Acerca de lo des-hecho
En el día de ayer me encontré a la palabra
esperanza y a la palabra palabra tiradas en el piso. Ambas yacían al pie de la
pared azul. Una mirada rápida dejó establecida la inocencia de la lluvia. La
lluvia puede diluir engrudos y despegar papeles pero no arrancar palabras y preguntas
enteras. Que Quasimodo y su creador me perdonen pero daba la impresión de que un
personaje así había enrollado los papelógrafos al revés de los cristianos, sacándolos
del muro, transformándolos en bollo. Sin destruirlos del todo. No solo por
inepcia sino más bien porque ciertas cosas no se pueden destruir. En eso
pensaba, y también en Alekos Panagoulis, mientras recogía los papeles que
fueron a parar a un bolso, atravesaron las calles y llegaron hasta esta mesa
para ser sometidos a un examen minucioso. ¿Algo de eso podía ser salvado? Resultó
que sí y ahora lo deshecho descansa bajo el peso de varios diccionarios
capaces de resucitar papeles y letras. A palabra le faltan dos letras. Esperanza
está completa. También lo está alegría que yacía un poco más lejos y fue vista
después. En unos días nos reuniremos con quienes corresponde y sabremos qué
hacer. Pero hoy el pensamiento persiste. Ciertas cosas no se pueden destruir.
Quizás porque no son cosas. Tampoco son personas. Quizás sea la parte de las
personas que no puede morir. Y no porque no se haya intentado. Son siglos de
intentos fallidos poniendo todo a disposición para esa destrucción. Los inventos más
sofisticados. Todos los ejércitos del mundo. Tanques y carros. Toda la
maquinaria del dolor. También el miedo, la angustia. Y esto nada tiene que ver
con el sátrapa de la esquina sino con quienes todo lo aplastan incluyendo al sátrapa
de la esquina. Y aunque mirado de cierta manera esos son los que imponen y los
que mandan, quizás no esté de más recordar que no logran jamás plenamente su
cometido. Algo se les escapa siempre. Algo que se parece a la esperanza y a la
palabra. A salvo de canallas y de estúpidos.
A.