miércoles, 24 de abril de 2013

"Mi padre"



“…El ciego sol, la sed y la fatiga…”, decían los versos escuchados tantas veces a Lucho, en esas tardes domingueras cuando iba a casa o salíamos a la Quinta Normal en los paseos de hombre separado con hijos. Eran los versos de Castilla de Manuel Machado,  que ni por el franquismo del autor,  habían sido desterrados de su poemario preferido.

“Por la terrible estepa castellana”... me vino a la mente esa mañana de diciembre de 1973, cuando el calor subía desde la tierra y esperábamos que los guardias militares revisaran nuestras carteras y bultos, en la entrada al campo de prisioneros de Chacabuco. 

 

 
La iglesia, la Filarmónica, el teatro, casas alineadas en callejones, torres de vigilancia con personal armado. El todo rodeado de alambrada de púas. Luego sabríamos que además, había sido rodeado  de minas anti-personales. El ingreso al teatro que brillaba de limpito, con sus tablas anchas, hermosas y lustradas.  Al frente, limpio también, e inútil, el escenario. La escena estaba ahora en la platea. Bancas largas, perfectamente ordenadas donde se sentarían unos cinco prisioneros y sus respectivas visitas, flanqueados por un conscripto en cada cabeza. No fuera que se hablara más de lo debido.

Las bambalinas, en un edificio renombrado en medio de la antigua Alameda de Las Delicias.

Sentarse y esperar que venga el prisionero, el que luego entrará en medio de una fila ordenada y silenciosa. Entre ellos el recitador de antaño. Los versos por primera vez detenidos y casi olvidados. La miseria del Estadio, la ignominia del viaje en el barco Andalién, han relegado la poesía y la risa. Los han cubierto también las andanzas de un puma que sembraba  de cadáveres los caminos y el desierto. Sin saludar, mi padre pregunta si es cierto que han fusilado a su amigo y camarada Mario Silva en Antofagasta. Hablamos de la familia, del estado de su hija embarazada y de naderías. Por primera vez los ojos de mi padre dicen más que su boca. Me pide libros, entre ellos un tomo de Estudio de la Historia  de Toynbee y me recomienda que cuide mi salud...

Se retiran los prisioneros y luego las visitas. El bus parte con su carga ahora silenciosa. Van quedando atrás solo unos alambres de púas, que detienen el paso de los hombres que miran con ojos ansiosos al grupo que pareciera ir hacia la libertad y que en realidad se devuelve a una cárcel un tanto más grande, lo mismo de amarga.

Hoy, con su suerte de gozador de la vida, ni el Estadio, ni Chacabuco, están en sus recuerdos. Sin embargo, cuando estuvimos juntos hace poco más de un año, me recitó como antes, como hace más de cincuenta años: “...el ciego sol, la sed y la fatiga... por la terrible estepa castellana, al destierro, con doce de los suyos –polvo, sudor y hierro– el Cid cabalga”.

Luisa Castro Nilo