Hay algo terrible en esta escena
tan famosa, tan justamente famosa, tan importante. No es el discurso de
Chaplin, no son sus palabras. Sucede acá en el minuto 4.19. Es el aplauso. El
aplauso de una masa que no es probablemente (todavía) el pueblo que invoca
Chaplin y que sigue teniendo algo del rebaño que muge… como años después dirá
Alekos Panagulis cuando daba su lucha, que era la misma lucha… Algo del rebaño
siempre dispuesto a aplaudir al que habla más fuerte, más lindo o mejor…
Personalmente tengo cierta preferencia por el minuto 4.42. Porque es el momento
en que un hombre le habla directamente a otro hombre… que más encima es una
mujer. Y ese hombre que es una mujer escucha… Cosa milagrosa. Realmente
milagrosa. Alguien escucha. Y eso que pareciera -ya al final de la escena- que
todo no era más que silencio. En eso radica la esperanza, se me hace. Escuchar
incluso cuando pareciera que no hay nada que escuchar… Ni el grito de
desesperanza, ni la queja muda de los que mueren con la boca cerrada (AGC)