jueves, 14 de julio de 2016

Cruzar el río



(Apuntes sobre la cultura y los legados)


Este escrito debiera ser la continuación de unos anteriores, su prolongación necesaria y útil, para así ir acercándonos al cierre o, al menos, hacia el posible final de un diario que pide a gritos poder ser contado de un modo inteligible y cierto. Pero este relato no puede ser otra cosa que la crónica de una historia elusiva como pocas, y fatalmente esquiva desde el momento en que alguien pretende decir: “Los hechos en la Punta del Agua pasaron de este modo…”

Así las cosas, cada nueva charla vuelve a transitar las conocidas huellas de asuntos que están a punto de saberse, de carpetas o archivos que podrían estar disponibles, de memorias que quisieran dejar brotar sus escondidos tesoros. Pero enseguida aparecen las evasivas, las oclusiones repentinas y los persistentes silencios, detrás de los cuales no es difícil adivinar una mano que tapa, una voz que ordena callar, una autoridad que todavía manda.

Pero también están los sucesos desconocidos que salen a la luz, nos dejan conmovidos y nos vuelven a infundir esperanzas. Así pasó la última vez que nos juntamos los tres -con José Casas y Cristian Mallea- para seguir trabajando en el libro sobre Huaco, y Mallea contó lo que había conversado con su madre, unos días atrás, acerca de su padre. Una historia de la que Cristian, hasta esa charla fortuita, nada sabía.

Parece ser que antes de quedarse ciego, Ramón Mallea fue operado de la vista en un hospital de la ciudad de Mendoza allá por el año ´57. Obviamente, debía guardar un severo reposo.

Pero estando allí internado, le llegó la noticia de la enfermedad de su abuela paterna (la que lo crió desde sus cinco años), postrada y necesitada de ayuda en Mogna, en la travesía sanjuanina. Desoyendo los consejos de los médicos, Ramón tomó sus ropas y salió rumbo al pueblo. Aún hoy cuesta imaginar cómo se las arregló para llegar, pero llegó. O mejor dicho, casi llegó porque el río estaba crecido y el auto que lo alcanzó no estaba en condiciones de cruzarlo.

Difícil imaginar una desolación mayor. El nieto convaleciente y casi ciego, buscando hacer pie en medio de la correntie porque del otro lado del río le llegaban los gritos de dolor de su abuela. Ramón también buscaba hacerse escuchar por encima del ruido de la correntada para que su abuelita supiese que pronto estaría a su lado. Y así, en una conversación de corazón a corazón, finalmente logró orientarse, llegar a la casa y salvar a su abuela y madre.

Lo demás, son conjeturas. “Qué hubiese pasado si…” No es que uno no se lo pregunte, que la idea no ronde como un fantasma ingrato y permanezca dando vueltas por las cabezas que todo lo piensan, hasta lo imposible. Pero es que lo impensable es esto que acabamos de escuchar y que también es parte de la historia de los Mallea de La Punta del Agua: hubo un día que, a como diera lugar, Ramón Mallea tuvo que atravesar el río para abrazar a su abuela.

Y ese es el legado del que hablamos al comienzo. Quienes tratamos de rescatar memorias e identidades, tenemos que saber que la historia es así de simple y así de compleja: entre nosotros y aquello que más amamos se interpone una corriente que nos deja marginados de la vida. Y la vida exige que sigamos el ejemplo de don Ramón Mallea y seamos capaces de cruzar el río.

Carlos Semorile