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viernes, 5 de junio de 2020

La huerta de la cuadra

En relación con la entrada de ayer, dejamos aquí información relacionada, sumamente interesante respecto a la manera en que de a poco se fueron sumando distintos vecinos y cómo este proyecto generó colaboraciones con escuelas, además de un cuidado entre todos (LEER AQUI).

Reportaje a Patricia Esperanza Bordenave, impulsora del proyecto.


viernes, 29 de mayo de 2020

Amplificar las voces de la comunidad / Pasquillita, Ciudad Bolívar

"Cuando se lee en voz alta, la lectura seduce con el sonido de la voz, el ritmo del lenguaje, los retos de la pronunciación en medio de una nueva belleza que ahora implica un sentido nuevo", dice uno de los comentaristas de la experiencia. 

El proyecto del que se habla aquí es anterior a la situación que estamos viviendo en estos días. No se ha interrumpido pero se ha adaptado a las condiciones y normas del momento. Se está desarrollando en Pasquillita,  Ciudad Bolívar (Colombia). Agradecemos a Gabi Pesclevi la indicación de  la experiencia.

Antes y durante... se trata de generar conocimiento desde otro lugar, teniendo a los niños no como receptores sino como generadores de ese saber y protagonistas de un proceso de aprendizaje en estrecho vínculo con su comunidad.

Pueden leerse varias notas sobre este proyecto de biblioteca en zona rural, entre ellas, éstas: Voces de familia; Lectura de cuentos a través de los parlantes en la vereda... 

Una experiencia que, como comenta Carlos, trae al recuerdo algunas reflexiones de Buenaventura Luna sobre la radio en sus inicios: "La buena música y la palabra embellecida por inflexión humana del sentimiento en el misterio del aire, se hacían accesibles..."

Como se aprecia en este reportaje.


viernes, 22 de mayo de 2020

Taller de niños pintores de Chucalezna

El taller de niños pintores de Chucalezna fue fundado en 1959 por el profesor Jorge A. Mendoza,  a iniciativa de la maestra y directora Nicolasa N. de Mendoza, en la Escuela Nacional No 112. Compartimos un documental de Jorge Prelorán dedicado a estos niños. 

Tras el video encontrarán un enlace hacia una nota de Ricardo Acebal que nos acercó Tata Cedrón. Gracias a ambos por hacernos conocer estas obras.




Una experiencia jujeña ejemplar 

por Ricardo Luis Acebal 

Seguramente a quienes vean y lean esta nota desde una edad parecida a la del autor de la misma (edad "de merecer"...nietos) tanto las bellas pinturas realizadas por niñas y niños quebradeños durante los años sesenta del siglo pasado, como la excepcional documental realizada por Jorge Prelorán no resultarán novedosas, teniendo en cuenta el concepto de "novedoso" que se maneja en los actuales tiempos del guasá (lo expreso en castellano tirando a lunfa). 

LEER LA NOTA COMPLETA EN IDENTIDAD CULTURAL (PULSAR AQUÍ


Autora: Maria Chorolque
"Noche de luna" por Miguel Martínez

Ver más información sobre esta experiencia AQUI.

lunes, 1 de julio de 2019

Jaime Torres, el arte de convocar


Teatro Ópera - 20/06/2019 - Foto publicada por AM 1050

Hace unos días, el 20 de junio, se realizó en el teatro Ópera una ofrenda musical a Jaime Torres. Como lo precisaron los textos que anunciaron el evento, participaban sus hijos, sus músicos, sus amigos músicos. No todos por supuesto. Los amigos de Jaime, incluso acotando a los músicos, son inabarcables. Como inabarcable es también Jaime. Uno se da cuenta ni bien se trata de poner en palabras lo que sea que tenga que ver con él. Es bueno intentarlo, sin embargo. 

En los días previos al encuentro hubo notas, entrevistas, preguntas. Una de las preguntas recurrentes remitía al legado. “¿Cuál sería para vos el legado de Jaime?” Cuando le hicieron esta pregunta al Tata Cedrón, la respuesta fue escueta. Habló del amor de Jaime por el charango. Habló también de la lealtad hacia este instrumento. El Tata Cedrón trabaja con las palabras desde hace 60 años. Quizás sea por eso que puede ser preciso. Ir a la esencia. No necesita rellenar. No está entre nosotros para rellenar. Dijo: lealtad. Pero esa palabra no se difundió. Se difundieron otras, que también dijo. Ocurre que eso es un bien preciado. La lealtad, tal como la encarna Jaime. 

La ofrenda del 20 de junio fue un acontecimiento masivo, único e irrepetible. Todos los que estuvimos presentes lo pudimos apreciar. Como también pudimos apreciar que esta ofrenda era también un regalo que la familia de Jaime, sus músicos y sus amigos músicos, nos brindaban a nosotros. Los del público. Los que todavía no podemos creer lo que nos pasó. Los inconsolables. Los que no nos resignamos a vivir sin Jaime y por eso, si nos dicen que vayamos, vamos, concurrimos, llenamos el teatro Ópera con nuestra pena, con nuestra alegría, con nuestro agradecimiento, todo eso junto. Con tanto amor. Eso es lo que nos ofreció el escenario de un artista a otro. Cada cual a su manera. Cada cual desde lo más profundo de su persona. 

Era un espectro amplio el que presentó ese escenario*. Tan amplio que quien no hubiera sabido nada de Jaime, quien hubiese llegado ahí por error, por casualidad, o llevado por algún amigo, hubiera podido entender algo de su esencia. Su dicha de compartir con los demás. Su reconocimiento hacia el trabajo de los demás. Su forma de acercarse a los que se parecían a él… y a los que no. Su forma de mirar a los más jóvenes, de sonreírles, de incorporarlos. Su complicidad con los amigos. Su respeto hacia sus propios maestros. 

Un pequeño paréntesis que –me parece– tiene que ver con lo que se vivió esa noche. Hace más de 40 años, Jaime Torres, siempre junto a Elba, junto a su familia, sus amigos, inició en Humahuaca una aventura llamada Tantanakuy. Un encuentro. Un tipo de encuentro alrededor de la música. Sobre los inicios de esta aventura, se expresó en un libro donde relata que, tras haber celebrado el Carnaval en la Quebrada, allá por el año 1973, pensó lo siguiente:

Éramos poquitos, es cierto. Con los amigos que yo había llevado, los músicos no llegábamos a diez. Entonces esa era la cuestión que no cerraba del todo. Cómo algo tan hermoso no convocaba a todos. […] Conociéndome como me conocía, y sabiendo que no me iba a quedar quieto [mi padre] me preguntó: “¿Y vos qué pensás?” “Yo creo –le respondí– que hay que convocar a toda la gente de los alrededores y acompañarlos para que vivan con inmensa alegría ese sentido de fiesta que se irá perdiendo si no hacemos nada”. Esa fue –lo recuerdo claramente– la primera conclusión que imaginé como preludio de lo que un año después se transformaría en el Tantanakuy. Estaba obsesionado por encontrarle la vuelta al asunto. Estando en casa murmuraba para mí, junto al oído atento de mi padre, “quizás podamos reunirnos con más gente en una de esas casas antiguas, con esos fondos tan bellos que todavía quedan, o pensar en algo más grande con gente que sienta el mismo impulso; ocupar los espacios…” […] De manera que nos arremangamos y fuimos poniendo en marcha un plan, por así llamarlo que consistía en hacer algo como resucitar a quien amamos. La cuestión era cómo. ¿Podríamos hacer una fiesta en las escalinatas de un monumento? ¿Se podría convocar a todos; cuál era la mejor forma de hacerlo? ¿Qué estábamos dispuestos a hacer y qué cosas no haríamos?**.

El Tantanakuy se hizo realidad en el año 1975. Y desde entonces ha venido realizándose año tras año, con las dificultades que cualquier persona que viva en el planeta Tierra, en particular en Argentina, puede imaginarse. A principios de los 80, se sumó al encuentro una edición infantil y juvenil, gracias a la cual varias generaciones de niños han podido conocer y celebrar su cultura. Es una obra invaluable. Una obra hecha a contramano, que ocasionalmente da lugar a una nota o un reportaje. No es poco y se agradece, pero uno no puede dejar de pensar que haría falta más. Una mayor conciencia de la importancia que esto tiene: la capacidad de hacer, de cumplir, de realizar, la capacidad de forjar lazos, de sumar voluntades, de ir detrás de un objetivo, lograrlo y sostenerlo por más de cuarenta años bajo las coyunturas más diversas y adversas. Por ende, una reflexión también sobre cómo puede ser que algunos puedan tanto con tan poco y viceversa… 

Sea como sea, teniendo en mente las palabras de Jaime, durante esa noche de ofrenda, lo soñado y realizado a lo largo de una vida irradiaba. Los que estábamos ahí, éramos muchos. Éramos un mundo de gente que salió de sus casas para decir “presente”. Entre ellos, gente que hace el Tantanakuy y gente que de una u otra manera ha participado. Gente que hoy es adulta y que tuvo la suerte de ser niño con Jaime. Niños que corretearon por los Tantanakuy, que se conocieron en un Tantanakuy, que se enamoraron en un Tantanakuy. Gente que creció, que envejeció, de un Tantanakuy a otro. Por eso, gente de todas las edades y de distintos horizontes. Todos convocados por Jaime. 

Esa noche, el teatro Ópera lucía como un inmenso Tantanakuy y casi se podía tener la ilusión de que si levantábamos los ojos veríamos las estrellas. Y también la ilusión de que Jaime estaba ahí. Porque nunca se trató de otra cosa sino de eso. De resucitar a quien amamos. O como cantó el Tata esa noche: nunca jamás se abandona, lo que llorando se deja.

Y por eso, también, el encuentro del 20 de junio fue tan importante, porque uno pudo dar rienda suelta al llanto, tomar la medida de lo que perdimos el 24 de diciembre de 2018. Pero sin que esto implique despedidas. Y es que a Jaime no lo podemos despedir. Por el contrario, necesitamos convocarlo día a día, necesitamos de su arte para realizar lo que nos importa, para saber lo que sí… y para saber lo que no… Para redescubrir, en los mejores y en los peores momentos, esa maravilla que es el fin y el medio: estar juntos. Genuinamente juntos. A la manera de Jaime. Con amor. Con lealtad.


AGC


* La dirección musical de la ofrenda estuvo a cargo de Rubén “Mono” Izarrualde. Participaron los músicos del grupo estable de Jaime: Goyo Álvarez (guitarra), Federico Siciliano (piano-acordeón-guitarrón), Javier Sepúlveda (cuatro - quenas), Sergio Lobo (percusión y danza), Jorge Gordillo (violín y viola), Hernán Pagola (quenas y sikus). Y también: Rodolfo “Coya” Ruiz (charango), Susanna Moncayo (voz), Adriana Lubiz (charango), Melania Pérez (voz), Bruno Arias (voz), Florencia Dávalos (voz), Perla Argentina Aguirre (voz), Carolina Peleritti (voz), Juan “Tata” Cedrón (guitarra y voz), Jairo (voz), Juan Cruz Torres (charango), Charo Bogarín (voz), Manuela Torres (voz y baile), Gustavo Cordera (voz), Tukuta Gordillo (voz), Fortunato Ramos (acordeón), Lucas Gordillo (charango), Claudia Torres con su grupo de danza. Además de Tute y Aldana Loiseau, Ricardo Acebal, entre otros.

** El libro citado es: Jaime Torres. Ecos y sones de nuestra tierra, de Luis Sznaiberg, Buenos Aires, Garantizar SGR (Colección: Maestros, artífices y hacedores), 2004, pp. 63-64.

miércoles, 2 de enero de 2019

El Tantanakuy visto por Jaime Torres


Hacer algo como resucitar a quien amamos

“[…] en 1973 regresé a la Quebrada para darme el placer de celebrar el Carnaval con mi gente. Y aquí toqué por puro gusto, sin importarme siquiera mi mano que se inflamó de tanto darle y darle a las cuerdas, ni cualquier otra circunstancia que no fuera disfrutar ese momento tan trascendente para mí. Conocí gente maravillosa, tuve el honor de ser invitado a integrar una comparsa. “Los Cholos”, y durante esas semanas tuve oportunidad de reflexionar mucho, profundo, junto a otros amigos. 

[…] Éramos muy poquitos, es cierto. Con los amigos que yo había llevado, los músicos no llegábamos a diez. Entonces esa era la cuestión que no cerraba del todo. Cómo algo tan hermoso no convocaba a todos. Eduardo, mi papá, al verme la mano tan hinchada como la tenía, pensó que me había peleado con alguno. Es que a mí siempre me gustó ‘tirar guantes’ y hasta entrenaba en el Luna Park. Pero no, no me había peleado con nadie; por el contrario, ya en camino al médico le comenté a Eduardo cuán extraordinaria fue la experiencia que había vivido. Y tampoco omití reiterarle esas dudas que me fueron surgiendo luego. Conociéndome como me conocía, y sabiendo que no me iba a quedar quieto, entonces me preguntó: “¿Y vos qué pensas” “Yo creo –le respondí– que hay que convocar a toda la gente de los alrededores y acompañarlos para que vivan con inmensa alegría ese sentido de fiesta que se irá perdiendo si no hacemos nada”.

Esa fue –lo recuerdo claramente– la primera conclusión que imaginé como preludio de lo que un año después se transformaría en el Tantanakuy. Estaba obsesionado por encontrarle la vuelta al asunto. Estando en casa murmuraba para mí, junto al oído atento de mi padre, “quizás podamos reunirnos con más gente en una de esas casas antiguas, con esos fondos tan bellos que todavía quedan, o pensar en algo más grande con gente que sienta el mismo impulso; ocupar los espacios…”. Y bueno, así nos pusimos en campaña. En principio nos juntamos con unos amigos y fueron apareciendo las propuestas. En algún momento pensamos también que podíamos convocar al encuentro en una escuela. Hasta que finalmente en el ’75 –que fue cuando organizamos el primer Tantanakuy– la convocatoria se realizó al pie del Monumento a la Independencia, en sus escalinatas. En el centro mismo de Humahuaca. 

De manera que nos arremangamos y fuimos poniendo en marcha un plan, por así llamarlo, que consistía en hacer algo como resucitar a quien amamos. La cuestión era resolver cómo. ¿Podríamos hacer una fiesta en las escalinatas de un monumento? ¿Se podría convocar a todos; cuál era la mejor forma de hacerlo? ¿Qué estábamos dispuestos a hacer y qué cosas no haríamos? 

Discutimos todo. Y de lo que estuvimos bien seguros todos es de diferenciarlo de los festivales. De esa cosa competitiva que cada uno trata de mostrar para “venderse” al público.

En general todo festival lleva la propuesta de un negocio detrás; porque las empresas grabadoras están advertidas, porque la publicidad figura en el orden del día, y entonces se discuten cuestiones de cartel, y la “popularidad” y todo ese otro pedo que siempre precede al “arriba las palmas” y bien fuerte ese aplauso. Algo horrible. Nosotros no queríamos esas características. Que no fueran las competencias ni los aplausos, ni la presentación de artistas ilustres, sino que lo principal fuera el hecho de la participación y la satisfacción de haber participado.

Entonces buscando un nombre apropiado, elegimos el que nos pareció más adecuado; Tantanakuy, en lengua quechua significa “congregación”, reunión de unos con otros por mutua citación.


Jaime Torres


Fuente: Jaime Torres. Ecos y sones de nuestra tierra, de Luis Sznaiberg, Buenos Aires, Garantizar SGR, 2004, Fragmentos del Capítulo 5. “Tantanakuy. Encuentro”. pp. 62-64.

domingo, 21 de octubre de 2018

Desde el puente


He visto un río sin agua. Un río seco. Un río desierto. De orillas verdosas. De un lado del puente, los sauces. Del otro, un deseo. Escrito con el cuerpo entero. Me agacho y me levanto. Busco y encuentro, piedra tras piedra. Las llevo. Las acomodo. Formo las letras. No me enojo. No reprocho. No le pregunto al río por qué no es río, por qué no es fresco, por qué no arrastra. Escribo. Escribo con lo que tengo. Para que alguien encuentre las palabras. Escribo. No me detengo. No espero. Sé que mi deseo estará ahí. Hasta que vuelva el agua.

C.