miércoles, 1 de febrero de 2023

¿Te acuerdas de Vidal?

–Escribe–.

¿Te acuerdas de su libro? Hernán Vidal. Dar la vida por la vida. La agrupación chilena de familiares de detenidos desaparecidos. Un libro que no estaba en las bibliografías obligatorias que tú y yo debíamos leer. Para leer a Vidal tendríamos que haber estudiado literatura y siempre hubo ahí algo así como un error fundacional. Ya sabes. Como esa vez, a pocos días del inicio de clases, cuando esperé en la biblioteca que me trajeran la Política de Aristóteles, y después de un proceso complejo –todo a mano, salvo el botón del ascensor en que bajaban las fichas y subían los libros, a un ritmo lento, muy lento, tan lento, como si un viaje a través del tiempo hubiese sido necesario…– me trajeron la Poética, y ya no hubo paciencia, y con esa me quedé. Ocurre que no se aprueban los exámenes equivocando el libro. Aunque sospecho que tú sí lo hubieras logrado… Volviendo a Vidal. Era fácil, leyéndolo, darse cuenta de lo que ellas pudieron. Lo más llamativo eran los detalles. La manera en que Vidal registró los detalles para que se pudieran desplegar las escenas que quería contar. Ellas, las que supuestamente no sabían, las que no tenían experiencia, en muchos casos amas de casa –en muchos casos, pero no en todos–, sin armas, los obligaban a ellos a salir de sus guaridas, precipitándose, levantando el palo, casi gritando “¡al ladrón!”, ahí donde la voz oficial decía que todo estaba en orden, perfectamente tranquilo, nada que mostrar, nada para ver, he aquí un país en paz. Y ellas ahí, rompiendo todas las reglas, reuniéndose, deteniéndose, su cuerpo encadenado a las rejas del antiguo Congreso –eso cuenta Vidal: las cadenas, las llaves, los candados– mientras pedían por sus hijos, por sus hijas, por sus padres y hermanos, por sus maridos. No les sería fácil dispersar esa acción. Ni menos decir que no había sucedido. ¿Recuerdas la impresión que nos causó todo aquello? Nada ni nadie se daba por perdido. Todavía se esperaba salvar. En ese entonces salvar a los más queridos era salvar a los que luchan. Ellas sí sabían y siempre lo dijeron. Con sus palabras. Esas mismas que alguna vez copiamos revisando toda esa documentación en una biblioteca oscura.

Nosotros los amamos porque eran los que eran. Los amamos porque eran libres en sus ideas, justos en sus determinaciones, ecuánimes. Los amamos porque eran dirigentes de los partidos políticos populares, porque eran dirigentes sindicales, sociales, porque eran profesionales motivados por los cambios y por la vida nueva y por la vida.

Sola Sierra era también un libro del que se podía aprender. Y todas las mujeres y los hombres que llegamos a conocer por su nombre y todas las mujeres y los hombres cuyo nombre no supimos jamás. La memoria, en esos tiempos, era parte de una lucha. ¿Contra el olvido? ¿Contra la negación? ¿Contra la mentira? Organizada y sistemática también. Pero fue bastante después que un libro de Benedetti estuvo en todas las bocas –el olvido está lleno de memoria– sin pensar que llegaríamos a este día en que la memoria está llena de olvido.

Entiendo que puedas no estar de acuerdo. Si fuera así, ¿me lo dirías?

Por mi parte, esto es lo que tengo en mente:

¿Quién se acuerda hoy de los que luchan? ¿Quién les conoce el nombre? ¿Quién les sabe la vida? ¿Los motivos? ¿Las intenciones?

Muchos dicen “memoria”. “Para que no se repita”. Piensan: “para que no se repita el crimen”. Los crímenes de la dictadura. Y desde luego, no es algo que se pueda discutir. Sería urgente y necesario que eso sucediera. Pero no sucede. Los crímenes se repiten. En todas partes y en Chile también. Eso fue octubre. Una vez más, el sacrificio de la juventud. Y no te estoy diciendo que esa memoria que se fija en el crimen no nos proteja de nada. Quizás le debemos que una manifestación como la del 25 de octubre del 2019 haya sido posible. Un repudio así. Un repudio tan grande… Pero tampoco el repudio nos protege de todo y suele no ser suficiente cuando se trata de salvar –y no de llorar ni de honrar– vidas.

¿Qué necesitamos entonces?

De eso también habla Vidal en mi recuerdo. Incluso si el ejemplo que te di parece contradecirme. Porque lo que él muestra cuando acompaña a aquellas mujeres es la capacidad que tuvieron de estar también donde no las esperaban.

¿Cómo podríamos hoy estar donde nadie nos espera? Desarmar algún nudo, alguno de los muchos mecanismos con que nos aprisionan hoy. Estar donde ellos –los poderosos– ya no pueden alcanzarnos ni desplegar su arsenal última generación. Proteger los cuerpos (¡salvar vidas!). Sin necesidad de atacar los suyos. Que les duela donde les duele. Y eso, ya sabemos, es el dinero. ¿No consumir? ¿Paro general de consumidores? Te leo el pensamiento. Estoy de acuerdo. No suena bien eso… Pero…

Pero… me hablabas de memoria y otras posibilidades de encarar todo aquello. Y te respondo: no las estoy viendo. Lo que por lo pronto me asalta es este pensamiento que solo contigo puedo compartir. No quiero ser la guardiana de la memoria de los asesinos. No quiero ser la narradora de sus crímenes. Me duele “recordar” una vez al año y que el resto de los días vivamos como ignorantes que es peor que desmemoriados u olvidadizos. Quisiera aprender todavía, pero no de los asesinos, no de los que destruyeron sino de quienes pretendieron, primero, construir. Y de los que lo siguen intentando. A veces de muy extrañas maneras. No soy yo la que dice que, según los contextos, la lucha puede tomar formas muy distintas… No siempre la Bastilla… a veces ocuparse de una flor…

Veo por todas partes gente que despliega sus esfuerzos y logra cambios. No me refiero al escenario viciado de la política tradicional donde apenas si tenemos el miserable poder de evitar lo peor… No. Me refiero a todos los otros donde los cambios pueden ser concretos y a menudo se desprecian por pequeños. Aquella economía solidaria que tanto nos apasionó hace unos años. O, si prefieres, a la manera de ese profesor del que me hablas a menudo y que día tras día, hora tras hora incluso, transforma la vida de sus alumnos. ¿No seguirá estando ahí la clave? ¿Cada cual en su “puesto de combate”? Sin despreciar ninguno. Te confieso que siento predilección por esos “puestos” que no se ven y que ellos ni siquiera pueden suponer. Ignoran lo subversivo que pueden ser a veces ciertos gestos de amor. Pero ni eso hay que decir porque las palabras están muy gastadas. Amor también.

Te amo, sin embargo.

 

Ana