Discurso pronunciado ante la asamblea nacional legislativa el 9 de julio de 1849
"Yo no soy, señores, de los que creen que se puede suprimir el sufrimiento en este mundo; el sufrimiento es una ley divina; pero soy de los que creen y afirman que se puede destruir la miseria.
Tengan en cuenta, señores, que no digo disminuir, reducir, restringir, limitar, digo destruir. La miseria es una enfermedad del cuerpo social como la lepra era una enfermedad del cuerpo humano; la miseria puede desaparecer como la lepra desapareció. ¡Destruir la miseria ! ¡Sí, esto es posible! Los legisladores y gobernadores deben pensar en ello constantemente porque, en esta materia, mientras no se hace lo posible, no se cumple con el deber.
La miseria, señores, abordo aquí el meollo de la cuestión, ¿quieren uds. saber hasta dónde va, la miseria? ¿Quieren uds. saber hasta dónde puede llegar, hasta donde llega, no digo en Irlanda, no digo en la Edad Media, digo en Francia, digo en París, y en los tiempos que vivimos. ¿Quieren uds. hechos?
Dios mío, no dudaré en citar estos hechos. Son tristes pero es necesario revelarlos. Y miren, si tuviera que decir todo lo que pienso, quisiera que saliera de esta asamblea, y de ser necesario haré una propuesta formal para que así sea, una gran y solemne investigación sobre la verdadera situación de las clases trabajadoras y sufrientes en Francia. Quisiera que todos los hechos explotaran abiertamente a la luz del día. ¿Cómo se puede querer curar el mal si no sondeamos las heridas?
Así que aquí están los hechos.
Hay en París, en los suburbios de París donde el viento de rebelión prende fácilmente, hay calles, casas, alcantarillas donde familias, familias enteras viven hacinadas, hombres, mujeres, muchachas, niñas y niños, que no tienen camas ni mantas, casi ni ropa, como no sean montones de trapos asquerosos en fermentación, recogidos en el lodo de las esquinas, suerte de estiércol de las ciudades, donde criaturas se entierran vivas para escapar del frío en invierno.
Eso es un hecho. ¿Quieren más? En estos días, un hombre, Dios, un pobre desgraciado hombre de letras, porque la pobreza no perdona ni a las profesiones liberales ni a las profesiones manuales, murió de hambre, murió de hambre literalmente, y se comprobó después de su muerte, que no había comido desde hacía seis días.
¿Quieren algo aún más doloroso? El mes pasado, durante la epidemia de cólera, se encontró a una madre y a sus cuatro hijos que buscaban comida entre los escombros inmundos y apestosos de las tumbas de Montfaucon.
Pues bien, señores, yo digo que estas cosas no deben ser; digo que la sociedad debe poner todos sus medios, toda su dedicación, toda su inteligencia, toda su voluntad, ¡para que estas cosas no sean! Digo que este tipo de hechos, en un país civilizado, compromete la conciencia de toda la sociedad; que yo que estoy hablando, me siento cómplice y solidario, ¡y que estos hechos no son sólo perjuicios contra el hombre sino que son crímenes contra Dios!
Es por esto que me siento compenetrado, y quisiera que uds. también pudieran compenetrarse de la importancia de la propuesta que se les somete. Esto es sólo un primer paso, pero decisivo. Me gustaría que en esta asamblea, mayoría y minoría, qué importa, yo no conozco mayorías ni minorías frente a tales cuestiones; quisiera que esta asamblea tuviera un alma sola para caminar hacia esa gran meta, esa meta magnífica, ¡esa meta sublime que es la abolición de la miseria!
Y, señores, no solamente apelo a su generosidad, también me dirijo a lo que hay de más serio en el sentimiento político en una asamblea de legisladores. Y sobre el particular, una última palabra: terminaré aquí.
Señores, como ya dije antes, Uds. con la ayuda de la Guardia Nacional, del ejército y de todas las fuerzas vivas del país, acaban de fortalecer el Estado sacudido una vez más. No recularon ante ningún peligro, no dudaron ante ningún deber. Uds. han salvado la sociedad civil, el gobierno legal, las instituciones, la paz pública, la propia civilización. Ustedes han hecho algo importante… Pues bien ¡No han hecho nada!
No han hecho nada, insisto en este punto, ¡mientras el orden material conseguido no tenga como base el orden moral consolidado! No han hecho nada, ¡mientras el pueblo sufra! No han hecho nada, ¡mientras haya por debajo de uds. una parte del pueblo que desespera! No han hecho nada, mientras que aquellos que están en la plenitud de la vida y trabajan puedan estar sin pan! ¡Mientras que los mayores, que han envejecido y han trabajado puedan estar sin asilo! Mientras la usura devore nuestros campos, mientras se muera de hambre en nuestras ciudades, mientras no haya leyes fraternas, leyes evangélicas que vengan de todas partes en ayuda de las pobres familias honestas, de los buenos campesinos, de los buenos obreros, ¡de la gente de corazón! ¡No han hecho nada, mientras el espíritu de la revolución tenga como auxiliar el sufrimiento público! ¡No han hecho nada, no han hecho nada, mientras en esta obra de destrucción y de tinieblas, que prosigue solapadamente, el hombre malvado tenga como colaborador fatal al hombre infeliz!"
Victor Hugo