jueves, 5 de noviembre de 2015

Canciones para los niños-larvas


Daniel Frascoli - Romina Grosso - Pedro Fernández Mouján


Las bellas canciones de “Larvas” son sugerentes, melodiosas y poéticas. Cada una cuenta la historia de un personaje, seis niños y una niña con historias densas como prontuarios. Las músicas y los arreglos de Daniel Frascoli nos hacen viajar al tiempo donde la melodía importaba, cuando las canciones se dejaban cantar. Y la interpretación de Romina Grosso tiene reminiscencias de las grandes cancionistas argentinas: por momentos, su voz adquiere un timbre agónico que cobija y a la vez enaltece el dramatismo de esas vidas tronchadas.

De origen, Elías Castelnuovo las retrató en su libro “Larvas”, que recoge su experiencia como maestro en un reformatorio bonaerense. Castelnuovo tiene la mano pesada para señalar que los asilados representaban “en miniatura todo lo más raro y espantoso que produce la especie humana”. En su lugar, otro hubiese redactado un informe, pero la fina ironía del rioplatense se detiene en cada pústula del físico o del alma de esos siete pibes. Por  eso mismo, es una proeza haber convertido en poseía una prosa dura que te deja a la intemperie.

Esa hazaña es obra de la cantautora Romina Grosso y del escritor y periodista Pedro Fernández Mouján. Como ellos mismos dicen, “el trabajo musical Larvas (canciones para Castelnuovo) surge de la necesidad de volver a tejer partes que parecen haber quedado deshilachadas en una trama cultural e identitaria en relación con los barrios porteños, la cultura de Buenos Aires y Argentina, sus músicas, su literatura”. Han rescatado a un olvidado y, la pucha!, se impone ahora la pregunta por el futuro de este gran trabajo.

¿Qué decir al respecto si las canciones son hermosas, y si además tienen el mérito enorme de llevarlo a uno al conocimiento de un “maldito”? Pero sucede que la Argentina crea cosas maravillosas que el “sistema cultural” deja a un costado. Y así se regresa siempre al panorama que pintaba Castelnuovo: “No era la soledad de una persona que se niega deliberadamente a alternar con los demás: era la soledad forzada de una multitud de almas sombrías, desligadas entre sí, a quienes la fatalidad había embutido en una misma lata de sardinas”.

La chance de no ser “una multitud de almas sombrías” pasa, creo, por compartir, por crear una comunidad dichosa, ligada por sólidos lazos culturales. Por brindarnos enteros, como aquí lo han hecho Grosso, Frascoli y Fernández Mouján. Ahí están las canciones de “Larvas”, son suyas!, escúchelas, cántelas, hágalas conocer. Allí está Castelnuovo, es nuestro, y ni usted ni nadie merecen perdérselo. Dése un tiempo para Pestolazzi, Frititis, Mandiga, Guitarrita, Amarrete, Caruncho, los niños-larvas que ahora tienen sus canciones.

¿Qué espera para oír la armónica de Ana María? ¿No la ve? Ella ha venido a rescatarlo con su música. Está parada al lado de su lecho de convaleciente, y le pregunta “canturreando”: “¿Qué tiene este hijo? ¿Por qué llora este hijo querido? ¿Cómo es que está tan solo este pobre hijo de mi alma?” Levántese, amigo. “Por el boquete de la ventanita, ahora penetraba también la claridad en mi corazón”. No vacile más: “Hay que tener fe en los chicos”. Hay que creer en los pibes, en nuestra valía y en la delicia de las canciones.

Carlos Semorile