Proyecto septiembre 2020 / Santa Rita
Hay una idea que en todos estos años ha estado rondando este espacio. Aparece de un texto a otro, de una autoría a otra. De manera bastante explícita y tan bien dicha en algunos textos de Carlos, pero también en otros, igualmente bellos y con más puntos suspensivos, escritos por El Profesor. Algunos de los silencios del Profesor son legibles. Solo algunos. Es parte de su encanto. Sucede que en estos momentos que estamos viviendo, en el mundo tal cómo se ve desde estos lados (quizás nunca como ahora los puntos de vistas fueron tan diversos) esa idea se ha vuelto central. No quiero generalizar demasiado, así que asumo la afirmación siguiente como propia y la firmo: lo que vale es el interlocutor. Sin embargo, Victor Hugo me había dicho otra cosa (lo que vale es el amor y no hay nada más que buscar en este mundo). Cuando después de casi dos mil páginas de desventuras, llega a esa conclusión, el libro toma otro peso, lo envuelve a uno. Ese libro que este hombre escribió allá por los años 40 del siglo que le tocó, y después dejó esperando el final unos quince o veinte años más, porque estaba entretenido con otras cosas... Quién como él que deja su obra magna esperando veinte años ahí donde otros lloran porque se atrasaron con alguna cosilla… Pero bueno, el tema es otro. Lo que vale es el interlocutor. El ser humano que lo convoca a uno para ser parte de tal o cual iniciativa que le importa. La posibilidad que nos otorgamos de ser parte de esa iniciativa (¡a veces cuesta…!). O al revés, la posibilidad que nos otorgamos de convocar a otros. Pero, más precisamente, más prosaicamente y antes quizás de todo eso, en un “durante” (ahí va, de eso quería hablar, de los intervalos, de ese tiempo en que las ideas dan vueltas, previo incluso a cualquier propuesta), esos momentos en que podemos conversar con alguien… que no nos cae del cielo… aunque últimamente se me aparecen interlocutores en las ventanas… y juro que no es metáfora ni principio de locura… (¿?). Bueno, esa conversación, antes, durante y después… Esa conversación es también lo que nos distingue, lo que nos vuelve, en ciertos momentos, únicos: ¿quién quiere conversar con nosotros? ¿quién nos busca para conversar un momento de algo que le importa? Puesta en la necesidad de elegir, creo que podría abandonar prácticamente todo… menos eso. Nada me parece más valioso que eso. Esa conversación. Nada duele más, tampoco, que la flecha que lanza el que sin saberlo o –peor– sabiéndolo, hace voto de silencio... Entiendo que haya otras formas de pensar y de obrar. He conocido a un ser humano absolutamente querible que supo decir a otro ser querido “si ya sabemos que nos queremos… ¿para qué nos vamos a ver?…” Bueno, yo no digo vernos, pero sí hablarnos, conversarnos. De igual forma, este pequeño texto no tiene como fin recriminar (lo subrayo, por si alguno lo malinterpreta), sino más bien lo contrario. Agradecer. Quería agradecer algunas conversaciones. Así que nada, si recibe este texto, es porque le estoy agradecida. Y punto.
Antonia