jueves, 18 de septiembre de 2025

Contra la miseria


El 9 de julio de 1849, en la asamblea legislativa (Francia), se abrió el debate sobre una propuesta presentada por M. de Melun, el 23 de junio de 1849, referida a leyes de previsión y de asistencia pública. En ese marco se da una discusión en la que participa Victor Hugo. Tras diversos intercambios con la asamblea, pronuncia lo que hoy se conoce como Discurso contra la miseria o La Miseria. 

 

“[…] Permítanme, señores, completar mi pensamiento. Veo, por la agitación de la asamblea, que no logro hacerme entender plenamente. La cuestión que se agita es grave. Es la más grave de todas las que pueden ser tratadas ante uds.

Yo no soy, señores, de los que creen que se puede suprimir el sufrimiento en este mundo; el sufrimiento es una ley divina; pero soy de los que creen y afirman que se puede destruir la miseria.

Tengan en cuenta, señores, que no digo disminuir, reducir, restringir, limitar, digo destruir. La miseria es una enfermedad del cuerpo social como la lepra era una enfermedad del cuerpo humano; la miseria puede desaparecer como la lepra desapareció. ¡Destruir la miseria! ¡Sí, esto es posible! Los legisladores y gobernadores deben pensar en ello constantemente porque, en esta materia, mientras no se hace lo posible, no se cumple con el deber.

La miseria, señores, abordo aquí el meollo de la cuestión, ¿quieren uds. saber en qué estado está, la miseria? ¿Quieren uds. saber hasta dónde puede llegar, hasta donde llega, no digo en Irlanda, no digo en la Edad Media, digo en Francia, digo en París, y en los tiempos que vivimos. ¿Quieren hechos?

Dios mío, no dudaré en citar estos hechos. Son tristes pero es necesario revelarlos. Y miren, si tuviera que decir todo lo que pienso, quisiera que saliera de esta asamblea, y de ser necesario haré una propuesta formal para que así sea, una gran y solemne investigación sobre la verdadera situación de las clases trabajadoras y sufrientes en Francia. Quisiera que todos los hechos explotaran abiertamente a la luz del día. ¿Cómo se puede querer curar el mal si no sondeamos las heridas?

Así que aquí están los hechos.

Hay en París, en los suburbios de París donde el viento de rebelión prendía antaño fácilmente, hay calles, casas, alcantarillas donde familias, familias enteras viven hacinadas, hombres, mujeres, muchachas, niñas y niños, que no tienen camas ni mantas, casi ni ropa, como no sean montones de trapos asquerosos en fermentación, recogidos en el lodo de las esquinas, suerte de estiércol de las ciudades, donde criaturas se entierran vivas para escapar al frío del invierno.

Eso es un hecho. ¿Quieren más? En estos días, un hombre, Dios, un pobre desdichado hombre de letras, porque la pobreza no perdona ni a las profesiones liberales ni a las profesiones manuales, un hombre desdichado murió de hambre, murió de hambre literalmente, y se comprobó después de su muerte, que no había comido desde hacía seis días.

¿Quieren algo aún más doloroso? El mes pasado, durante la epidemia de cólera, se encontró a una madre y a sus cuatro hijos que buscaban comida entre los escombros inmundos y apestosos de las tumbas de Montfaucon.

Pues bien, señores, yo digo que estas cosas no deben ser; digo que la sociedad debe emplear toda su fuerza, toda su dedicación, toda su inteligencia, toda su voluntad, ¡para que estas cosas no sean! Digo que este tipo de hechos, en un país civilizado, compromete la conciencia de toda la sociedad; que yo que estoy hablando, me siento cómplice y solidario, ¡y que estos hechos no son sólo perjuicios contra el hombre sino que son crímenes contra Dios!

Es por esto que me siento compenetrado, y quisiera que uds. también pudieran compenetrarse de la importancia de la propuesta que se les somete. Esto es sólo un primer paso, pero decisivo. Me gustaría que en esta asamblea, mayoría y minoría, qué importa, yo no conozco mayorías ni minorías frente a tales cuestiones; quisiera que esta asamblea tuviera un alma sola para caminar hacia esa gran meta, esa meta magnífica, esa meta sublime, ¡la abolición de la miseria!

Y, señores, no solamente apelo a su generosidad, también me dirijo a lo que hay de más serio en el sentimiento político en una asamblea de legisladores. Y sobre el particular, una última palabra: terminaré aquí.

Señores, como ya dije antes, Uds. con la ayuda de la Guardia Nacional, del ejército y de todas las fuerzas vivas del país, acaban de fortalecer el Estado sacudido una vez más. No recularon ante ningún peligro, no vacilaron ante ningún deber. Uds. han salvado la sociedad civil, el gobierno legal, las instituciones, la paz pública, la propia civilización. Uds. hicieron algo importante… Pues bien ¡No han hecho nada!

No han hecho nada, insisto en este punto, ¡mientras el orden material conseguido no tenga como base el orden moral consolidado! No han hecho nada, ¡mientras el pueblo sufra! No han hecho nada, ¡mientras haya por debajo de uds. una parte del pueblo que desespera! No han hecho nada, mientras que aquellos que están en la plenitud de la vida y trabajan puedan estar sin pan! ¡Mientras que los mayores, que han envejecido y han trabajado puedan estar sin asilo! Mientras la usura devore nuestros campos, mientras se muera de hambre en nuestras ciudades, mientras no haya leyes fraternas, leyes evangélicas que vengan de todas partes en ayuda de las pobres familias honestas, de los buenos campesinos, de los buenos obreros, ¡de la gente de corazón! ¡No han hecho nada, mientras el espíritu de la revolución tenga como auxiliar el sufrimiento público! ¡No han hecho nada, no han hecho nada, mientras en esta obra de destrucción y de tinieblas, que prosigue solapadamente, el hombre malvado tenga como colaborador fatal al hombre desdichado!

Lo ven, señores, lo repito al terminar, no apelo solo a su generosidad, sino a su sabiduría, y les ruego que reflexionen. Señores, piensen en esto, la anarquía abre abismos, pero es la miseria la que los cava. Uds. han hecho leyes contra la anarquía, ¡hagan ahora leyes contra la miseria!”

 

 

Victor Hugo

 

miércoles, 3 de septiembre de 2025

En los techos

Sube al techo con el fin de revisar donde está el problema, la causa del agua en su habitación. Sube con impermeable, con dificultad, con una escoba. Ha llovido. Sigue lloviendo. Hay agua estancada en una canaleta. Intenta hacerla circular. Barre el agua. Entonces lo ve. En un techo vecino. Una persona, parece un hombre, está sentado bajo la lluvia. Lleva ropa impermeable y un paraguas. No se mueve. No se esconde, no va a ninguna parte. Como otros toman sol, parece tomar lluvia, gris del cielo. Y querer estar ahí. En la lluvia. Con ella. ¿Qué se estarán diciendo? ¿En qué idioma? No hay silencio. Repiquetear de la lluvia. Violines, dijo el poeta, de la lluvia.

A.

martes, 2 de septiembre de 2025

Lo que espera en el camino


"Chicas si alguna vez tienen miedo... inquietud o si no saben por dónde seguir, recuerden que la abuela ya pasó por ahí".
 
 
Citado de memoria
Dicho por Juana a Mercedes, mi amiga, su sobrina, y a mí 
A. 
Julio 2025

domingo, 31 de agosto de 2025

Iansa y el colibrí

 

Iansa, nuestra amiga, nada sabía del colibrí cuando escribió esa carta a fines del año 2023, tampoco sabía otras cosas que acababan de suceder, ambas nos habíamos concentrado en una pequeña parte de nuestros quehaceres. La frase estaba ahí aunque dicha en francés: “¡hay que creer entonces en la acción del colibrí...!” La retomé en mi respuesta. Pero no la entendí. No cabalmente. No vi con claridad la sonrisa que habrá tenido Iansa al escribir esas palabras habiendo reflexionado a sus quehaceres y los míos, y a la desazón que ciertos días la habitaba. Hoy al releer ese intercambio me sorprendió la frase como si la leyera por primera vez. Quise saber si esa exclamación de Iansa era una expresión francesa que yo no conocía. Y era sí una expresión pero también una leyenda no de Francia sino de nuestras tierras. Y dice así. 

Cuenta la leyenda que un día se produjo un gran incendio en un bosque. Todos los animales, aterrorizados y consternados, observaban impotentes el desastre. Solo el pequeño colibrí se movía con rapidez, recogiendo unas gotas con el pico para echarlas sobre el fuego. Después de un rato, el armadillo, molesto por su insignificante esfuerzo, le dijo: «¡Colibrí! ¿No estás loco? ¡No vas a apagar el fuego con esas gotas de agua!». Y el colibrí le respondió: «Lo sé, pero estoy haciendo mi parte».

Podría haber copiado la leyenda y punto pero las cosas no nos caen exactamente del cielo. De muchas correspondencias están hechas nuestras vidas. Nuestros pequeños saberes. Como retazos de algún traje de Arlequín, así igualito nos llevamos, y en tal o cual circunstancia me envuelvo toda en tal amiga o amigo. Palabritas y silencios de personas que nos habitan, en compañía de quienes hemos sido y seguiremos siendo los que somos. Y nada más.

 

Antonia