miércoles, 2 de enero de 2019

Presentir al padre


Pasamos por su cuadra decenas de veces –sobre todo cuando un servidor trabajaba por esa zona de Paternal-, pero nunca percibimos que allí estaba el taller del carpintero Vidoje. Cierto que nada lo anuncia, y que más bien se llega al mismo mediante cita previa. Y como teníamos las coordenadas, fuimos ver a nuestro amigo para llevarle un dinero adeudado, pues compramos usados unos preciosos sillones escandinavos que necesitaban de su sabia mano de restaurador.

Llegamos con el ánimo de repetir la ceremonia del café con galletitas (nacido durante sus jornadas de trabajo en nuestra casa), y actualizar el rito de la charla larga, al vaivén de la nostalgia y sus emociones.

Esta vez el relato es breve, pero condensa un destilado de amor filial. La Segunda Guerra había separado a la familia: el padre debió acudir a filas, y su mujer y sus muchos hijos –entre ellos “Vido”, con apenas 5 cinco años- fueron a parar a un campo de refugiados, en las condiciones que ustedes imaginarán. Hacía años que el niño no veía a su padre, y su único recuerdo del mismo era haber estado aferrado al cuello paterno, mientras su papá cruzaba un río con él a horcajadas.

Pero lo reconoció de inmediato cuando lo vio aparecer, como un espectro andrajoso, buscando a su familia entre la marea de refugiados. Y corrió hacia a él y se abrazó a su cintura, con la fuerza inaudita de los supervivientes que se aferran a la vida. Nos lo cuenta y se emociona: ahora mismo, Vido va cruzando el río abrazado al recuerdo de su padre.


Carlos Semorile