiento enorme en la realidad escolar argentina. Sobre todo un crecimiento de conciencia muy grande en los docentes, acerca de la importancia del libro y de la literatura. Veo un crecimiento en la capacitación de los maestros; veo prosperar ferias del libro en muchos lugares del país. También veo un crecimiento muy grande en la dotación de libros por parte del Estado a las escuelas. Hay mucho por crecer todavía, porque nuestra sociedad es muy desigual en muchos aspectos. Y la lectura, el acceso al libro y al conocimiento, forma parte de esa desigualdad.

–¿De qué manera pueden contribuir los docentes a formar lectores?
–Un maestro constructor de lectores, para empezar, tiene que ser un apasionado lector, de manera que pueda elegir libros que sean interesantes, diversos, y que pueda ir llevando distintos materiales que a él le gusten y que quiera compartir con el grupo. Ahí está el saber importante de ese maestro, que se refleja en esa selección de libros que lleva. También tiene que ser alguien muy convencido de lo que está haciendo, para sostener ese espacio de lectura frecuente en la escuela, en el grupo o en la biblioteca. Esa lectura se va enriqueciendo: si uno ha leído 50 libros, el libro número 51 lo lee de otra manera que cuando ha leído dos. Eso va a dar resultados a lo largo del tiempo. Y esos resultados se pueden ver en muchos lugares: se van a ver en la clase de Lengua, porque va a mejorar la relación con la lengua; se va a ver en el uso de la biblioteca en la escuela, porque seguramente esos chicos van a buscar más libros prestados; se va a ver en el uso de la palabra oral y escrita de ese chico en los distintos espacios de su vida. También me parece que se puede ver en la autestima de los chicos. Un chico acostumbrado al tránsito por los libros es un chico que se siente más seguro de sí, de la palabra que usa y de la relación con los otros.

–¿Qué valor tiene el taller de escritura, y qué lugar debería tener en la clase de Lengua?
–Para mí el espacio de los proyectos de lectura, la construcción de hábitos lectores y los talleres de escritura creativa deben separarse de la clase de Lengua. Lo que sucede habitualmente es que la enseñanza de la lengua en la escuela requiere de tanto tiempo y tanto esfuerzo, que se come los otros espacios.
Un niño o un joven tiene en la escuela espacios para aprender muchas cosas, pero pocas veces se presenta un espacio para saber acerca de uno mismo. Un taller de escritura creativa tiene que ver con eso: un espacio de introspección con las palabras; un espacio que a través de ciertas técnicas y ciertos estímulos de un coordinador permita un encuentro de cada uno consigo mismo; un espacio que va armando un empoderamiento –por traer una palabra muy al uso–, una conciencia de sí y una construcción del pensamiento. Y también es un espacio de construcción de las emociones, de lo que se siente y lo que se es.

–En cierta literatura infantil existe la idea de que tiene que haber una moraleja… ¿Qué lugar deberían tener los valores en la literatura infantil?
–En la buena literatura los valores, las ideas, las ideologías no se notan, no se explicitan. Entran en la trama de un modo natural, le pertenecen absolutamente al relato, de modo que no se pueden aislar a la manera: “Este libro enseña tal cosa o tal otra”. Yo creo que la literatura nos puede enseñar muchas cosas sin que seamos conscientes de eso, porque lo que nos enseña, en todo caso, no es lo mismo para cada lector y no es una sola cosa. Si algo nos enseña fuertemente, es a hacernos preguntas. No nos da una respuesta. Una novela, un cuento, un poema nos obliga a preguntarnos, nos pone en la encrucijada de cuestionarnos a nosotros mismos, seamos niños, jóvenes o adultos. Preguntarnos acerca de lo que somos, acerca de lo que hacemos, de mil maneras y de maneras muy distintas para cada lector. Si algo tiene el arte, es esa capacidad de plantarnos en la incerteza.

– Para terminar, ¿qué libro debería leer todo estudiante en su paso por la escuela y por qué?
–Si yo cierro mis ojos y veo mi relación con los libros, veo como un abanico, una multiplicidad. Siempre he sentido que la lectura era eso: un tránsito por muchos libros de distintas calidades, intereses, temáticas, editoriales, edades. Pienso en la calidad, pero también en la diversidad. Yo alimentaría el deseo, el interés de un chico. Cuando he tenido un grupo de jóvenes conmigo, he alimentado lo que veía que aparecía como interés en ese chico, y a su vez he intentado acercar algunas otras cosas para ver si ese campo de lectura se abría. Desde la historieta de calidad, hasta la historieta alternativa, los libros ilustrados, los libros álbum, los clásicos, lo muy contemporáneo, la poesía, la ruptura. Yo fogonearía con una gran diversidad de materiales.
Leer es también un acto de arrojo, es como abrirse al mundo y sentirse en libertad de desechar materiales. Es un ir buscando las palabras de otro para encontrarse a uno mismo. Porque lo que uno hace cuando lee no es entender al que escribió, sino entenderse un poquito más a uno mismo y al mundo en que uno vive. Respondiendo  aquella pregunta que nos hacíamos cuando yo estudiaba, en los setenta, de “¿Para qué sirve la literatura?”: bueno, para conocernos a nosotros mismos. Para conocer nuestra condición humana un poquito más.

Para saber más sobre María Teresa Andruetto: www.teresaandruetto.com.ar.

Nota publicada el 11/07/2013 en Clarin.