sábado, 23 de febrero de 2013

Recuerdo de Don Isaías



Hace unos días atrás, en la aleta Llico, de Arauco, murió don Isaías Carvallo. Su muerte sólo mereció unas palabras de unos pocos habituales de estos medios, y ellas debido fundamentalmente a las circunstancias de su muerte. Murió quemado en la mediagua de emergencia que recibió como damnificado del maremoto del 2010. Don Isaías fue pescador artesanal y tenía ¿cuánto? ¿90 años?

A don Isaías lo conocí el año 1958, cuando fuimos por primera vez a veranear a la caleta. Su casa estaba en la esquina del callejón con la playa. Nunca aprendió a nadar pues en el mar, a la hora del naufragio –nos decía– nadar o no nadar no hace la diferencia. Él había sobrevivido a tres en su vida. De él recibí las primeras lecciones de pesca en el golfo, en bote de madera –la “Luz-pesca”–, a remos, con red de enmalle de hilo, con piedras como pesos. Salíamos “a levantar” de madrugada, hacia “Punta del Litre”, o más allá a “la Huirá larga” o al “Bajo de afuera”, y traíamos las corvinillas, o las corvinas, los congrios colorados o las pescás cuando se calaba más a mar abierto, fuera de las piedras y los huiros. Pero la historia de don Isaías con mi familia se remonta más atrás, al año 1944, cuando mi padre va a Llico a hacer un reemplazo como profesor (su primera destinación) y don Isaías le da alojamiento en una pieza de su casa. El maremoto del 60 le llevó casa, bote y aperos de pesca. Ignoro cómo se rearmó, pero al cabo de los años, cuando nos reencontramos, de nuevo tenía su bote y los elementos para pescar. Pero ahora las salidas a la pesca eran con su hijo, el Miguel, temprano de madrugada o durante el día cuando se asomaban los “bolos” de fardela que anunciaban la posibilidad de la presencia de la sierra y salíamos a revolear. Un día a mediados del 72 supe que Miguel y otros dos compañeros se habían perdido cuando se dirigían a Lota con un cargamento de píures. Supe de sus recorridos por el litoral esperando encontrar algún resto de su hijo. Nada apareció. Y el recuerdo de Miguel es una cruz sin tumba, como tantas otras, en un cerro con vista al mar.

A los años murió su mujer, la señora Nenita y entonces su soledad se le vino encima. El maremoto del 2010 nuevamente le llevó su casa. Y se tuvo que ir a vivir a la “aldea” instalada en Llico para los damnificados, a una de esas precarias mediaguas de madera.
La anunciada solución definitiva para los afectados por el maremoto no lo alcanzó: Primero fue el ramalazo de fuego que consumió su vida.

En cualquier caso, viejo Isaías, no merecías morir así. Quería compartir con otros estas palabras de recuerdo.

Un abrazo a la distancia,
Raúl Moraga Arcil